Alegría interior

En mí la siento aunque se esconde. Moja
mis oscuros caminos interiores.
Quién sabe cuántos mágicos rumores
sobre el sombrío corazón deshoja.

A veces alza en mí su luna roja
o me reclina sobre extrañas flores.
Dicen que ha muerto, que de sus verdores
el árbol de mi vida se despoja.

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Alma dormida

Me tendí sobre la hierba entre los troncos
que hoja a hoja desnudaban su belleza.
Dejé el alma que soñase:
volvería a despertar en primavera.

Nuevamente nace el mundo, nuevamente
naces, alma (estabas muerta).
Yo no sé lo que ha pasado en este tiempo:
tú dormías, esperando ser eterna.

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Amanecer

Imagínate tú…
Imagínatelo tú por un momento.
R. A.

La estrella aún flotaba en las aguas.
Río abajo, a la noche del mar, la llevó la corriente.
Y de pronto la mágica música errante en la sombra
se apagó, sin dolor, en el fresco silencio silvestre.

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Así era

Canta, me dices. Y yo canto.
¿Cómo callar? Mi boca es tuya.
Rompo contento mis amarras,
dejo que el mundo se me funda.
Sueña, me dices. Y yo sueño.
¡Ojalá no soñara nunca!
No recordarte, no mirarte,
no nadar por aguas profundas,
no saltar los puentes del tiempo
hacia un pasado que me abruma,
no desgarrar ya más mi carne
por los zarzales, en tu busca.

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Desaliento

«No quiero que pienses», dices
Tú sabes que sólo en ello
puedo pensar. Pasarán
los días, las noches. Tiempos
vendrán sin nosotros. soles
brillarán en cielos nuevos.
Ecos de campana harán
más misterioso el silencio.
(«No quiero que pienses».)
Yo seguiré pensando en ello.

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Destino alegre

Nos han abandonado en medio del camino.
Entre la luz íbamos ciegos.
Somos aves de paso, nubes altas de estío,
vagabundos eternos.
Mala gente que pasa cantando por los campos.
Aunque el camino es áspero y son duros los tiempos,
cantamos con el alma.

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El enemigo

Nos mira. Nos está acechando. Dentro
de ti, dentro de mí, nos mira. Clama
sin voz, a pleno corazón. Su llama
se ha encarnizado en nuestro oscuro centro.

Vive en nosotros. Quiere herirnos. Entro
dentro de ti. Aúlla, ruge, brama.

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El héroe

Oí latir el corazón del mar
unido al de otras músicas -el vals, la polka, el tango,
el chárleston, el pasodoble, la rumba, el twist, el mádison-,
lo eterno y la que pasa, mano a mano.
La vida. El mar. Y las ciudades: hermosa Viena,
desasosegadora Nueva York,
pasando por París y por Madrid.

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El muerto

Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.

Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
a la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura.

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Interior

Tu piel me devolvía
algo remoto. (¿Es esto
un poema de amor?
¿Es un canto de duelo
o de esperanza? Un himno
triunfal o una nostalgia
acariciada sobre
la realidad?)
No había
nadie, sino nosotros.
(Los demás no existían.)
Una botella, un libro,
un cenicero.

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Las nubes

Inútilmente interrogas.
Tus ojos miran al cielo.
Buscas detrás de las nubes,
huellas que se llevó el viento.

Buscas las manos calientes,
los rostros de los que fueron,
el círculo donde yerran
tocando sus instrumentos.

Nubes que eran ritmo, canto
sin final y sin comienzo,
campanas de espumas pálidas
volteando su secreto,

palmas de mármol, criaturas
girando al compás del tiempo,
imitándole la vida
su perpetuo movimiento.

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Lope. La noche. Marta

He abierto la ventana. Entra sin hacer ruido
(afuera deja sus constelaciones).
«Buenas noches, Noche».
Pasa las páginas de sombra
en las que todo está ya escrito.
Viene a pedirme cuentas.

«Salí al rayar el alba -digo-.
Lamía el sol las paredes leprosas.

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Luz de tarde

Me da pena pensar que algún día querré ver de nuevo este espacio,
tornar a este instante.
Me da pena soñarme rompiendo mis alas
contra muros que se alzan e impiden que pueda volver a encontrarme.

Estas ramas en flor que palpitan y rompen alegres
la apariencia tranquila del aire,
esas olas que mojan mis pies de crujiente hermosura,
el muchacho que guarda en su frente la luz de la tarde,
ese blanco pañuelo caído tal vez de unas manos,
cuando ya no esperaban que un beso de amor las rozase…

Me da pena mirar estas cosas, querer estas cosas, guardar estas cosas.

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Madrigal

Lo más hermoso, aquello
que no puede comprarse,
que vale, frente a un copo de tu espuma,
si se sabe mirar,
frente a una pluma de tormenta, rota
sobre tu orilla, frente
a tus platas y azules,
metales y cristales,
si se los sabe oler, gustar, tocar, oír…

Qué vale nada lo que tú.

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Marina impasible

Por primera vez, o por última,
soy libre…

Arbustos con espuelas
de marfil. Rocas oxidadas.
El otoño pliega sus tonos
frente al crujido de las olas.
Por primera vez, o por última.

Las gaviotas tocan sus oboes
de tormenta.

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Noche

Salió desnuda el alma
a quemarse en la hoguera.
¡Qué claras dan la sombra
las estrellas!
Se enredaba la noche
azul, entre las piernas.
Ocultas en los chopos
bailaban las doncellas.
¡Qué anunciación, qué víspera
de deshojar las nieblas
de dos en dos.

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Otoño

Otoño de manos de oro.
Ceniza de oro tus manos dejaron caer al camino.
Ya vuelves a andar por los viejos paisajes desiertos.
Ceñido tu cuerpo por todos los vientos de todos los siglos.

Otoño, de manos de oro:
con el canto del mar retumbando en tu pecho infinito,
sin espigas ni espinas que puedan herir la mañana,
con el alba que moja su cielo en las flores del vino,
para dar alegría al que sabe que vive
de nuevo has venido.

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Paseo

Sin ternuras, que entre nosotros
sin ternuras nos entendemos.
Sin hablarnos, que las palabras
nos desaroman el secreto.
¡Tantas cosas nos hemos dicho
cuando no era posible vernos!
¡Tantas cosas vulgares, tantas
cosas prosaicas, tantos ecos
desvanecidos en los años,
en la oscura entraña del tiempo!

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Pecios de sombra

Hablaban con bocas de sombra,
susurraban sucesos mágicos,
historias de herrumbre y de musgo
(no sabían que estaban muertos,
y yo no quería apenarlos).
Fui reconstruyendo sonidos
que en el sueño significaban
para interpretarlos despierto
y atribuirlos a unos labios.

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