A BACO

A ti, de alegres vides coronado,
Baco, gran padre, domador de Oriente,
he de cantar; a ti que blandamente
tiemplas la fuerza del mayor cuidado

Ora castigues a Licurgo airado
o a Penteo en tus aras insolente,
ora te mire la festiva gente
en sus convites dulce y regalado,

O ya de tu Ariadna al alto asiento
subas ufano la inmortal corona,
ven fácil, ven humano al canto mío;

Que si no desmerezco el sacro aliento
mi voz penetrará la opuesta zona,
y el Tibre envidiará al hispalio río.

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A FAETÓN

Pudo quitarte el nuevo atrevimiento,
bello hijo del Sol, la dulce vida;
la memoria no pudo, qu’extendida
dejó la fama de tan alto intento.

Glorioso aunque infelice pensamiento
desculpó la carrera mal regida;
y del paterno carro la caída
subió tu nombre a más ilustre asiento.

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A GANÍMEDES

No temas, o bellísimo troyano,
viendo que arrebatado en nuevo vuelo
con corvas uñas te levanta al cielo
la feroz ave por el aire vano.

¿Nunca has oído el nombre soberano
del alto Olimpo, la piedad y el celo
de Júpiter, que da la pluvia al suelo
y arma con rayos la tonante mano;

A cuyas sacras aras humillado
gruesos toros ofrece el Teucro en Ida,
implorando remedio a sus querellas?

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A JULIO CÉSAR

Del gran Pompeyo el enemigo fuerte
llega en oscura noche al pobre techo,
do Amiclas con seguro y libre pecho
ni teme daño ni recela muerte.

Ya que llamar segunda vez advierte,
rogado deja el mal compuesto lecho,
y en frágil barca el peligroso estrecho
rompe, presagio de siniestra suerte.

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A JULIO CÉSAR MIRANDO LA CABEZA DE POMPEYO

Prepara ufano a César victorioso
el tirano de Menfis inclemente
la temida cabeza que al Oriente
tuvo al son de sus armas temeroso.

No pudo dar el corazón piadoso
enjutos ojos ni serena frente
al don funesto; mas gimió impaciente
de tal crueldad, y repitió lloroso;

«Tú, gran Pompeyo, en la fatal caída
serás ejemplo de la humana gloria
y cierto aviso de su fin incierto.

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A LA MUDANZA DE LA FORTUNA

Yo vi del rojo sol la luz serena
turbarse, y que en un punto desaparece
su alegre faz, y en torno se oscurece
el cielo, con tiniebla de horror llena.

El Austro proceloso airado suena,
crece su furia, y la tormenta crece,
y en los hombros de Atlante se estremece
el alto Olimpo, y con espanto truena;

Mas luego vi romperse el negro velo
deshecho en agua, y a su luz primera
restituirse alegre el claro día,

Y de nuevo esplendor ornado el cielo
miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera
igual mudanza a la fortuna mía?

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A NARCISO

Crece el insano ardor, crece el engaño
del que en las aguas vio su imagen bella;
y él, sola causa en su mortal querella,
busca el remedio y acrecienta el daño.

Vuelve a verse en la fuente ¡caso extraño!:
del’agua sale el fuego; mas en ella
templarlo piensa, y la enemiga estrella
sus ojos cierra al fácil desengaño.

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A ULISES

El griego vencedor que tantos años
vio contra sí constante la fortuna;
el que pudo, sagaz, de la importuna
Circe vencer los mágicos engaños;

El que en nuevas regiones y en extraños
mares temer no supo vez alguna;
el que bajando a la infernal laguna
libre volvió de los eternos daños,

Los ojos cubre y cierra los oídos
de las Sirenas a la vista y canto
y se manda ligar a un mástil duro.

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A UNA ESTATUA DE NIOBE

Viví, y en dura piedra convertida,
labrada por la mano artificiosa
de Praxíteles, Niobe hermosa,
vuelvo segunda vez a tener vida.

A todo me dejó restituida,
mas no al sentido, l’arte poderosa;
que no le tuve yo, cuando furiosa
los altos dioses desprecié atrevida.

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LA AVARICIA

Castiga el cielo a Tántalo inhumano,
que en impia mesa su rigor provoca,
medir queriendo en competencia Ioca
saber divino con engaño humano.

Agua en las aguas busca, y con la mano
el árbol fugitivo casi toca;
huye el copioso Erídano a su boca
y en vez de fruta aprieta el aire vano.

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