A los poetas de antes
les pedían, generalmente, un acróstico.
Sólo que ahora,
cuando el rencor es la única palabra
que sé pronunciar,
¿con qué enrevesada caligrafía
(letra palmer, ¿no?)
lograré transmitir el profundo desprecio
que hay en mí?
Poemas de Juan Gustavo Cobo Borda
Las calles de Alejandría están llenas de polvo,
el resoplido de carros viejos y un clima
ardiente y seco cerrándose en torno a cada cosa viva.
Incluso la brisa trae sabor a sal.
En el letargo de las dos de la tarde
hay un ansia secreta de humedad
y el tendero busca en sueños, con obstinación,
la áspera suavidad de una lengua inventando la piel.
El amor es monstruoso.
Ya no recordamos
si alguna vez
fuimos otro distinto
de quien sólo existe
para escuchar una voz,
una exigencia brutal,
la dulzura inenarrable
de un ‘te adoro, te adoro, te adoro’,
un sarcasmo helado,
un sol bajo el cual
todo florece de nuevo.
Encadenados a otros ojos,
presos de una risa,
cautivos de la esperanza,
los condenados
dilatan cualquier celda
con un único gesto válido.
Bien puede ser un pan
comprado juntos
o lo que comentan
sobre sus respectivas jaulas.
¿Habrá entonces otro cielo más vasto
donde Agustín Lara canta mejor cada noche?
¿O seremos apenas el rostro fugaz
entrevisto en los corredores de la madrugada?
Aquel bolero, mientras el portero bosteza
y los huéspedes regresan ebrios;
aquel que habla de amores muertos
y lágrimas sinceras… Los amantes
se llaman por teléfono para escuchar,
tan sólo, su propia respiración.
‘La naturaleza, qué monótono almacén de
prados y árboles, qué banal exhibición
de mares y montañas (…) la naturaleza
esa sempiterna vieja chocha.’
Huysmans, A rebours.
Escribir como se nos da la gana,
sin laúd,
un idioma para ladrar desde las tablas del escenario.
¿Cómo escribir ahora poesía,
por qué no callarnos definitivamente
y dedicarnos a cosas mucho más útiles?
¿Para qué aumentar las dudas,
revivir antiguos conflictos,
imprevistas ternuras;
ese poco de ruido
añadido a un mundo
que lo sobrepasa y anula?
Es tan deleznable toda poesía amorosa,
tan llena de ripios,
que no puedo dejar de escribirla.
Tú subviertes mi flácida rutina
y aun así desfallezco en cada línea.
Todo me incita a la modorra de los sentidos.
Única certeza
en estos tiempos de oprobio y ruido
tu lustrosa energía.
El viejo judío enfermo su oficio es mirar-
levanta con el índice el párpado paralizado:
allí están los polvorientos estandartes del Emperador.
Las leyendas del liberalismo
no han logrado enturbiar su gesto aristocrático.
Además, renegar de Yahvé, mendigar unos francos
no era, en verdad, asunto grave.
Las mansiones de moda en Long Island están en nuevas manos.
Allí Gatsby había muerto, luego de amar una mujer.
Quedaba el dolor, tan solo, como una presencia fraternal
y los afectos superfluos, aferrándose al cuello.
‘Dilapidé mis esperanzas
en las pequeñas carreteras
que llevan al sanatorio de Zelda.’
Apelaba a frases pastosas, y los hermosos rostros
del año pasado dejaban advertir su vacuidad.