Sin saber para quien,
Envío esta carta en el buzón del viento.
Oscuros hombres han merodeado a mi puerta
Con gabanes abulados por la escuadra de una lugger,
Y en la noche, mientras leía a mis viejos poetas enlunados,
Una legión de sombras ha roto mi ventana.
Poemas de Juan Manuel Roca
A la hora en que el sueño se desliza
Como un ladrón por senderos de fieltro
Los poetas beben aguas rumorosas
Mientras hablan de la oscuridad,
De la oscura edad que nos circunda.
A la hora en que el tren tizna la luna
Y el ángel del burdel se abandona a su suerte,
La orquesta toca un aire lastimero.
Tocaba el arpa en las rejas de su celda.
O tomaba de un vaso sin agua.
Una porción de sed que nunca lo saciaba.
Tocaba el arpa en las rejas de su celda.
Soñaba que los gruesos barrotes temblaban,
Que sonaba un galerón
Con luna entre las palmas.
Hago la lista negra de mis dudas en medio de un país diezmado y no
sé si las cartas que no llegan son violadas como el sueño o las mujeres…
(Al amanecer arrecia la lluvia y acaso la tormenta acalle disparos
lejanos…)
No sé, exactamente, si algún hombre en mi país es buscado en la
ciudad con la oculta lámpara de algún ladrón de sueños…
(Alguien al borde de un abismo acaso inicie el retrato hablado de un
ángel…)
Y cuando llega la noche o entro al sueño como a un tren que me
saca de un país oscuro, pienso si algún oculto guardián decidiera
aplicarme la ley de fuga de los sueños…
(Homenaje a André Bretón)
Ha llegado, de nuevo,
El poblador de las estaciones anfibias /del sueño,
El caminante de una Babel de espejos.
Alguien lo ha visto
Hablando con un ladrón de lejanías.
Alguien pregunta
De qué sitio viene
Llevando en el ojal la noche.
A Ricardo Cano Gaviria
La ciudad que me rodea
Y se duplica en los charcos de la lluvia
Tiene un ropaje de sombras.
El viento que viene del páramo de Cruz Verde
Con su negro levitón nocturno
Rasguña los vitrales de la casa,
Se cuela en los campanarios,
Golpea
Los aldabones de bronce de La Candelaria.
Voy por la calle con mi maletín de antílope
Y mi billetera de becerro.
Calzo zapatos de toro
Y llevo un blusón rojo teñido en achote.
Toda mi ropa fue lavada por un secreto río
Y jabones de rosa.
En mis papeles rumora un viejo bosque,
Por momentos siento que
Se despereza la serpiente del cinturón.
Una puerta
Abierta a la noche
Y se pueblan los ruidos
Las estancias.
Sus rumorosas bisagras
Anuncian
Alguien llegado de la lluvia
O los pasos de un lento animal
Que invade el sueño.
Una puerta, una grieta
Abierta en el asombro.
Tras los temblores y los años que huyen como galgos, la Catedral de Managua se puebla de pájaros. En sus ruinas se siente la presencia del vacío, lejanos murmullos, precesiones de ausentes. Pero los grillos, ¡ah!, los grillos elevan una agreste oración.
Un olor a hierba recorre las naves y el púlpito del viento, un reino del olvido y la humedad.
El sol fulge entre la fronda
Donde los niños duermen
Y cruza bostezando un ángel rojo.
Lejos, los patios de vecindad se llenan
De gentes que remiendan el aire
Con la aguja de su parla rumorosa.
Alguien siembra un cortejo de astros.
Me pregunta usted dulce señora
Qué veo en estos días a este lado del mar.
Me habitan las calles de este país
Para usted desconocido,
Estas calles donde pasear es hacer un
Largo viaje por la llaga,
Donde ir a limpiar luz
Es llenarse los ojos de vendas y murmullos.