Atalaya, cima cimera,
de la ola marinera.
Desde ti se atalayaba
el oleaje en blanca geometría;
hoy, un destacamento militar
rompe tu armonía pecera
con alambres, uniformes
y voces de: «¡Fuera, fuera!»
Atalaya,
aún sirves para cobijar amor,
y para que a los niños les nazcan
los dientes de la inquietud aventurera,
tan aventurera como la ya lejana
de los playos (*) cuando iban
a la caza —y no pesca— ballenera.
—¿ Vienes a l’ Atalaya? —
Pregunta la Filo a Rosa.
Van allá. Parlotea una
para que la otra cosa
mientras la tarde triste o rosa calla.