A veces,
cuando atardece el cielo en primavera
surge como un sobrecogido y mágico
clarinazo en todo el barrio
rasgando la alegría prisionera.
Es que el seno de las barcas
llegó pleno, fúlgido de coletazos
y boqueadas agónicamente ávidas.
Poemas de Luciano Castañón
De madrugada es cuando el borracho
cruza su vaivén en la calle pina
con el adormilado marinero
que va en busca del alba y la sardina.
Alba que irremediablemente llega
—ya cobre de sol ya tristura gris—,
desperezando suave al nuevo día
—nodriza de las dudas del vivir—.
Ignoran los problemas esenciales.
Vivir es vegetar. La Cofradía
regala a los jubilados el día
de la Patrona distintos vales
que se pueden canjear por unos reales
hechos bollo y vino. La anarquía
duerme entonces como dormiría
un enfermo inyectado por sus males.
Pico de limón y garfio.
¿Por qué tan recelosa de lo humano?
Miro su testa curva y blanca, gris o parda
con laterales ojos avizores.
Se inquieta ante el supuesto daño
y en su soledad permanece taciturna y quieta.
Barca, aunque tu quilla quebró el agua,
hoy varada permaneces
porque el tiempo imperturbable
pasa.
Mientras el patrón que estrenas
embadurna la comba a estribor de tu cadera,
evidencias en la rambla
tu suciedad destartalada.
Fíjate, hay a tu vera
hombres
que te ofrendan sus miradas
y palabras elogiando
tus venturosos días,
cuando volabas.
Calles, callejuelas tristes
en las que todo es vereda.
Encuentras la que no buscas
y buscas la que no encuentras.
Entra, tú, mira qué nombres:
Tránsito de las Ballenas,
Virgen de la Soledad,
el Callejón de las Fieras.
Está su cielo azul en la taberna.
Vino tinto se llama su Dios
—desbrozador de telarañas—
porque es barato
y alivia no sólo las gargantas.
Un reguero de palabras
discurre sinovial
en términos marineros que se desalan.
Aquí
el noray y la maroma
simulando inútil horca
—él es hierro, ella soga—
Luego el bote al albedrío
del agua por la luz rota;
breves lomas de carbón
y pluralidad de boyas.
En el bar, la rancia morenez de les gitanos
—mendigos de propinas por su toque y por su cante—
quedó pasmada al ver los fragilísimos dedos
del filiforme Félix mimoseando en la guitarra.
Bares son en los que el pescador no pesca: simples
radas marginales que enajenan al marino,
caldo de cultivo para el ciudadano harto,
desfogue del administrativo emancipado,
de la hija de papá y del forastero ávido,
de protésicos—viajantes—locos—y—mecánicos,
de todo aquel, en fin, ansioso de desbordar
los límites hirientes de sus callosas manos,
su rígida espalda curva —en la cerviz un clavo—
o el molde circunstancial de su conciencia ahormada.
Virgen de la Soledad,
fiestas en el barrio alto.
Vociferante y taimada
engatusa la música mecánica;
y el oropel:
rizados papeles de colores
de la bodega al balcón,
del corredor al dintel.
«Huele a salitre».
Estas ellas y estos ellos también son personas,
pero con sumisión, sexo, harapos
y edad indefinible.
Escasas de dinero
y con más indigencia que descanso,
trasladan los peces muertos
—caja o cesto o balde de la cabeza en lo cimero—
desde la Rula a las bodegas
que pueblan las estrechas
—y muy redondamente deshuesadas—
calles del barrio.
El corazón sobre los hombros
por la tristeza de las adensadas nubes
y el monótono entrechocar de hierros;
por la alta pesadumbre en el todo muelle
en el cargador,
en el marinero,
y tanta en mí;
en el cielo y en el suelo.
Atalaya, cima cimera,
de la ola marinera.
Desde ti se atalayaba
el oleaje en blanca geometría;
hoy, un destacamento militar
rompe tu armonía pecera
con alambres, uniformes
y voces de: «¡Fuera, fuera!»
Atalaya,
aún sirves para cobijar amor,
y para que a los niños les nazcan
los dientes de la inquietud aventurera,
tan aventurera como la ya lejana
de los playos (*) cuando iban
a la caza —y no pesca— ballenera.
Dicen: La Barquera,
y ya se sabe,
es la solana del ocio;
marineros a la espera,
conjeturas, casi nada,
calafates que entretienen
a jubilados caducos
con la boina comiendo su mirada
porque el neto sol de Junio
resbala más allá.
Desenfrenada boca de mujeres.
Cabeza de tortuga; promontorio
acunando la pena y el jolgorio
al compás de miserias o de haberes.
Sonríes en verano cuando quieres
demostrar el colmado aunque ilusorio
rebullir de peces, premonitorio
mensaje de ausencia de placeres.
Brilláis como el oro, residuales peces.
Metálico es vuestro torso verde
o amarillo. ¿En qué tono inaprensible
y vuestro mi pupila ahora se pierde?
Color de peces raudos bajo el agua;
(en el estanque peces de colores);
fantasmal color de peces en la lonja
allí donde mis ojos son deudores.
Ahora sí que eres Bola de Sebo, sí.
Diez años que te conozco,
y sin poseerte tres.
«Ya no me acuesto con hombres;
soy la dueña de la casa.»
Bola de Sebo
en la redondez espesa de tus brazos,
en tu vientre sin línea y muelle,
en tu torso macizo e inabarcable ;
mas casi no Bola de Sebo
en tus manuables pechos duros,
en tus muslos de V suave.
Estáis ahí:
tú, Maximino, tocas el laúd,
tu vieja madre, ex-artista
canta con voz cascada
estrangulada e íntima.
La Traga y otras dos vacas marinas,
bajo el parlante mirar de La Muda,
atienden el bar.
¿El bar?
Recuerdo con amoroso dolor
la dilapidación tonta
del obrero sonriendo
sábado y domingo
la miseria de su sueldo.
Me apenan los nueve duros
semanales
por el año treinta
de mi padre.
Si unos quisieran
ver su desvergüenza
y otros comprender
el sentido de su miseria…
Cuando las adormideras
son rotas
hirviente el corazón y cálida la garganta
es consecuente que la sangre corra.
Mueve mi madre
esta mi cuna.
El mar da miedo,
quiero laguna.
Duérmete nena
de Cimavilla;
tu padre boga
al son de quilla.
La caracola
suena en la playa;
mueren tus ojos,
la boca calla.
Lisa, lisa es la barriga que enseñáis;
os la tiñe o lame el sol,
ese sol que se incrusta en la angostura de las canes
iluminando vuestros sexos,
sexos que por infantiles y opuestos
hacen la delicia locuaz y procaz de tantas madres.
Ahora es diferente. Las tabernas
genuinas quedaron desbordadas
por bares de paredes decoradas
y asientos para incomodar las piernas.
En la noche, parejas nada eternas
perseguidas por las ciegas miradas
de otros, presentidamente envidiadas
por el futuro goce.
Cimadevilla, ¿qué hubieran dicho de ti
Antonio y Nicolás,
Manuel del Cabra! y Blas
si hubieran en ti vivido
y probado lo que das?
Digo: empapándose de lo salobre,
de seres riendo sus miserias en tandas,
de calles pinas, ropas azul mahón
desteñidas, desflecadas
o colgando en galerías
como banderas humanas.
Arría, chacho.
y desciende la red hasta el panel.
Va boya.
Preludia el va boya la saliente cuerda
donde el corcho se ha de atar.
Quedas plegada en el fondo,
arrebujada como un monstruoso gato, red
Del puerto zarpas hacia el dudoso mar.
Con qué precisión de troquel me hablas, hombre
Sabes de la mar salada
más que el Emperador Celeste,
más que los Coleccionistas,
más que los Catedráticos,
más que los Buzos y Directores de Museos;
también más que las gaviotas
que en el mar deyectan, comen, duermen.
Mujeres no tan viejas
como la erosión inmemorial de tus sillares,
Colegiata vieja;
mas sí tanto como las indefectibles viejas
acuclilladas en el escalón
de tu siempre ¿por qué? cerrada puerta.
Fuman a veces como fieras,
dando viabilidad de huída al humo
su sumida desdentadura
por la forzada desdentadura
de sus faltriqueras.