Días hay en nuestra vida
más grandes que los demás,
en que el alma suspendida
mira la extensión perdida
que vamos dejando atrás.
En ellos nos detenemos
para ver los desengaños
que del camino traemos;
es un descanso que hacemos
una vez todos los años.
Por nuestra tierra viajero
hoy te toca el alto hacer
en este valle postrero,
donde acerté yo a nacer
y donde morir espero.
Vas a pasar uno aquí
de aquellos tan grandes días
que la vida tiene en sí,
y darle me place a mí
cariñosas armonías.
Este solo, en el concierto
de nuestra existencia entera
celebro contigo, Alberto,
que ambos en este desierto
nos vemos por vez postrera.
Y es deber de la amistad
que, al reunirnos aquí Dios,
cante con solemnidad
la sola festividad
que vemos al par los dos.
Días de dichosa suerte
que yo a cantarte no acierto
podrán los años traerte,
pero yo ya no he de verte
otro día de San Alberto.
Sus caminos al cruzar
hoy se ven dos en la vida
para no volverse a hallar:
así mi canto a la par
es saludo y despedida.
Mucho cielo y muchos mares
va la suerte a colocar
¡ay!entre ti y mis cantares;
por eso debes llevar
un eco de estos lugares.
Y la más bella armonía
que con vago tono incierto
darte pueda el alma mía,
es cantar en su poesía
la aurora de San Alberto.