OH, CUÁL TE ADORO

¡Oh, cuál te adoro! con la luz del día
tu nombre invoco apasionada y triste,
y cuando el cielo en sombras se reviste
aún te llama exaltada el alma mía.

Tú eres el tiempo que mis horas guía,
tú eres la idea que a mi mente asiste,
porque en ti se concentra cuanto existe,
mi pasión, mi esperanza, mi poesía.

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A dónde estáis, consuelos de mi alma

¿A dónde estáis, consuelos de mi alma,
cantoras de esta edad, hermanas mías,
que os escucho sonar y nunca os veo,
que os llamo y no atendéis mi voz amiga?
¿A dónde estáis, risueñas y lozanas
juveniles imágenes queridas?…
Yo quiero veros, mi tristeza acrece
la soledad mi padecer irrita;
a darme aliento a mitigar mi pena
venid, cantoras, con las sacras liras.

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A ALFONSO DE LAMARTINE

Libre será la voz, fuerte el aliento;
sonoro el instrumento
que vuestro canto, Alfonso, han sostenido,
cuando torpe y doliente
la humanidad presente
al inaudito son se ha conmovido.

De pueblo en pueblo, hasta el confín de España
llegó la voz extraña,
de ese mi pobre valle, nunca oída,
y aun del valle tranquilo
en el oscuro asilo
con entusiasmo ardiente fue acogida.

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A ÁNGELA

Ángela, melancólica mi alma
hacia tus brazos encamina el vuelo
ansiosa de encontrar en ellos calma.

Que, siempre son los ángeles del cielo
ésos que nos arrullan blandamente
y nos prestan reposo y dan consuelo.

Tú tienes una voz que el ruido miente
de las sencillas tórtolas, y el eco
del murmurar tranquilo de la fuente,

Y aunque en el pecho de inocencia seco
no halle lugar tan cándido sonido
halla en el mío dilatado hueco.

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A CÁDIZ

No es sueño, es la verdad ¡oh mar! te veo…
no es sueño, es la verdad, ¡estoy contigo!…
no es sueño, es la verdad, tus ondas sigo
y sacio en contemplarte mi deseo;
aquí está la verdad en que yo creo,
aquí habita el Señor que yo bendigo,
y siento entre estas vívidas montañas
el hondo palpitar de sus entrañas.

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A CESARINA

¡Que teniendo, Cesarina,
en tu hermosísimo rostro
ojos tan claros y bellos
me mires con malos ojos!
¡Que siendo risueño y blando
tu semblante para todos,
doncella, para mí sólo
haya de ser duro y hosco!…
—¿Celos de mí?

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A CUBA

Cuando los recios vientos se embravecen,
cuando mugen los mares irritados,
cuando estallan con furia los nublados,
cuando las olas borrascosas crecen,
cuando los buques míseros perecen
por las revueltas ondas anegados,
cuando la Europa envuelta en la tormenta
traba en la oscuridad lucha sangrienta;

Barca dichosa en medio del Océano,
tú sola vas del huracán segura:
Francia se anega, y en la noche oscura
el rayo incendia el pabellón romano;
y oyes los gritos del naufragio humano,
y te duele tal vez su desventura,
¡ay!

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A ELISA

En buen hora llegaste, compañera,
la desdeñosa irónica sonrisa
que tan amarga para el alma era
cesa ya de afligir a la poetisa;
rompimos el concierto muy aprisa
sin aguardar compás en nuestra era
y las damas cerraron los oídos
y el sexo fuerte prorrumpió en silbidos.

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A EMILIO DORMIDO

¡Cuál brilla su alba frente
de angélica pureza!…
¡Cuál vierte su mejilla
el candor infantil!

Exhalan el aliento
sus labios bulliciosos
más dulce que las auras
del aromado abril.

Entre rosado velo
de púrpura y de flores
protege su descanso
el ángel de la paz.

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A ESPAÑA

¿Qué hace la negra esclava, canta o llora?
Tú, Europa, gran señora,
que a tu servicio espléndido la tienes,
responde, ¿llora, canta,
o dormida a tu planta
apoya ora en tus pies sus tristes sienes?

Yo que en su misma entraña me he nutrido
y en su pecho he bebido
su ardiente leche, con amor la adoro,
y por saber me afano
si al pie de su tirano
reposa, canta o se deshace en lloro.

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A HERMINIA

¿No ves qué tierra, qué cielo,
uno azul, otra florida?
¿No ves qué estrellas, mi vida,
no ves qué luna, qué sol?
¿No ves qué hermoso es el suelo
donde Dios te ha confinado?
Es fecundo, es dilatado,
es soberbio, es….

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A ISABEL LA CATÓLICA

Si alcanzaran los ojos
a descubrir la inmensa pesadumbre
de los luceros rojos,
en la celeste cumbre
te hallaran con la santa muchedumbre.

En resplandor el oro
trocado de la espléndida corola,
que puso espanto al moro,
a los cielos, tú sola
prestas, más luz que el sol, con tu aureola.

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A LA AMAPOLA

Yo te vi, triste amapola,
de las flores retirada
mecer la roja corola
entre la espiga dorada.—

Leve el cuello y hechicero
débilmente se agitaba;
y el cefirillo ligero
en tu seno revolaba.—

Del fuego del sol bañada
la cabeza purpurina,
desmayaba sonrojada
sobre la planta vecina.

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A LA COMISIÓN DE MONUMENTOS HISTÓRICOS Y ARTÍSTICOS DE BADAJOZ

A vosotros que dais a lo pasado
un culto apasionado
arrancando; señores, del olvido
las gloriosas hazañas
del pueblo en sus campañas,
batiendo a los franceses atrevido,

A vosotros que un bello monumento
con generoso intento
alzáis sobre los campos de la Albuera,
para que no olvidada
tan famosa jornada
queda en la edad remota venidera,

A vosotros sus tímidos acentos
hoy por breves momentos
a dirigir se atreve mi poesía;
oídme atentamente,
que en mi entusiasmo ardiente
la disculpa hallaréis de mi osadía.

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A LA INVENCIÓN DEL GLOBO

Águila altiva, que la nube asaltas
y en la cumbre a mirar al sol te atreves;
águila rauda, que los mares saltas
cuando las alas anchurosas mueves;
águila audaz, que en las regiones altas
la hiriente lumbre de los astros bebes;
águila reina, ya tiene el espacio
rival que te dispute tu palacio.

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A LA JUVENTUD ESPAÑOLA DEL SIGLO XIX

¡Salud prole gallarda!, salud hijos
en quienes tiene fijos
sus ojos la nación que en vos confía;
las madres orgullosas
sus frases cariñosas
que os trove ordenan en el arpa mía.

«Doncella, -me dijeron-; tú que sabes
de las voces suaves
el sonoro compás, blanda caída;
escoge las más bellas
y fórmanos con ellas
una dulce canción, tierna y florida;

»Hoy regalar queremos los oídos
de los hijos queridos
que alfombran nuestro suelo de laureles».

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A LA MARIPOSA

Bien hayan, mariposa,
las bellas alas como el aire leves,
que inquieta y vagarosa
entre las flores mueves,
ostentando tu púrpura preciosa.

De blanda primavera
bien haya la callada y fiel vecina,
la dulce compañera
del alba cristalina,
perdida entre la flor de la pradera.

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A LA PALMA

Alza gallarda tu elevada frente,
hija del suelo ardiente,
y al recio soplo de aquilón mecida,
de mil hojas dorada,
de majestad ornada,
descuella ufana sobre el tallo erguida;

Y arrojando tu sombra allá a lo lejos,
del sol a los reflejos,
al árabe sediento y fatigado,
desdeñosa levanta
tu bendecida planta
en el desierto triste y abrasado.

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A LA SIEMPREVIVA

Cuando el alma primavera
con sus joyas peregrinas
engalana la pradera,
los valles y las colinas;

Y las hojas entreabriendo
leve aroma exhala apenas
la rosa, y van descubriendo
su cáliz las azucenas;

Y su capullo amarillo
de pura esencia desplega
el delicado junquillo
en la espalda de la vega;

Cuando la plácida aurora
el garzo cuello levanta,
y el tulipán cimbradora
descubre la tierna planta;

Una flor nace entre aquellas
émula de las estrellas
en el rubio tornasol,
y que brilla como ellas
a los reflejos del sol.

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A LA SOLEDAD

Al fin hallo en tu calma
si no el que ya perdí contento mío,
si no entero del alma
el noble señorío,
blando reposo a mi penar tardío.

Al fin en tu sosiego,
amiga soledad, tan suspirado,
el encendido fuego
de un pecho enamorado
resplandece más dulce y más templado.

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A LARRA

¿Qué voz, pobre Mariano,
de mofa, de sarcasmo de amargura,
al que le ofrezco humano
recuerdo de ternura,
darás riendo en tu morada oscura?

Si la mujer que llora
fue blanco del rigor de tu garganta,
¿qué pensarás ahora
de la mujer que canta
¡ay!

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A LAS NUBES

¡Cuán bellas sois las que sin fin vagando
en la espaciosa altura,
inmensas nubes, pabellón formando
al aire suspendido,
inundáis de tristura
y de placer a un tiempo mi sentido!

¡Cuán bellas sois, bajo el azul brillante
las zonas recorriendo,
ya desmayando leves un instante
entre la luz perdidas,
ya el sol oscureciendo
y con su llama ardiente enrojecidas!

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A LIDIA

Error, mísero error, Lidia, si dicen
los hombres que son justos nos mintieron,
no hay leyes que sus yugos autoricen.

¿Es justa esclavitud la que nos dieron,
justo el olvido ingrato en que nos tienen?
¡Cuánto nuestros espíritus sufrieron!

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LA MUERTA AGRADECIDA

A LOS QUE LAMENTARON MI SUPUESTA MUERTE

El corazón, amigos, palpitante
como otras veces en mi pecho siento;
mas al oír vuestro piadoso acento
sobre las nubes me soñé un instante.

Juzgué más claro el sol, menos distante,
vi espíritus celestes en el viento
y en la estrella que más resplandecía
vi confusa la imagen de María.

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A LUIS FELIPE DESTRONADO

¿A dónde vas ¡o rey! con tus pesares?
¿No sabes que en los mares
aun la roca inmortal de Santa Elena
te brinda con su asilo?
¿que allí lecho tranquilo
tienes guardado en la caliente arena?

Aun hallarás la arena removida
con la huella atrevida
de otro Napoleón, que destronado
fue también a esa tierra;
aun su lauro de guerra
los trópicos allí no han marchitado.

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A NAPOLEÓN

No es ira, no es amor, no es del poeta
inspiración febril, es más ardiente
la llama que discurre por mi frente,
y el alma absorbe, el corazón me inquieta.

Yo amo la tempestad, amo el estruendo;
cuando el vértigo insano me arrebata,
sueño que en nube de luciente plata
voy por el mundo un huracán siguiendo.

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A QUINTANA

Buen sabio, ¿de tu tierra y de la mía
tu corazón no ansía
el nombre oír que la memoria encierra
de los pasados años?
¿O a tu memoria extraños
serán ya los recuerdos de tu tierra?

Yo, Señor, que heredé de mis abuelos
un libro de consuelos
obra de tu lozana fantasía,
cuando eras mozo o niño,
tengo mucho cariño
al buen cantor de la comarca mía.

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A RIOJA

Rioja vive en ellas,
Rioja en esas flores
que brillan a mis ojos aún más bellas
porque son de Rioja los amores.

Esos albos jazmines
de su pecho llagado,
por enemigos fieros y ruines
fueron el lenitivo regalado.

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A SANTA TERESA

Dulce Teresa, virgen adorada
que estás entre los ángeles del cielo,
la que ceñistes el sagrado velo
de las castas esposas del Señor:
tú pasaste tus horas como el justo
en santa paz y religiosa calma,
volando al ciclo con gloriosa palma
arrebatada en alas del fervor.

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A UN AMADOR

Buen joven, en hora aciaga
fijasteis en mí los ojos,
pues los fijasteis risueños
y los apartáis llorosos.
Mal os quieren los amores
cuando eligen en su encono
mi corazón para blanco
de vuestro empeño amoroso.
Y en verdad que son injustos
pues ni antes, de vuestro rostro
ni después, he visto alguno
con perfiles más hermosos.

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A UN POETA CLÁSICO

Pulidísimo poeta,
que siempre os andáis buscando
cefirillos en diciembre
y florecillas en marzo.
Ved que es malogrado tiempo
el que gastáis en cantarnos
esas romanzas melosas
que a vos embelesan tanto.
Porque ninguno os escucha,
ni posible es escucharos,
ni debe ¡salvo los sordos!

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A UN RUISEÑOR

Ruiseñor, que entre las hojas
de la más florida acacia
has tenido todo mayo
fresca, primorosa estancia,

¿Por qué picas ese ramo
de menudas flores albas,
que te mece si dormitas,
y te acaricia si cantas:

Y a tu lado cariñoso
presta a un tiempo con sus galas
colgaduras a tu lecho
perfumes a tu morada?

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A UN VIEJO ENAMORADO

No lo toméis a consejo,
pues vos para aconsejado
y yo para consejera
inútiles somos ambos:
vos, señor, porque contáis
con muy razonables años
para poder en la vida
dirigiros ya sin ayo,
y esta humilde servidora
por tenerlos muy escasos
para poder con su apoyo
ir por la tierra marchando.

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A UNA COQUETA

Como aquellas lucecillas
vaporosas y ligeras,
que sin calor a millares
se levantan de la tierra,

Los amores en tu pecho,
fragilísima belleza,
sin que su fuego te abrase
alzan mil llamas diversas:

Brotan, lucen, se disipan,
otras nacen tras aquéllas:
la inconstancia las apaga,
la liviandad las renueva.

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A UNA ESTRELLA

Chispa de luz que fija en lo infinito
absorbes mi asombrado pensamiento,
tu origen, tu existencia, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.

Si eres ardiente, inamovible hoguera,
¿dónde el centro descansa de tu lumbre?
si eres globo de luz, ¿cómo en la cumbre
no giras tú de la insondable esfera?

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A UNA GOLONDRINA

¡Salud, dulce golondrina,
allá en el suelo africano
bella, errante peregrina;
salud, perenne vecina
del ardoroso verano;

Tu cántiga placentera
llevaste a lejanos mares:
la atrevida, la parlera,
bien llegada a estos lugares,
amorosa compañera!

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A UNA GOTA DE ROCÍO

Lágrima viva de la fresca aurora,
a quien la mustia flor la vida debe,
y el prado ansioso entre el follaje embebe;
gota que el sol con sus reflejos dora;

Que en la tez de las flores seductora
mecida por el céfiro más leve,
mezclas de grana tu color de nieve
y de nieve su grana encantadora:

Ven a mezclarte con mi triste lloro,
y a consumirte en mi mejilla ardiente;
que acaso correrán más dulcemente

las lágrimas amargas que devoro
mas ¡qué fuera una gota de rocío
perdida entre el raudal del llanto mío…!

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A UNA TÓRTOLA

Tórtola, que misteriosa
querella de amores cantas,
dolorida,
azorada, temblorosa,
como la lluvia en las plantas
conmovida;

Que levantas arrullando
de tu seno palpitante
la alba pluma,
como el agua murmurando
en las olas, vacilante
leve espuma:

Tórtola tímida y bella,
melancólica vecina
de los valles,
nunca tu blanda querella,
tu cántiga peregrina,
muda acalles:

Lleva a el aura ese ruido
que en las soledades mueven
tus acentos:
los ecos de tu gemido
siempre amorosos se eleven
a los vientos.

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ACUÉRDATE DE MÍ

Y cuando ya no veas
las playas españolas
que tan tristes y solas
van a quedar sin ti,
cuando estés en la nave
mirando al Océano,
acuérdate ¡ay!, hermano,
¡acuérdate de mí!

Si el cielo está sereno
y el agua hermosa en calma,
en tanto que mi alma
te sigue desde aquí,
en tanto vaya el onda
sulcando tu navío,
¡ay!

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ADIÓS, ESPAÑA, ADIÓS

¡Ah! cuando a partir vayas
al suelo americano
que para siempre, hermano,
nos separa a los dos,
a orilla de los mares
detente ¡ay!, un momento
y di con triste acento
¡adiós, España, adiós!

Cuando tus claros ojos
fijes de nuestra España
en la postrer montaña
que el buque deje en pos,
tendiendo entrambos brazos
allá desde el navío,
exclama, hermano mío,
¡adiós, España, adiós!

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AL EMPERADOR CARLOS V

¡Memoria al grande César! Yo le canto.
Si el rayo sacrosanto
del entusiasmo que mi sangre enciende,
alienta la poesía,
¿cuál mejor que la mía
de Carlos el espíritu comprende?

Alta categoría entre los reyes,
fueron, ya, de sus leyes
soberanos altivos los vasallos;
los príncipes de Europa
le siguieron en tropa,
sirviendo a su carroza de caballos.

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AL HADO

La estrella, el signo… ¡Ideal!
el Hado infausto… locura;
que para todo mortal
propicia, fácil, igual
en el mundo es la ventura.

Para el monarca opulento,
para el mendigo indigente
tiene la vida igualmente
un oportuno momento
de sonrisa complaciente.

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