La canción sin palmas de Vicente Rosales y Rosales

Un ritmo dócil, una emoción sedeña
En qué vaciar el oro de una canción humana,
Que tenga esa fragancia de la novia risueña
Que deja los corpiños olientes a manzana.

Unos vocablos tristes que hagan melancolía.
Y puntos suspensivos que dan tanto temblar,
Se fugen en un largo suspiro de agonía
¡Despertando un recóndito deseo de llorar!

Dame una gorga, Alondra. Yo cantaré contigo,
Ya que inquieto de celos, como tú ―todo amor—,
Bien me acostumbraría a comer granos de trigo
Y a beberme el rocío que amanece en una flor.

Oculta entre la rama, cubriendo a vientre el nido
Y el ojo redondo todo el oro del sol,
Dar mi trino más diáfano que engañar al oído
De una perla que rueda dentro de un caracol.

Una sílaba larga, larga, larga, muy larga,
En que se fuera toda la musicalidad
Inédita del alma, que se me ha puesto amarga
De succionar el gajo de la Sensualidad.
¡Una sílaba larga! Tan larga que midiera
Mis elasticidades. Y un modo de sentir
Que hiriera alma, silencio, corazón y quimera,
Como sobre una cuerda dulcísimo en que hubiera
Tendido largamente mi ansiedad de morir.

Unos ojos de humilde diafanidad celeste,
Unos labios floridos, sabrosos a panal,
Unas manos perlíferas y un suspirar agreste
¿No serían el claro motivo de cristal?

¡Oh! Canción sin palabras… Amor, novia trigueña,
¡Cielo azul que te acercas a la hora temprana,
A poner tu dulzura personal y risueña
En la paz inefable de mi abierta ventana!