Brumoso el ideal, la carne inerte…
Para otros dieron lana las vicuñas…
En este invierno -macho de la muerte-
¡cuántos nos hemos de comer las uñas!
Tres meses de hospital a leche cruda
o terminar mendigo y en muletas.
Brumoso el ideal, la carne inerte…
Para otros dieron lana las vicuñas…
En este invierno -macho de la muerte-
¡cuántos nos hemos de comer las uñas!
Tres meses de hospital a leche cruda
o terminar mendigo y en muletas.
Invierno, viejo amigo, se apaga ya tu pipa;
el humo de la niebla me invade la nariz.
Un lácteo sol, con tierna maternidad, disipa
la hiposa tos del humo que da la bruma gris.
Paterno sol de leche, la nata de la bruma
flota en la fresca fronda de un árbol y, todo es
una plenilunaria palpitación de espuma
que invade en liros sacros la gracias de tus pies.
Poetas: caracoles del viento.
En los del mar se oye el fragor marino.
En vosotros se oye el pensamiento.
Un unísono canto levantino
son las fuerzas del bien cuando el acento
del buen amor dirige su camino.
O cuando por perífrasis su aumento
depende las luchas del destino
que da flores de luz sólo un momento.
Mi vida ha sido un largo pecado; tú lo hiciste;
Yo que lo vivo siento
Horror… ¡Tú debes estar más triste!
Tú más triste, Señor, porque lo has creado;
Quien peca tiene el arrepentimiento,
¡Y el arrepentimiento no es pecado!
Relámpagos de un cielo de saturno,
Luciérnagas que pasan por la casa
Y logran alumbrar con luz escasa
El aire familiar y taciturno.
Relámpagos juglares de un nocturno
Y diminuto mundo que, en el asa
A veces de la lámpara, sin brasa,
Por raras circunstancias hacen turno.
Sube el verdor del campo hacia la altura
En la noche sin lunas y con estrellas,
Las estrellas agrestes y más bellas
Que el silencio soñó en la noche oscura.
Se refleja en cada órbita de aquellas
Desde la tierra azul la honda espesura,
Donde el temblor de la heredad madura
El esplendor que idealizó con ellas.
En las márgenes plácidas y quietas
Del río en cuyos bordes me recreo,
El agua entre las piedras del paseo
Va formando remansos y facetas.
Rompiéndose en puñados de saetas
Del horizonte alcanza el aleteo
Con el último y trémulo gorjeo
Que se oye del caudal entre las grietas.
Un ritmo dócil, una emoción sedeña
En qué vaciar el oro de una canción humana,
Que tenga esa fragancia de la novia risueña
Que deja los corpiños olientes a manzana.
Unos vocablos tristes que hagan melancolía.
Y puntos suspensivos que dan tanto temblar,
Se fugen en un largo suspiro de agonía
¡Despertando un recóndito deseo de llorar!
El día hincha sus llamas,
Buscan acribillados la sombra algunos asnos;
Y por entre las ramas
Levantan las cabezas y botan los duraznos.
Niños desherados de hambre y de sed maltrechos
Se acercan al pomar casi maduro.
Una niña harapienta muestra en parte los pechos
Y al ver que hurgo y deploro sus harapos deshechos
Se cubre con las manos el tesoro más puro.
Si no creaste otras cosas en tu sabiduría
Un futuro imperfecto más te atormentaría
Si yo no hubiera sido,
Mi vida no sería
Bajo los astros soplo de la tuya, Señor,
¡Cuánta fe faltaría!
Pero tú bien quisiste
En la iglesia de siglos de tu labor increada,
Angustiar esta llama de mi lámpara triste
Que casi no ardió nada
Alargar esta llama que mi carne consume,
Y ponerme muy hondo de este aliento
La intimidad del alma que en apenas perfume
De tu presentimiento.