La hoja,
sin saber que está muerta,
cambia la curvatura de su periferia
y declina
con el rigor de los cristales del agua,
en el universo de cuanto nace.
En su memoria de caída,
su orfandad precipita el derrumbe de su calavera;
se torna cieno
y sume el néctar de su proceso
en el poro subterráneo
de alguna raíz maternal.
Y en su largo viaje
de muerta hecha gota,
sin darse cuenta
de su trágica progresión,
vuelve a la copa de la rama,
en un gesto de insurrección infatigable,
se multiplica
y repite su hazaña mortal.