La seda de tus hombros de Ángel Cruchaga

Ya no temo a la muerte.
Me defienden tus manos y tus ojos.

Estoy tranquilo como un prado verde
donde sonríen los infantes de oro.

Ya no temo a la muerte;
Dios empieza en el canto de tus ojos.

Mi corazón se duerme
como un ciego en la llama de un sollozo.

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Se alza la luna siempre
más allá de la seda de tus hombros…

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