La diaria trashumancia del barro,
esta deletérea sensación humana
de saberse nómadas del tiempo
que nos roba la sombra, nos recuerda
la ira de los dioses, la venganza
por el hurto
ancestral del fuego.
Es esto:
caminar sin rumbo hacia el olvido,
sortear las tumbas del deseo
y del fracaso,
compartir la incertidumbre
con las tribus hermanas
oliendo el aire y sus serpientes
lo mismo que una loba.
Nada más solitario que el hombre
y su condición de hombre
fugaz y trashumante
que pasa las tardes mirando las veletas.
Nada más solo
que un poblador del desierto
necesitado y áspero.
Observa, y no lo pienses,
cómo te excluyen los planetas.
Van llegando al estanque las últimas palomas
mientras tiendes los brazos a la noche
en atávico rito de estrellas incipientes.
Mas ya nada te salva.
No hay más remedio, tú eliges:
Nietzsche, el alcohol, la demencia, el suicidio.