Recorro con el dedo los parajes lejanos,
los glaciares del norte, las pampas argentinas,
las soberbias montañas y las arenas finas
donde tienden su sueño los cansados humanos
en busca del sosiego de las playas marinas;
y de pronto me veo tocando con las manos
el paraíso entero con sus frutos paganos:
las manzanas de Tántalo y las murallas chinas.
Ese dedo que roza las costas caribeñas,
los altos de Txapala, las selvas intrincadas
y las taigas inmensas del bosque siberiano.
Ese dedo que cruza las montañas rifeñas,
el curso del Danúbio y las cumbres nevadas…
y hace del mapamundi la sombra de mi mano.