La fiel caballería fue invitada,
casi en bloque, al gran baile de la duquesa rusa.
Al repicar del alba, los húsares y ulanos
se armaron confiados para la cruenta lucha.
Coraceros y dragones les envolvieron por sorpresa
en una escaramuza sagaz como la niebla.
Relinchaban los potros, y en la extensa llanura
retumbaba el zumbido de cascos y metralla.
Entrechocaban los aceros, los sables relucían,
y el cornetín, sangrante, llamó a la retirada
cuando murió el alférez portando el necio trapo.
Un montón de gusanos quedó sobre el terreno
de uniformes raídos y empapados de barro.