Deslumbrante atardecer, pausado y silencioso.
La hora está en reposo,
tranquila
como un escalador que perdió el aliento,
el cordaje,
en su suprema ascensión.
El sol va rodando apacible
sobre un filamento incandescente.
Se refleja en los fuselajes la paz del cielo.
Mientras,
la Máquina potente se despereza,
y con su cóncavo movimiento
levanta un rumor cual relámpago incesante.
No pude retener por más tiempo esas manos
que partieron inopinadamente.
La desolación por la ausencia la llenó todo.
Pese al estrépito de la lluvia creí oír
el avión pasar bajo,
entre las nubes,
despegando desde el ara recóndita,
levantando plumones multicolores.
Todo se perdió: la infancia, la juventud.
Todo perdido entre la estructura invisible de vastos pliegues.
Y el primer amor pasó
y el segundo
y el tercero.
¿Y el dolor semejante a un diamante?
Y el remolino de arena
en su danza inaudible de hélices
confundiéndolo todo.
¡Todo se perdió!
Y eres un sicomoro al cual cientos de recuerdos
se prenden como en un viejo tendal.
Estás desnudo en la nieve,
en la marea flotando
como el dosel de una barca de piedra.
No hay suma que valga.
Pero ¿qué fue del desdén?
Y por los altavoces de la sala de espera del aeropuerto
se urge tu nombre.
Y el corazón
vuelve a latir en la ignorancia.