I
Bésame hondo y agudo, con un amor de viva llama; con sed, intensa, fuerte.
Bésame en la rasgada noche, mientras tiemblan las aves del cielo. Cíñeme a la rosa más leve, al silencio total, a la última estrella.
II
Quiero la trémula sombra de un ave, para oírte en el vuelo del silencio, y dormir en ti, con el beso de tu honda, en tu montaña pálida, con un poco de alas.
Nocturno mar, sube silencioso hasta mis senos, déjame sentir tu paso enlazado de espumas y ser toda tuya, sobre llamas húmedas.
III
Hoy el alma me pesa. Todo se apaga en mí, en un palpitar leve fundido a mi cansancio. En la sombra que te sigue susurrando, por este camino que es olvido y distancia.
Todo se apaga: este canto quieto en tus orillas, esta prisión de sangre y niebla.
IV
Llévame lejos de este mar sin límite, de estas olas frías que se agolpan a mi paso. Quiero apartar mi barca de su orilla nocturna y reanudar el viaje.
Quiero beber la luna en tu jardín de sueños. Llévame a ver crecer la hierba en el canto de los pájaros, con el último reflejo del verdor terrestre.
Seamos un corazón de viento y el color distinto en las auroras.
Tú y yo, en la primera lluvia que cae en el recuerdo.
V
Llévame lejos de este sosiego, quebrado en mis palabras, ebrio de llanto.
Llévame a un refugio de medusas y pálidas diademas; seré tu paisaje adherido a la piel de tu alma.
Rastrearé tu fulgor y correremos juntos sobre las gotas más finas, alargando el paso en este viento que gira.
Llévame a otro canto que no oímos, a otra plenitud.
Llévame a una dormida inmensidad de luz donde el alma se desnude.
No quiero ser más el follaje de la bruma.
VI
Voz de largo cielo; ida de mí, y a la vez tan mía.
Isla de amargura, perfil ardido, hora sin luna.
Ritmo interminable y entrecortado.
Hombre que acrecienta mi nostalgia, llama votiva quemando los recuerdos.
VII
Es una sed de tenerte, un fuego contenido, inagotable canto, un deseo que duele como fruta caída…
Una sed de sentirte como río creciendo entre mi tacto.
Un nudo de sollozos, un dolor que llora a las estrellas.
Es una sed mudable al no llegar y alejarme como un pequeño mar o espuma de ola, donde mi voz se vuelve árida.
Una sed de arrasar las márgenes del tiempo…
IIX
Labios imbesables y ausentes, que agigantan mi sed de lágrimas congelada. Dichosos silban a las hojas del alba, al perfume invencible, a los rayos celestes que se adueñan de mi forma.
Labios imbesables y ausentes, que envuelven mi presagio. Húmedos, abiertos a la luz, desnudos sobre tu cuerpo adormecido. Roca y marea, de un corazón que fue noche y fue desierto.
Labios imbesables y ausentes, islas de cielo, hojas entrelazadas, prado verde. Recorren las palabras y abren sus alas, en esta playa mía.
Labios que hieren como astillas, labios de fiebre, de fuego oscurecido.