La envidia, en sus negruras repugnantes,
Tiene también su mérito, y su alteza,
Y lleva un sello de inmortal grandeza
Cuando alienta en el pecho de gigantes.
¡Quién sabe si el Quijote de Cervantes
Fue una sonrisa amarga de tristeza
Al ver rendida su genial cabeza
Entre tantas de imbéciles triunfantes!
Esa envidia del genio, que ennoblece,
No es la vuestra ¡malvada camarilla
Del odio ruin, que achica y envilece!
Vosotros sois, cual perro de trailla,
Que a la vista del látigo enmudece
Y ante indefensa res soberbio chilla.