Con la puesta del sol los colorines cantaron:
de todos los puntos cardinales
convergieron los petirrojos en la almendra.
Paulatinamente llenaron con sus cuerpecitos
las ramas duras y secas del otoño.
Las jacarandas en tonos menores
y las nubes sonrojadas después del primer acorde
ensayaron el arte de la fuga.
Justo cuando el sol desapareció
los petirrojos ─al unísono─ de encendieron.
Imposible saber qué fue mas bello:
la intensa parvada y su acuerdo musical
o aquellos árboles prendidos en medio de la noche.