I
Hay mañanas
en que bajas al río
y te detienes
a escuchar en la corriente
la voz amorosa del mar.
Quisieras volar,
seguir el cauce
de su pelo suelto,
y tal esperanza te sostiene
sobre los juncos de la ribera.
II
Una paloma
cruza los maizales
quebrando
en violetas y grises
la certeza de las miradas.
Absortas en la luz
se doran las mazorcas,
brillanters contra el cielo
como lo ojos
colmados de placer.
III
Así mientras recobro
mi cuerpo lentamente,
la tarde en los balcones
toma la forma
de un barco que se aleja.
Entre las nubes que flotan
azules en el horizonte,
contemplo a la luna
dormir desnuda
junto al río.