A una rosa

Ayer naciste, y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida?
Y, ¿para no ser nada estás lozana?

Si te engañó su hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.

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Canción

¡Qué de envidiosos montes levantados,
de nieves impedidos,
me contienen tus dulces ojos bellos!
¡Qué de ríos del hielo tan atados,
del agua tan crecidos
me defienden el ya volver a vellos!
Y, cuál, burlando de ellos
el noble pensamiento,
por verte viste plumas, pisa el viento!

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Ceñida, si asombrada no, la frente

A Don Antonio de las Infantas, en la muerte
de una señora con quien estaba concertado
de casar en Segura de la Sierra

Ceñida, si asombrada no, la frente
De una y otra verde rama obscura,
A los pinos dejando de Segura
Su urna lagrimosa, en son doliente,

Llora el Betis, no lejos de su fuente,
En poca tierra ya mucha hermosura:
Tiernos rayos en una piedra dura
De un sol antes caduco que luciente.

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La más bella niña

La más bella niña
de nuestrto lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice
que escucha su mal:
Dexadme llorar,
orillas del mar…

Pues me diste, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer
tan largo el penar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,
Dexadme llorar,
orillas del mar…

En llorar conviertan
mis ojos de hoy más
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar
yéndose a la guerra
quien era mi paz,
Dexadme llorar,
orillas del mar…

No me pongáis freno
Ni queráis culpar;
que lo uno es justo,
lo otro por demás.

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Ya besando unas manos cristalinas

Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándome a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas;

ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,

estaba, oh claro Sol invidïoso,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.

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A CIERTA DAMA QUE SE DEJABA VENCER

Mientras Corinto, en lágrimas deshecho,
La sangre de su pecho vierte en vano,
Vende Lice a un decrépito indïano
Por cient escudos la mitad del lecho.

¿Quién, pues, se maravilla deste hecho,
Sabiendo que halla ya paso más llano,
La bolsa abierta, el rico pelicano,
Que el pelícano pobre, abierto el pecho?

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A CÓRDOBA

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
Que privilegia el cielo y dora el día!

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A DON ANTONIO VENEGAS

¡Oh, de alto valor, de virtud rara
Sacro esplendor, en toda edad luciente,
Cuya fama los términos de Oriente
Ecos los hace de su trompa clara!

Vuestro cayado pastoral, hoy vara,
Dará flores, y vos gloriosamente,
Del pellico a la púrpura ascendiente,
Subiréis de la mitra a la tiara.

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A DON CRISTÓBAL DE MORA

Árbol de cuyos ramos fortunados
Las nobles moras son quinas reales,
Teñidas en la sangre de leales
Capitanes, no amantes desdichados;

En los campos del Tajo más dorados
Y que más privilegian sus cristales,
A par de las sublimes palmas sales,
Y más que los laureles levantados.

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A DON FRAY DIEGO DE MARDONES

Un culto Risco en venas hoy suaves
Concetüosamente se desata,
Cuyo néctar, no ya líquida plata,
Hace canoras aun las piedras graves.

Tú, pues, que el pastoral cayado sabes
Con mano administrar al cielo grata,
De vestir, digno, manto de escarlata,
Y de heredar a Pedro en las dos llaves,

Éste, si numeroso dulce, escucha,
Torrente, que besar desea la playa
De tus ondas, oh mar, siempre serenas.

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A DON FRAY PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA Y SILVA

Consagróse el seráfico Mendoza,
Gran dueño mío, y con invidia deja
Al bordón flaco, a la capilla vieja,
Báculo tan galán, mitra tan moza.

Pastor que una Granada es vuestra choza,
Y cada grano suyo vuestra oveja,
Pues cada lengua acusa, cada oreja,
La sal que busca, el silbo que no goza,

Sílbelas desde allá vuestro apellido,
Y al Genil, que esperándoos peina nieve,
No frustéis más sus dulces esperanzas;

Que sobre el margen, para vos florido,
Al son alternan del cristal que mueve
Sus ninfas coros, y sus faunos, danzas.

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A DON LUIS DE ULLOA

Generoso esplendor, sino luciente,
No sólo es ya de cuanto el Duero baña
Toro, mas del Zodíaco de España,
Y gloria vos de su murada frente.

¿Quién, pues, región os hizo diferente
Pisar amante? Mal la fuga engaña
Mortal saeta, dura en la montaña,
Y en las ondas más dura de la fuente:

De venenosas plumas os lo diga
Corcillo atravesado.

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A DON LUIS DE VARGAS

Tú (cuyo ilustre, entre una y otra almena
De la Imperial Ciudad, patrio edificio
Al Tajo mira en su húmido ejercicio
Pintar los campos y dorar la arena),

Descuelga de aquel lauro enhorabuena
Aquellas dos (ya mudas en su oficio),
Reliquias dulces del gentil Salicio,
Heroica lira, pastoral avena.

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A DON PEDRO DE CÁRDENAS

Salí, señor don Pedro, esta mañana
A ver un toro que en un Nacimiento
Con mi mula estuviera más contento
Que alborotando a Córdoba la llana.

Romper la tierra he visto en su abesana
Mis prójimos con paso menos lento,
Que él se entró en la ciudad tan sin aliento,
Y aún más, que me dejó en la barbacana.

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A DON SANCHO DÁVILA

Sacro pastor de pueblos, que en florida
Edad, pastor, gobiernas tu ganado,
Más con el silbo que con el cayado
Y más que con el silbo con la vida;

Canten otros tu casa esclarecida,
Mas tu Palacio, con razón sagrado,
Cante Apolo de rayos coronado,
No humilde Musa de laurel ceñida.

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A DOÑA BRIANDA DE LA CERDA

Al sol peinaba Clori sus cabellos
Con peine de marfil, con mano bella;
Mas no se parecía el peine en ella
Como se obscurecía el sol en ellos.

Cogió sus lazos de oro, y al cogellos,
Segunda mayor luz descubrió aquella
Delante quien el Sol es una estrella
Y esfera España de sus rayos bellos.

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A DOÑA CATALINA DE LA CERDA

Tres veces de Aquilón el soplo airado
Del verde honor privó las verdes plantas,
Y al animal de Colcos otras tantas
Ilustró Febo su vellón dorado,

Después que sigo (el pecho traspasado
De aguda flecha) con humildes plantas,
(¡Oh bella Clori!) tus pisadas sanctas
Por las floridas señas que da el prado.

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A FRANCISCO DE QUEVEDO

Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?

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A JUAN DE VILLEGAS

En villa humilde sí, no en vida ociosa,
Vasallos riges con poder no injusto,
Vasallos de tu dueño, si no augusto,
De estirpe en nuestra España generosa.

Del bárbaro ruido a curïosa
Dulce lección te hurta tu buen gusto;
Tal del muro abrasado hombro robusto
De Anquises redimió la edad dichosa.

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A JUAN RUFO

Cantastes, Rufo, tan heroicamente
De aquel César novel la augusta historia,
Que está dudosa entre los dos la gloria
Y a cuál se deba dar ninguno siente.

Y así la Fama, que hoy de gente en gente
Quiere que de los dos la igual memoria
Del tiempo y del olvido haya victoria,
Ciñe de lauro a cada cual la frente.

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A JUAN RUFO, JURADO DE CÓRDOBA

Culto Jurado, si mi bella dama
—En cuyo generoso mortal manto
Arde, como en cristal de templo santo,
De un limpio amor la más ilustre llama—

Tu musa inspira, vivirá tu fama
Sin invidiar tu noble patria a Manto,
Y ornarte ha en premio de tu dulce canto
No de verde laurel caduca rama,

Sino de estrellas inmortal corona.

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A JÚPITER

Tonante monseñor, ¿de cuándo acá
Fulminas jovenetos? Yo no sé
Cuánta pluma ensillaste para el que
Sirviéndote la copa aún hoy está.

El garzón frigio, a quien de bello da
Tanto la antigüedad, besara el pie
Al que mucho de España esplendor fue,
Y poca, mas fatal, ceniza es ya.

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A LA ARCADIA

Por tu vida, Lopillo, que me borres
Las diez y nueve torres del escudo,
Porque, aunque todas son de viento, dudo
Que tengas viento para tantas torres.

¡Válgame los de Arcadia! ¿No te corres
Armar de un pavés noble a un pastor rudo?

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A LA EMBARCACIÓN

Velero bosque de árboles poblado,
Que visten hojas de inquieto lino;
Puente inestable y prolija, que vecino
El Occidente haces apartado:

Mañana ilustrará tu seno alado
Soberana beldad, valor divino,
No ya el de la manzana de oro fino
Griego premio, hermoso, mas robado.

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A LOS CELOS

¡Oh niebla del estado más sereno,
Furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa víbora escondida
De verde prado en oloroso seno!

¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno,
Que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh espada sobre mí de un pelo asida,
De la amorosa espuela duro freno!

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A NUESTRA SEÑORA DE ATOCHA

En vez, Señora, del cristal luciente,
Licores nabateos espirante,
Los faroles, ya luces de Levante,
Las banderas, ya sombras de Occidente.

Las fuerzas litorales, que a la frente
Eran de África gémino diamante,
Tanto disimulado al fin turbante
Con generosidad expulsó ardiente,

Votos de España son, que hoy os consagra
Sufragios de Filipo: a cuya vida
Aun los siglos del Fénix sean segundos.

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A UN CABALLERO DE CÓRDOBA

Hojas de inciertos chopos el nevado
Cabello, oirá el Genil tu dulce avena,
Sin invidiar al Dauro en poca arena
Mucho oro de sus piedras mal limado;

Y del leño vocal solicitado,
Perdonará no el mármol a su vena
Ocioso, mas la siempre orilla amena
Canoro ceñirá muro animado.

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A UN CABALLERO POETA

No enfrene tu gallardo pensamiento
Del animoso joven mal logrado
El loco fin, de cuyo vuelo osado
Fue ilustre tumba el húmido elemento.

Las dulces alas tiende al blando viento,
Y sin que el torpe mar del miedo helado
Tus plumas moje, toca levantado
La encendida región del ardimiento.

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A UN FRAILE FRANCISCANO

Gracias os quiero dar sin cumplimiento,
Dulce fray Diego, por la dulce caja;
Tal sea el ataúd de mi mortaja,
Y de mis guerras tal el instrumento.

Consagrad, Musas, hoy vuestro talento
A la monja que almíbar tal le baja,
Pues quien acabar suele en una paja
Sella ahora el estómago contento.

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A UN PINTOR FLAMENCO

Hurtas mi vulto y cuanto más le debe
A tu pincel, dos veces peregrino,
De espíritu vivaz el breve lino
En los colores que sediento bebe,

Vanas cenizas temo al lino breve,
Que émulo del barro le imagino,
A quien (ya etéreo fuese, ya divino)
Vida le fió muda esplendor leve.

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A UN SUEÑO

Varia imaginación que, en mil intentos,
A pesar gastas de tu triste dueño
La dulce munición del blando sueño,
Alimentando vanos pensamientos,

Pues traes los espíritus atentos
Sólo a representarme el grave ceño
Del rostro dulcemente zahareño
(Gloriosa suspensión de mis tormentos),

El sueño (autor de representaciones),
En su teatro, sobre el viento armado,
Sombras suele vestir de bulto bello.

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A un tiempo dejaba el Sol

A un tiempo dejaba el Sol
Los colchones de las ondas,
Y el orinal de mi alma
La vasera de su choza;

Él porque tres veces quiere
En las tres lucientes bolas
De la torre de Marruecos
Ver su caraza redonda;

Y ella porque sus corderos,
En tanto que el Alba llora,
Se longanicen las tripas
De esmeraldas y de aljófar,

A cuenta de los poetas
Que baratan estas joyas
Entre los que en avellanas
Les pagan a «qué quiés, boca».

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A UNA CASA DE CAMPO

Si ya la vista, de llorar cansada,
De cosa puede prometer certeza,
Bellísima es aquella fortaleza
Y generosamente edificada.

Palacio es de mi bella celebrada,
Templo de Amor, alcázar de nobleza,
Nido del Fénix de mayor belleza
Que bate en nuestra edad pluma dorada.

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A UNA CASERÍA

Oh piadosa pared, merecedora
De que el tiempo os reserve de sus daños,
Pues sois tela do justan mis engaños
Con el fiero desdén de mi señora,

Cubra esas nobles faltas desde ahora,
No estofa humilde de flamencos paños
(Do el tiempo puede más), sino, en mil años,
Verde tapiz de yedra vividora;

Y vos, aunque pequeño, fiel resquicio
(Porque del carro del cruel destino
No pendan mis amores por trofeos),

Ya que secreto, sedme más propicio
Que aquel que fue en la gran ciudad de Nino
Barco de vistas, puente de deseos.

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