Llamé una vez a la visión y vino.
Y era pálida y triste, y sus pupilas
ardían como hogueras de martirios.
Y era su boca como una ave negra,
de negras alas.
En sus largos rizos
había espinas. En su frente arrugas.
Tiritaba.
Y me dijo:
-¿Me amas aún?
Sobre sus negros labios
posé los labios míos,
en sus ojos de fuego hundí mis ojos
y acaricié la zarza de sus rizos.
Y uní mi pecho al suyo, y en su frente
apoyé mi cabeza.
Y sentí frío
que me llegaba al corazón. Y el fuego
en los ojos.
Entonces
se emblanqueció mi vida como un lirio.