Un dios misterioso y extraño visita la selva.
Es un dios silencioso que tiene los brazos abiertos.
Cuando la hija de Thor espoleaba su negro caballo,
le vio erguirse, de pronto, a la sombra de un añoso fresno.
Y sintió que se helaba su sangre
ante el dios silencioso que tiene los brazos abiertos.
Poemas de Ricardo Jaimes Freyre
(fragmento)
¡Un sol de otoño, señora mía
Un sol de otoño que envidiaría
la primavera del Mediodía.
También los valles visten de fiesta
cuando sus rayos doran la cresta
de la cercana colina enhiesta;
cuando se esparcen por la campiña,
sobre las ramas en donde apiña
su ardiente fruto la fresca viña;
cuando en las frondas el viento ruge,
gime y jadea, y al rudo empuje
la frágil rama vacila y cruje.
Las auroras pálidas,
que nacen entre penumbras misteriosas,
y enredados en las orlas de sus mantos
llevan jirones de sombra,
iluminan las montañas,
las crestas de las montañas rojas;
bañan las torres erguidas,
que saludan su aparición silenciosa,
con la voz de sus campanas
soñolienta y ronca;
ríen en las calles
dormidas de la ciudad populosa,
y se esparcen en los campos
donde el invierno respeta las amarillentas hojas.
Bebe ¡oh Dios! Entre los bosques, al través de la espesura,
los feroces jabalíes han huido,
y en la mitad de su carrera puso término a su insólita pavura
rayo ardiente y luminoso, de mi aljaba desprendido.
Bebe ¡oh Dios!
Junto a la clara linfa, bajo la luz radiosa
del sol, como un prodigio de viviente escultura,
nieve y rosa su cuerpo, su rostro nieve y rosa
y sobre rosa y nieve su cabellera oscura.
No altera una sonrisa su majestad de diosa,
ni la mancha el deseo con su mirada impura;
en el lago profundo de sus ojos reposa
su espíritu que aguarda la dicha y la amargura.
Lluvia de azahares
sobre un rostro níveo.
Lluvia de azahares
frescos de rocío,
que dicen historias
de amores y nidos.
Lluvia de azahares
sobre un blanco lirio
y un alma que tiene
candidez de armiño.
Con alegres risas
Eros ha traído
una cesta llena
de rosas y mirtos,
y las dulces Gracias
-amoroso símbolo-
lluvia de azahares
para un blanco lirio.
Con sus rubias cabelleras luminosas,
en la sombra se aproximan. Son las Hadas.
A su paso los abetos de la selva,
como ofrenda tienden las crujientes ramas.
Con sus rubias cabelleras luminosas
se acercan las Hadas.
Bajo un árbol, en la orilla del pantano,
yace el cuerpo de la virgen.
Por las blancas estepas
se desliza el trineo;
los lejanos aullidos de los lobos
se unen al jadeante resoplar de los perros.
Nieva.
Parece que el espacio se envolviera en un velo,
tachonado de lirios
por las olas del cierzo.
II
Bajo la luminosa, nocturna estela
y entre la polvareda de los caminos,
en busca de Santiago de Compostela
pasan, cantando salmos, los peregrinos.
Mientras en la penumbra de la mezquita,
donde con sus muezines rezaba el moro,
junto al abad severo que ora y medita,
los frailes soñolientos rezan en coro.
Sobre el himno del combate
y el clamor de los guerreros,
pasa un lento batir de alas;
se oye un lúgubre graznido,
y penetran los dos Cuervos,
los divinos, tenebrosos mensajeros,
y se posan en los hombros del Dios
y hablan a su oído.
Llamé una vez a la visión y vino.
Y era pálida y triste, y sus pupilas
ardían como hogueras de martirios.
Y era su boca como una ave negra,
de negras alas.
En sus largos rizos
había espinas.
Peregrina paloma imaginaria
que enardeces los últimos amores;
alma de luz, de música y de flores
peregrina paloma imaginaria.
Vuela sobre la roca solitaria
que baña el mar glacial de los dolores;
haya, a tu peso, un haz de resplandores,
sobre la adusta roca solitaria…
Vuela sobre la roca solitaria
peregrina paloma, ala de nieve
como divina hostia, ala tan leve…
Como un copo de nieve; ala divina,
copo de nieve, lirio, hostia, neblina,
peregrina paloma imaginaria…
Eres la rosa ideal
que fue la princesa-rosa,
en la querella amorosa
de un menestral provenzal.
Si tú sus trovas quisieras,
llegarían, como un ruego,
los serventesios de fuego
en armoniosas hogueras.
Darías al vencedor
los simbólicos trofeos,
en los galantes torneos
de la ciencia del amor.
¡Tú no sabes cuánto sufro! ¡Tú que has puesto mis tinieblas
en mi noche, y amargura más profunda en mi dolor!
Tú has dejado, como el hierro que se deja en una herida,
en mi oído la caricia dolorosa de tu voz.
¡Oh!, ¡Cuán fría está tu mano! ¿Ríes? ¿Por qué ríes?
Chocan tus dientes. Hay algo extraño en tus ojos. Tus miradas
hieren como dagas. Me hace daño tu risa,
me aterra el frío de tu mano descarnada:
¡Déjame huir! Ya la noche dolorosa nos rodeó
con el pavor de sus sombras… Hay un abismo a mis plantas.
La rosa temblorosa
se desprendió del tallo,
y la arrastró la brisa
sobre las aguas turbias del pantano.
Una onda fugitiva
le abrió su seno amargo
y estrechando a la rosa temblorosa
la deshizo en sus brazos.