Mademoiselle Satán de Jorge Carrera Andrade

Mademoiselle Satán rara orquídea del vicio.
¿Por qué me hiciste , di, de tu cuerpo regalo
la señal de tus dientes llevo como silicio
en mi carne posesa del Enemigo Malo.

¿Por qué probó mi lengua el sabor de tu sexo
y el vino que en la noche destiló tus pezones?
¿Por qué el vello que nace de tu vientre convexo
se erizó para mí con nuevas tentaciones?

¿Por qué se hundió en mis labios tu lengua venenosa
y se hallaron tus ojos con un lúbrico signo?
Y cuando haces vibrar tu desnudez lechosa
pienso en que debes ser la hembra del maligno.

Si se adueñó este ídolo de mi alma hasta la muerte
y no tengo la culpa ¡oh San Antonio casto!
Yo que era niño aún y como el roble fuerte
dejé quemar mi vida sobre tu altar nefasto.

Yo la he visto desnuda ¡Señor!, ¡si, yo la he visto!
Tembló y quedóse el alma eternamente muda.
Prefiero a ese recuerdo los tres clavos de Cristo,
la cruz, antes que verla en mis noches desnuda.

Señorita Satán, tú que todo lo puedes,
tus hombros, tu cadera que reclaman incienso,
tus suaves pies, tus brazos, son otras tantas redes,
tendidas hacia el pobre corazón indefenso.

Me diste el dulce gusto de tu boca, el turbante
martirio de tus muslos ceñiste a mi cintura,
y cuando fuimos presa del espasmo extenuante,
tu enorme beso fue como una quemadura.

Eres la hembra única, lo mismo en el reposo
que en el sexual combate, ¡Santa Orquídea del vicio!
Hasta cuando torturas con tu cuerpo oloroso,
no hay placer en el mundo que iguale aquel suplicio.

Satán, mujer que tienes un rubí en cada pecho,
tus verdes ojos lúbricos son siempre una asechanza,
tu desnudez que viene las noches a mi lecho,
para mi ciego olvido, es tu mejor venganza.