Tú, que ibas con tu padre carpintero
a la altura, Señor, a cortar abedules
y hacías con tus ojos
parpadear los mil ojos diminutos del hacha
y con tus tiernas manos llorar a las cortezas,
ten piedad por este hombre que hizo plana su vida
como una mesa humilde de madera olorosa.
No conoció del mundo
más que su casa, pobre barco en tierra,
y dio a su corazón la actitud de una silla
en espera de todos los cansancios.
Guía, Señor, sus pies por los bosques del cielo
y hazle encontrar sus muebles de madera
más adictos que perros que no enseñan los dientes
y olfatean los seres de la noche…
En tu celeste fábrica dale para sus manos
la garlopa del tiempo
y virtudes de nubes con aserrín de estrellas.