Ya no tiene mi sangre la sustancia
de miel cobarde y tentador aroma.
El látigo del tiempo cristaliza
secos rubíes de irisado fuego.
Cuando era flama de hojarasca, ardía
sobre las bocas en voraz relumbre;
hoy es carbón ardiente en el rescoldo
de sol madura en pródigo entregarse.
Quien me tomara como virgen campo,
se fue tras la moneda de la luna
y no sabe cuán densa ha florecido
su pisada casual de vagabundo.
Y el otro, en la renuncia del tesoro,
que daba muerte para darme dicha,
heló mi corazón en un espejo
donde está nuevo lo que está finito.
Encuentro y desencuentro fue condena
tocando simas de halagüeño infierno
para subir en rotos eslabones
como planetas libres al desastre.
¡Qué terca lava se fraguó en mi sangre!
Si por encanto el tiempo recobrara,
repudiaría Lázaro en mi pecho
la miel cobarde en los rubíes secos.