Prefiero a lo que miro lo que creo
Francisco de Quevedo
Es dichoso vivir en estos climas que permiten
relaciones normales
Montesquieu
Suavemente (si
lo considero
con ecuanimidad, acaso
sin rescoldos de pasión, es más,
sin interés; pero al fin y al cabo, suavemente)
te
miro,
mientras un norteamericano de origen africano
(obsérvese cómo venero la solidaridad y el pensamiento liso)
toca al fondo del bar, en piano blanco,
una pieza -y esto es lo importante-
cuya letra en tiempos menos lisos
fue «Easy living» y la cantaba Billie Holiday.
Lo importante -repito- es el recuerdo
que este arreglo trivial me trae de lo que era
vida,
y cómo los decorados, y la escena,
mudan por la memoria hacia horas que yacen
agazapadas en el alma.
La situación es siempre parecida:
Un rostro
de mujer -no necesariamente joven-
al final
del punto de mira de mi vaso,
unos ojos que miran de pronto, cómplices, animales,
como puestas de sol, unos labios
-que ya han dejado su carmín en cigarrillos-
húmedos,
el movimiento de una melena que roza una nuca.
Noches y noches, rostros,
mientras hilas la Nada
y sientes la ginebra calentar tu alma,
y a veces, por un instante,
notas que tienes en la mano
el secreto del mundo.
Todo eso junto eleva esta anodina
escena, y a quien seas,
a depurado Arte.
Desde luego
si decides seguirme mientras me siento tan activo
gracias al «Easy living» original y a las llamitas
de esos otros momentos,
casi me atrevo a prometerte
una experiencia interesante
-como muy poco, diferente-
y en ningún caso, espero, que vulgar.
Aunque seguramente a ti te da lo mismo,
a mí, no.