Más allá de la muerte de Rosario Acuña

Cuando la muerte tienda sus alas
sobre las sienes de mi cabeza,
y con sus duros labios de esfinge
bese mi frente pálida y yerta.

Cuando en sus brazos llegue a enlazarme,
y mis oídos oír no puedan,
y mis palabras no hallen sonidos,
y mis pupilas se queden ciegas.

Cuando ya nada del mundo pase
por los umbrales de mi conciencia,
recostada junto al abismo,
espere solo la paz eterna.

En ese instante supremo, el alma
mandará al cielo su luz postrera,
la última ráfaga de sentimiento,
la última chispa de inteligencia.

Con esa chispa, con esa ráfaga,
como fatídica visión horrenda,
irá el recuerdo, vivo y perenne,
de la católica romana iglesia…

y por encima de mi sepulcro
surgirá entonces mi anatema,
grito del alma que, eternamente,
irá diciendo = ¡maldita sea ¡ =