Estáis ahí:
tú, Maximino, tocas el laúd,
tu vieja madre, ex-artista
canta con voz cascada
estrangulada e íntima.
La Traga y otras dos vacas marinas,
bajo el parlante mirar de La Muda,
atienden el bar.
¿El bar?
Ángulo de habitación
con marineros de mirada erecta,
hombres de profesión indefinida
y un niño en andador
que come sesos y son las tres de la mañana.
Maximino,
como todas las noches,
una voz de abeja y misteriosa
te cita por teléfono
en el muelle;
no vayas,
tu madre dice
que quien te llama es un m.