Mercado de las ventas de Enrique Gracia Trinidad

Nada como las bolsas de plástico y de mimbre
flotando a media altura en el mercado,
bajo las manos de mujeres fuertes,
sobre pequeños carros donde un mundo cabe,
siempre dejando ver algún tallo de acelga,
una barra de pan o unas cebollas.

Es este un circo de alma insospechada:
el alboroto del frutero,
el perfume a embutido, a papel de envolver,
y la risa del tonto
que ayuda con las cajas de verdura.
El carnicero está de buen humor.
¡La mujer del pescado es tan hermosa!

No hay color en el mundo
como el que tiene un puesto de frutas apiladas,
un color oloroso de piel acariciable y fresca.
¡Hay tanta gente aquí, tanto alboroto!
-¿Quién da la vez?- repite el eco,
mientras un universo multicolor, sin tregua,
sofocante,
desfila siempre igual, distinto siempre,
junto al escaparate de aceitunas.
Se vocea el pimiento con eróticos gritos
y cómplices sonrisas,
interrogan al ojo del besugo,
miran en el profundo corazón
de la lechuga,
se palpa la manzana.

Es este el paraíso reencontrado.
A las diez de la noche
ángeles de amoniaco lo dejarán a oscuras, en silencio.

Pero antes de que llegue la limpieza
tenaz y redentora,
aunque el suelo esté sucio y maloliente,
el aire es de limones, de laurel o canela,
de verde perejil, gamba roja, café,
queso manchego,
vida.
Siempre se ve un cangrejo fugitivo
que busca un niño al que asustar
y lo consigue.