Desmigajando el tiempo
cual un pan mal cocido,
vago por estos rompeolas de Long Beach
mientras un sol equívoco anida en los mástiles de los veleros.
«Soy triste, luego existo», y de aquí parto
reconstruyendo lo poquito que me queda
de algunas inconsistentes convicciones.
Mi sombra se alarga y se adelgaza
hasta no ser ni sombra.
«Soy triste, luego…» y una
especie de añoranza de otros mares
me invade de repente. Los veleros
vuelven cabeceantes a sus dársenas.