Mil novecientos treinta y dos de José María Cuéllar

1932

Para siempre el recuerdo de la carne agujereada y la tierra llena de moscas.
De gente colgada en los postes del telégrafo y amontonados
A la orilla de la carretera como animales.
Para siempre el recuerdo de cuchillos pegados a la cintura
De los hombres, de la muerte que ronda en el secreto de las aves
Migratorias y desciende a la techadumbre ennegrecida de los ranchos
De paja como una paloma de San Juan;
Esparciendo su voz como guante de hierro de un caballero
Antiguo; sobre las costillas o el fémur de todos estos muchachos
Muertos de hambre que se levantaron en 1932;
Que apagaron las cocinas en la vieja heredad y subieron
A las ciudades para encender todas las luces.
Para siempre el recuerdo de esos viejos, de esas mujeres,
De esos niños, que murieron con un ramo de tierra entre los labios