Por un túnel tan negro que pareciera mi hijo
Se desboca la angustia
De hombres zozobrando en el diluvio,
Como descarrilado tren
En que van, pasajeros, la muerte y el olvido.
Y yo siento temor de verme en los espejos
Y de saber que estoy semi-espantado
Luchando contra el grito de los insectos
Que se enrolla en las torres de metal
Y en los candentes hilos telegráficos.
Y miedo de saber que tu total presencia
Invadirá ciudades abiertas en mi alma
E incendiará los lirios levantados
Donde ensayan su llanto las mariposas ciegas.
Porque yo soy, he sido y he de ser
El gran diseñador de mapas angustiados
Por los que cruzan rojos dos ríos, cuatro ríos,
Inválidas hormigas arrastrando,
Y porque de mis manos
Aun llueve la ceniza silenciosa
De una esperanza en ruinas.
Y caen de mis labios,
Como pájaros muertos, la risa y la sonrisa.
Y estoy aquí para gritar: ¡Momento!
Y para levantar en alto, sobre la soledad del aire,
Mi bandera perforada de gritos y lloridos
Y ver cómo mi lámpara de sangre
Ilumina la noche;
Para saber que el agua desbordada
Inunda tu presencia
tu presencia de ángel ambidextro
Y lava la tristeza resignada
De los caballos huérfanos.
Y estoy aquí para que al fin de todo
Me enfrente a Dios y pueda interrogarle:
¿En qué hoguera, Señor,
Se va a adherir mi alma a tus metales?
Y los paracaídas de los ángeles
Entonces se abrirán para asombrarme;
Y en la mitad del tiempo, socorrida de astros,
¡Habrá mil niños ciegos despertando!