Ya no advierto la espuma si al besar mi canoa
bifurca mis destinos en el agua,
ni el agua que ha tensado la leyenda,
desde esta incertidumbre hasta esos naranjales
donde rugen los puertos y late Andalucía.
Si hubiese muerto allá sería una piedra anónima,
dispersa en la metáfora del Tajo,
ligada a sus espíritus
como aún me anudo a este dolor
que ha impedido tañer mi novela en dos árboles.
Es mi pecho un laúd que esculpe en la marea
si oye a los difuntos su pregunta:
¿Qué verde interrogante o qué cascada
habríamos trenzado
en una misma huella, circular como el miedo?
Si memorizo,
configuraría un otoño,
donde las máscaras urden sus cadenas
muy lejos de mi sombra,
cuando mueren aquí: las lunas, los jaguares.