Nadie alcanzó jamás esta mañana
sin desgarrarse en ocres despedidas,
cada fortuna esconde sus heridas
y el silente pavor de una campana.
Uno concibe a Dios como velero
en cuyas tablas se erigen las ciudades.
¿Navego en paz y son mis soledades
esos pájaros que fijan el sendero?
Qué poco dura en casa mi alegría,
flotando entre el azar y la sequía,
agotada ficción donde perduro.
La mañana se rinde al mediodía,
que desdibuja toda fantasía
cuando el reloj traiciona su conjuro.