Nada, ni siquiera la vergüenza,
cambia una verdad
ya terminada.
Es la limpísima llanura en mate
de los puzzles acabados
veinte veces.
Por eso, nada.
Ni un pelo de punta ante las fotos
reveladas con retraso.
Nada, aunque oiga sobre ellas pasos
de gatos y de otros animales
que no salieron.
Ya es mía, y para siempre
esa boca con sonrisa
y con dos o tres ratones quietos.
Si al menos hubieras sido una
de todas las que fuiste hambrienta.