Como esos lugares de encuentro
que ves en los aeropuertos,
¿ya eres, sin palomas, sólo-cuerpo-suelo
para que puedan celebrar su cita
la flor y las agujas?
¿Y el resto? ¿Y todo lo que dejabas
para después de la muerte?
Como esos lugares de encuentro
que ves en los aeropuertos,
¿ya eres, sin palomas, sólo-cuerpo-suelo
para que puedan celebrar su cita
la flor y las agujas?
¿Y el resto? ¿Y todo lo que dejabas
para después de la muerte?
Con qué cara llorar en el teatro
César Vallejo
Como gotas de sangre los frutos de las moreras
pesan
y las doblan hacia el cristal.
Es fruta en sazón oyendo pájaros
que a su vez oye disparos.
Nada, ni siquiera la vergüenza,
cambia una verdad
ya terminada.
Es la limpísima llanura en mate
de los puzzles acabados
veinte veces.
Por eso, nada.
Ni un pelo de punta ante las fotos
reveladas con retraso.
No es nadie. La plaza está vacía. Los otros, ¿quiénes, viejo, son los
otros?
No es nadie. Es el error metiendo ruido, lima que te lima al otro lado
de la puerta.
Tienes que agarrarte a él, tú que no quieres sólo la verdad,
toda la verdad, la verdad entera.
Suaves vendas de marfil y verde hoja
las cortinas.
Ellas también.
Al igual que los jarrones y los libros
cuyo lomo incita a la caricia,
al igual que el abanico abierto en la pared.
También los muebles
y la máscara de paja.
Sé de una mariposa que, hora tras hora, se endurece
para fijar sus pies
sobre una flor de alambre.
La he visto
arrastrar sobres con radiografía
perseguida por remedios contra la calvicie.
Ya sabréis de alguno de esos sobres,
cuarenta kilos por uno noventa de estatura,
de la mano de su madre.