No es el hijo, ni del lobo ni de la cordera, de ahí su sentido de la
organización.
Acabo de contar 28 gaviotas rumbo al poniente. No es capaz de
bajar las escaleras corriendo como si hubiera visto un alma en pena
para comunicar a su mujer Guadalupe la noticia: 28 gaviotas
le recuerdan la fecha de su nacimiento, se retiene,
algo sombrío y que no remite de pronto lo apremia.
Pero pasa a la diversidad, así se zafa: cierto que está a merced
de la literatura pero quién no.
Graneros, kvas. Pushkin, Levín: no hay novela del siglo XIX que por
uno u otro motivo no le impresione.
Impresionable: las manzanas lo dejan boquiabierto.
Mucho más, el azul.
Su ambición es una: todo el vocabulario.
Describir el uniforme del teniente primero de húsares, la ambientación
de un rostro en una casa con establos y troikas,
olor dulcísimo a boñiga de los caballos.
Los vuelos y las telas (bromas) de los vestidos de Mademoiselle
Kaushanska.
Quizás, sus lecturillas no han sido del todo inútiles: ha dejado de
pensar en aquella reina suprema de las tablas aún sin historiar,
la actriz Olga Issamovna en cuyo amor, ocho años,
jamás hallará un pañuelo de cabeza ni un parasol.
La noche de la separación encontró en la sala un zapato, una
boquilla.
Noche de bodas.
Podía haber escrito una novela: sin embargo, son otras las escenas
que lo atraen.
Así, para 1974 (homenaje a Guadalupe) recompuso como en un juego
de bujías y tarjetas postales sus primeras contemplaciones habaneras.