Me voy
a Beulah
a Beulah
me voy
a mirar
al viejo
rabí
bailar
alrededor
del castaño
alrededor
del pozo
del aprisco
del lecho
de Betsabé:
fuente
de luz
fuente
de piedad,
zarza
ardiente
su pelo,
zarza
ardiente
los ojos:
ya va a
girar.
Poemas de José Kozer
Algunos poetas muertos nos plagian.
Su negro abrazo nos ciñe.
Afincan, abren las fauces.
Recobran el don que perdieron.
Mis minutisas poseen.
Poseen mis saetas el calicó y la gualdrapa.
Se apropian de mi padre el sastre.
En la vieja ciudad los canales de desagüe bordean los contenes
La vaca se inclina a lamer gozosa de moho.
Y mi madre estrellada tras los blancos sanguiñuelos en flor suma las lentejuelas
de su vestido se ríe delante de una coqueta.
Había anotado en una hoja de papel cuadriculado unos números.
Quemé la hoja no había quemado los números.
Me acerqué a la ventana contemplé un canal de aguas pensé en el salto del
delfín: una garza posándose en las marismas.
Harapos del espíritu santo harapos del espantapájaros.
La virgen sobre el asno recorre las empedradas calles de hallandale su efigie en los
canales de agua su manto blanco fulgura en
las colinas de hallandale.
Hecho visible cúpulas reales alcázares en las aguas reflejados pencas de agua
lacerando el asno de la virgen.
Me acerqué a la ventana contemplé un canal de aguas pensé en el salto del
delfín: una garza posándose en las marismas.
Estas aves se nutren de mariscos minúsculos.
vuelan procrean nutriéndose de unos mariscos del tamaño
de la punta de mis dedo6.
No sé qué es el cabrilleo de la luz al mediodía en un canal de agua.
La garza erguida siente hambre en su curva no sé si siente hambre o come
garza,
Y los insectos que devora no sé qué tienen que ver con la luz al mediodía
cabrilleando en un canal de agua.
Señor, de la enramada broten cocuyos brote flor de cerezo un cuenco de cere-
zas a la mesa una mesa de cerezo un mueble consola doce cuencos
multiplicados para los comensales de la comarca (Señor) el
cerezo aún cuajado para las bandadas interminables de paros
carboneros herreruelos gorriones.
Un campo de achicoria.
La vaca pastando la vaca pastando.
El campo agostado un último ramillete de achicoria en el florero de casa.
Círculos en derredor de sí misma el aura tiñosa.
Secos los campos muerta la flor de achicoria en el florero.
Una escalera de caracol
A manera de símbolo me rapo la cabeza.
Una postura de loto intermedia (respiración) diez minutos.
Guadalupe me trae una taza de anís estrellado.
El ajuar de los reyes las arras de príncipes, potestad de las crines.
Una tediosa adolescencia en una isla tropical.
Sólo recuerdo una mesa unos padres a la mesa una hermana: suma de millares de
días con sus mediodías (a la una de la tarde,
el almuerzo).
¿Qué vestían mis padres; quiénes eran?
Voy a participar del movimiento de las constelaciones.
Astilla o chispa del meteoro.
El agua está plácida el pez se esconde en los arrecifes: voy a cantar siguiendo el
sinuoso camino del riachuelo a una desembocadura de
juncos: un caramillo, a la boca.
Con la señorita Milena Josenká, tienen a bien invitar a Ud. y a su
distinguida, etcétera.
Aunque lo principal es que Franz haya dicho que no quiere prole.
Se comprende, también, su horror a las flores: le traen un recuerdo
tan malo del porvenir.
En mayo, qué ave era
la que amó mamá. o hablo de las mimosas.
Dice que no recuerda el nombre de los ríos que circunscribían su
pueblo natal: aunque
siempre se ahogaban
un varón y una hembra en verano un varón y una hembra en verano.
Había que ver a este emigrante balbucir verbos de yiddish a español,
había que verlo entre esquelas y planas y bolcheviques historias
naufragar frente a sus hijos,
su bochorno en la calle se parapetaba tras el dialecto de los gallegos,
la mercancía de los catalanes,
se desplomaba contundente entre los andrajos de sus dislocadas,
conjugaciones,
decía va por voy, ponga por pongo, se zumbaba las preposiciones,
y pronunciaba foi, joives decía y la calle resbalaba,
suerte funesta déspota la burla se despilfarra por las esquinas,
y era que el emigrante se enredaba con los verbos,
descargaba furibunda acumulación de escollos en la penuria de
trabalenguas,
hijos poetas producía arrinconado en los entrepaños del número y
desencanto de negociaciones,
y ahora sus hijos lo dejaban como un miércoles muerto de ceniza,
sus hijos se marchaban hilvanando castellanos,
ligerísimo sus hijos redactando una sintaxis purísima,
padres a hijos dilatando la suprema exaltación de las palabras,
húmedo el emigrante se encogía entre los últimos desperfectos de
su vocabulario rojo,
último padecía para siempre impedido entre las lágrimas del Niemen,
fin de Polonia.
Dile
a las niñas una u otra o vayan a posar un pie en la
habitación.
Entre, el notario.
Dé fe: tiene permiso para escriturar con palabras al
pie de la letra o tergiversarlas.
Mi asunto es otro.
Para Jorge Rodríguez Padrón
con Pizca
Le cupo amar los gorriones.
Porque era un hombre abundante y detestable quiso creerse oscuro
como si fuera un habitante de la ciudad de Viena
condenado a inspeccionar el mundo desde los
ventanales que Stalin concibió en el Kremlin.
No es el hijo, ni del lobo ni de la cordera, de ahí su sentido de la
organización.
Acabo de contar 28 gaviotas rumbo al poniente. No es capaz de
bajar las escaleras corriendo como si hubiera visto un alma en pena
para comunicar a su mujer Guadalupe la noticia: 28 gaviotas
le recuerdan la fecha de su nacimiento, se retiene,
algo sombrío y que no remite de pronto lo apremia.
Impávida: la princesita de Babiera en nombre de la
continuidad deshoja los narcisos.
Decapita las moscas.
El universo desde su ventana un bufón: colecciona torsos,
enjambres, debate la alegoría de los cuerpos, redondea
y ofusca un acertijo.
Dispone para su entretenimiento el ultraje de las formas.
En lo más crudo del invierno de 1981 encontramos en el único tiesto
vivo que quedaba en casa
una violeta
minúscula que en pleno día sin sol de sí arrojaba unas sombras
numerosas que se esparcían por el techo y por todas
las paredes
de la sala, desaprecían por las cuarteaduras y la hendija de las
maderas, nuestras
niñas
dijeron que se fugrían a los manantiales: no era vivamente todavía la
voz del hambre ni el diácono de las hroas
que llegaban
en su yegua con sus numerosas navajas barberas a raspar las cabezas
o cepillar algún mueble cuyas virutas
traerían
a la memoria los años e abundancia en que el caracol echaba de sí
grandes
multiplicaciones
y la luz nos confundía con aquellos limones grandes como vejigas de
oro: mucho
nos desalentó
aquella flor y más aún la luz que caía sobre el plato rebañado con sus
vestigios de otra luz
a la que sucumbieron
las grasas dulces de nuestras mujeres en sus faenas, la cópula dorada
de nobles panes a la mesa y el enredo de cuatro peces quietos con
su ojo de techo
en los platos.
Es una casa pequeña a dos niveles no muy lejos del río en un
callejón de Praga. En la madrugada
del once al doce noviembre tuvo un sobresalto, bajó a la cocinilla con
la mesa redonda y la silla de tilo, el anafe y la
llama azul de metileno.
Y se preguntan, cómo produjo aquel sauce
manzanas. Y
para qué, azules. No obstante, el salmón
de la alberca llegó del mar
y los niños
hablan de unas dalias mínimas que crecen en
sus agallas.