Observaciones de Rogelio Saunders

El vano intento de asegurar la puerta con una espina de pescado.

Los oblicuos, pardos obreros agrupados en el claro de luna.

Un niño. (¿Aviso? ¿Advertencia?)

Finalmente, todo ha de llegar.

El todo como Advenimiento.

El todo como Aparición. (Como presentación.)

El todo como una absoluta comicidad.

En ese momento, el Tiempo es igual a cero, la Materia es igual a cero, el Pensar es igual a cero.

Todo es igual a Cero.

Noche sin luz y sin tinieblas.

La luz, sin el día, no es más que luz.

(Pero la luz es el día.)

Por otra parte, en cierto momento has dado con la Coincidencia (el momento en que el número se convierte en imago). En ese momento, la realidad se convierte en Analogía. O mejor dicho: en ese momento se hace visible, perceptible (evidente), que la realidad es Analogía. (Apartando las telarañas de lo aprendido —de lo inoculado.) Así: como es visible un letrero de neón en una gasolinera abandonada.

Puntos de contacto.

Se ponen aquí y allá, pero el abismo está en la diferencia.

Infinita gradualidad entre lo oscuro y lo claro.

(Todo sería una simple tautología —por tanto un mero didactismo y no la Didaksis en sí misma— si no fuera por ese enrarecimiento que envuelve las palabras, que las sujeta y las separa, otorgándoles un desconocido temblor.)

(Se vería, así —pero este arte o ciencia no existe—, que el cálamo en la escritura deja una huella irregular en dos direcciones fundamentales y contrapuestas: horizontalmente, dibujando ornamentos que trazan, en la misma guía sintáctica que hace de todo lenguaje un instrumento perfectamente útil, la otra escritura (la escritura Otra), que es el puro movimiento (de despliegue en la superficie) del acto de escribir. Y verticalmente: por las distintas presiones (provenientes del Impulso) ejercidas por la mano sobre el cálamo (y por éste sobre la superficie en que se escribe), que valorizan ese mismo movimiento en términos de intervalo o punctualidad (en términos de Clímax), haciendo de toda escritura una escritura cuneiforme.
Ambos movimientos (o coordenadas, si la palabra no fuera tan engañosa) establecen (pero siempre establecen, pero ya siempre establecieron) un espacio o dimensión desconocida (unbekannte Größe) que está al mismo tiempo adentro y afuera (que es al mismo tiempo el acto y el hecho), y que podría ser simbolizado por la superficie única (la «palmada de una sola mano») de Moebius. En una palabra: el espacio de pura trascendentalidad o transinfinitud que es la Metáfora.
Estos dos movimientos, entonces, no son sino uno solo (separados, todavía —o cuasi separados, en pos de lo imaginario y no de la lógica abstracta—, por una especie de dialéctica analógica). Un único movimiento (el Ritmo-la Resonancia) que, tanto en presencia como en ausencia del cálamo, hace que toda palabra en un texto poético venga de lo Desconocido y vaya hacia lo Desconocido (que entendido como una única perversión es lo Incognoscible), que resuena en ella como el memento constante que emana de la presunción del origen (el «repliegue del Autocrator»). En medio de lo cual, un ojo inenarrablemente abierto y como sonámbulo cuelga libremente como un pececillo fantástico en una cuerda de ensueño. (¿Como un caracol nocturno en un rectángulo de agua?) (Puntos de contacto.) El ojo en equilibrio indiferente.
Esta graphia obscura es lo que late en toda página (en pos de la resonancia pura de la palabra que el Impulso señala o «elige»), y una conciencia aguda de este hecho paraasombroso es el despliegue transparente y polyrrítmico (la mise en page, como una respuesta de oráculo) de Stéphane Mallarmé: su extraordinaria sensibilidad (su hipersensibilidad) para el entre deux (para el «entreoído»). (Conciencia entendida como irradiancia, pero a la vez irradi) de la pura transitoriedad de la Existencia. O dicho de otra manera: que la Existencia sólo puede ser lección, lectura, tras-cendencia. El ser es Tránsito puro. Pregunta y sólo pregunta. La muerte es sólo el planteamiento de la Pregunta en su forma más perfecta.

Ilusión, pues (es-canción, es-criptura), es el único nombre que puede hacer justicia a la existencia de la Existencia.

Ya que la escritura es un mapa en profundidad: la proyectiviviscencia de un rostro.

Y un rostro, ¿acaso no es el azar?

La confusión fecunda de las distancias. Eso es un rostro.

La libertad: eso es el rostro.

Rostridad es el mundo (la Existencia) liberada del abrazo mortal de los significados. En el Rostro, la existencia ya no significa nada (es decir: ya no significa algo). Libradas a la Imaginación, todas las formas (todos los signos) remiten a la suave eficacia (al sin-esfuerzo) de la mutación infinita, de la Transitoriedad pura. El Rostro es la representación viviente (la vida como oración oblicua, la muerte como el paso por excelencia, como el Paso Falso) de la Metamorfosis. Rostridad es el grado cero.

La palabra (la escritura) es lo Real Posible.

La Poesía debe ser hecha por uno, no por todos.
Porque la poesía sólo puede ser hecha por uno, no por todos.

Por el puro azar de la tarea que quiere ser concluida (no hay azar tan puro como el de la inconsciencia de la conciencia, ya que las manos que tuercen no pueden saber lo que están haciendo), un pedazo de alambre adquiere, entre otras (entre infinitas otras) la forma convencional del átomo concebida por Niels Bohr (el atontado, el primitivo, el Noruego).

Allí centellea el final, como el tintineo de una cucharilla en una taza de té que sólo dura un instante, pero infinitamente. Campanilla tibetana en cuyo sonido está contenido todo el Himalaya, como en la palma de Buda están contenidas todas las peripecias de Hanumah, el Rey Mono.

Anatolia.

Todo eso concluyó. Fue consumido por el fuego.

Este, pues, es el Lugar de donde no saldremos nunca. El Lugar de donde nunca hemos salido.

El vuelo del sueño del sueño del vuelo del vuelo del sueño del sueño del vuelo.

El Impulso (el transcensus) pone en marcha el pensamiento del pensamiento. No pone en marcha. El impulso es el pensamiento del pensamiento: la cantidad de desconocido.

Mientras tanto, la Bestia escucha.
La Bestia absorta.

El vano intento de asegurar la puerta con una espina de pescado.

(¡Vaya idea!)

Todo eso concluyó. Fue consumido por el fuego.

Sin embargo, la idea fija se mantiene. La idea vaga, pero fija.

«¡Diez mil años! ¡Diez mil años!»

(Vaya idea.)

La idea vaga, pero fija.

La ficción (la fixión), en una palabra.

Turbios obreros reunidos como sombras chinescas en el claro de luna.

Anatolia.

El sueño. El vuelo.

Infinitamente.

La sonrisa (la budeidad) es eso.

La consumpción es infinitamente cómica.

El cielo sobre mí. ¿Qué significa eso?

Desde que hay cielo, hay Derrota.

Derrota: en dispersión ad infinitud.

Tintineos, tintineos, tintineos.

Escuchadme reír, desligado de todo sujeto en la unidad misma ilusoria de la escritura.

Un rostro que ríe: he ahí lo Máximo.

Rostridad: escrituras. Rostridad: escrituras.

Es el ojo que ríe, confundido con el resplandor donde todo lo creado es destruido, y donde todo lo destruido es creado.

Hanumah ríe: es Buda.

Buda sonríe: es Hanumah.

He aquí todo lo que he tratado de representar (es decir: de presentar en sí mismo y por sí mismo, infinitamente) con el nombre sonoro pero insignificante de anatolia.

O dicho de una manera más exacta (ya que todo comienzo no puede ser sino el olvido del origen, sino el origen del olvido):

O B S E R V A C I O N E S