Suele en callada noche hacia el oriente
De el horizonte alzarse parda nube,
Que se condena más cuanto más sube,
Inclinando su giro al occidente:
Luego insensiblemente
Su enorme masa por el ancha esfera
Va derramando negra y pavorosa,
Y crece y se difunde de manera,
Que sombras esparciendo tenebrosa
El éter hinche, y presagiando enojos
Esconde el alto cielo de los ojos,
Hasta que arroja del preñado seno
Un rayo y otro con horrible trueno.
En tanto el pastorcillo que reposa
En humilde cabana descuidado,
Atónito despierta, y azorado
La tempestad contempla estrepitosa:
Moverse a penas osa
De su lecho, temiendo a cada instante
Con su rebaño ser víctima triste
Del hórrido huracán, que fulminante
Su frágil choza y su ganado embiste,
Haciéndolo temblar el soplo fuerte
Del viento silvador, que con la muerte
Lo amenaza, lo asusta, lo comprime,
Mientras él en silencio tiembla y gime.
Así en el vasto americano suelo
De ibera encarnizada tiranía
Una lejana nube se veía
Preñada de opresión y desconsuelo,
Cuyo incesante anhelo
Decretos cual el rayo despidiera,
Conspirando tenaz y sin sosiego
A sofocar y aun extinguir do quiera
De santa libertad el sacro fuego
Que casi se apagaba, y solamente
Ardía, aunque acosado, más vehemente
De Victoria y Guerrero, altos varones
En los nunca domados corazones.
La astuta maña del visir hispano,
Redoblando cuidados y fatigas,
Con oro, con indultos, con intrigas
Ya de acallar, sino extinguir, ufano
Estaba el soberano
Ardor de libertad. ¿Y qué podían
Del Sur los héroes, solos, perseguidos,
Cuando en la huesa exánimes yacían
Mil compañeros de armas, o sumidos
En dura cárcel; y en estéril duelo
Otros valientes hijos de este suelo,
Su esclavitud llorando en sus retiros,
Enviaban al cielo hondos suspiros?
¿Y será que en mi patria generosa,
Do mora tanto Marte, no haya alguno
Que con grito valiente y oportuno
Oponga un fuerte dique a la ominosa
Desdicha que la acosa?
¡Ah, no! jamas será miéntras reside
En el dichoso suelo mexicano
Un hijo de Belona, un Iturbide,
A quien en su clemencia el soberano
Cielo dió su poder para que un día
Libertad respirando y valentía
De la patria al clamor se alze y con brío
Arranque a su cerviz el yugo impío.
Entonces ¡O qué gloria! independiente
El Anahuac, tronchada la cadena
A que el usurpador hoy le condena,
Alzará al cielo la humillada frente;
Y alegre y reverente
A su libertador, a su hijo tierno,
Su valor aclamando y claro nombre,
Tributará sin fin honor eterno,
Y hará que el orbe atónito se asombre,
Viendo que libre al fin por su constancia
Brota feraz su suelo la abundancia,
Los bienes, las virtudes, las riquezas,
La ciencias, las venturas, las grandezas.
¡O momento feliz! ¡dulce momento,
Apresúrate y ven! ¡y al nuevo mundo,
Que te suspira en anhelar profundo,
Da de su libertad el complemento!
Acabe su tormento,
Acabe su gemir, cesen sus penas;
Y arrojadas por siempre al hondo abismo
Caigan despedazadas sus cadenas,
Y húndase en él el fiero despotismo,
Y libres de despóticos tiranos
Prueben al fin los tristes mexicanos,
Fijándose en su suelo la ventura,
De libertad la celestial dulzura.
El momento se acerca. ¡Cuanta gloria!
Vas a alcanzar, o Marte americano;
La ventura esta vez del orbe indiano
No será ya, cual ántes ilusoria.
Contigo la Victoria
En tu bélico carro irá sentada,
Tu sien de mil laureles coronando;
Y dirigiendo tu invencible espada
Te hará triunfar del enemigo bando,
Hasta que el esplendor de sus acciones
Llevándose tras sí los corazones
Con el hechizo de tan dulces modos
Los una, y libertad alcance a todos.
Prosigue pues, caudillo incomparable,
Y desde Iguala marcha y apresura
Del fatigado Anahuac la ventura
Arrancándola al yugo detestable.
Que en tanto, jefe amable,
Que la grandiosa empresa finalizas,
Admirado de todas las naciones,
Y adorado del suelo que eternizas,
La patria en sus más tiernas efusiones,
Mientras festiva su placer exhala,
El Héroe proclamándote de Iguala,
Dirá bañada en dulce complacencia:
«¡Viva, viva sin fin la INDEPENDENCIA!»