El caballo

Un caballo de mármol ardiente
con panales de espuma y con miedos de hierba
en la boca, las orejas atentas oyendo
vibraciones extrañas al hombre,
sus patas como el cuello de las fuentes.
Y mariposas en la sangre,
y mariposas en el belfo,
con una prisa en el hocico.

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El guerrero

Los violines levantan a sus ojos delicadas columnas.
—La orquesta construye siempre de nuevo el mundo—.
Los bailarines victoriosos en un salto vibrante
se vuelven más que hombres, fuego.
Los cuadros abren puertas con ritmo.
—Los retratos desembarcan personas—.
Las viñas se pierden en los cristales.

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El tocar

La Cabellera quema el filo
entre la piel y el cielo
con sus llamas:
las encinas no alumbran su follaje
en las florestas lejanas,
los leopardos no encantan
entre verdes cortinas,
las piedras no recuerdan historias
en milenarias intimidades,
el sol no estalla espigas en una tierra azul.

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Intimidad (Como en cipreses a llantos largos)

Como en cipreses a llantos largos
no progresa la noche;
el blanco detiene un luto
de carruajes en la madrugada;
vacilan cirios como penumbras;
dudan alturas de cóndores en el olvido;
la pesantez no se arrepiente
ante luces sonoras de campanarios;
las cenizas impiden filos a los aullidos;
la lluvia desorienta las cartas
y sin embargo, el amor, de un corazón
retira sus hiedras,
una niña de oído fino,
de obediencia inclinada,
intenta demorar el amanecer en el bosque;
busca lo callado
para cubrir flores, agua de silencio,
hierba sin abejas verdes,
fuentes con rumores iguales
con que apagar ciervos y colores;
pero las cosas están respondiendo
a otras fechas, con hirviente trabajo fervoroso
como las estrellas, y no escuchan su seda.

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La adolescente

A Concepción Silva Bélizon

Desnuda, blanca, sola, como los huesos.
Un puñado de hormigas. Unas manchas de lluvia.
Una puerta. Unas brisas nacieron de sus madres.
—Sin libros, sin trajes, sin números,
entre la selva y sus paseos.
Abrazada en secreto por los árboles.

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La memoria

La historia no registra el pan crucificado,
el rey sin arcoiris, los niños, de colores,
quebrados por el crimen,
las batallas de encinares
contra el acero enemigo,
las hormigas vencidas por el peso.
No registra la nave
que arrastra su deriva
en aguas extensas
sin encontrar el puerto
que los mapas aseguran,
no registra las águilas perdidas
en el humo sin luz,
la catedral secreta de los pobres
sólo de llanto adornada.

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La que pasea

El aire la recibe cuando anda,
el cielo la posee, los árboles la besan,
la ama el mar.
Sus pies no pertenecen a su cuerpo,
sino al camino.
Sus piernas le obedecen
como columnas a la Música.
Sus pasos desprendidos del tobillo
no caen en el silencio
como sonidos huérfanos.

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