Siento cómo te vas,
cómo se apaga tu voz
mientras me preguntas
que qué he comido,
que si he hecho la cama,
que y los niños, cómo están.
Te pido con mi mano que calles,
que me mires y calles
mientras me dices todo con los ojos.
Siento cómo te vas,
cómo se apaga tu voz
mientras me preguntas
que qué he comido,
que si he hecho la cama,
que y los niños, cómo están.
Te pido con mi mano que calles,
que me mires y calles
mientras me dices todo con los ojos.
Siempre me gustó todo lo que no tuve,
por eso me gustas más ahora
que ya no eres mía.
Y quisiera comerte
desde el vientre a la boca
en el centro del parque
para que nos llamaran indecentes.
Porque debe olvidarse el amor
para que exista
me deshago el camino
y abandono las lágrimas
en la oscura escalera
mientras un corazón de napa
me crece entre los dientes.
Nacimos para morir,
y sin embargo…
Mujer,
hoy,
decaída,
me lloras en el hombro
y son tus ojos achinados
bellas postales
después de la tormenta.
¿Por dónde erráis
que el mundo es un abismo,
ojos de verdenoche,
tormento de desorden
de recuerdos fugaces?
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
Adiós la piel ligera,
de la mirada espejo.
Para hundirse en el pozo,
ganar peso, ser piedra.
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
Noche de otoño.
De alabastro los cuerpos
vuelve la luna.
El tiempo, sangre abajo,
va hacia Ninguna Parte.
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
Ahora que la noche funde
todas las cosas corpóreas,
y que la sangre se aquieta
con el reclamo nocturno,
lánzate al río del sueño.
Amor, criatura, duerme.
En el firmamento piel
se pone el sol de tus ojos,
la madeja de tus miembros
indolente se deshace.
Volver a verte.
Ve, corazón, no pienses.
Que pasen horas.
El amor, tigre
entre bambús, espera
para devorarme.
¿Por qué rendija
te escaparás, belleza,
del cuerpo ágil?
¡Si yo fuese garra,
cuánta sangre no haría
en la piel joven!
1
Sombra que eres mi sombra.
Bajo el sol del estío,
aún mayor frenesí,
balsa de incertidumbre.
Mi lengua desecada
quiere abrevar en ella.
Teme el rechazo de tu vidrio.
2
Tu cabeza inocente
en mi pecho reposa.
Piedra y zarzales
ardientes de mi enojo.
En el paisaje,
ansia de lejanía:
cae, cortina húmeda.
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
Vagarea tu voz
y los recuerdos cálidos
la tarde abandonada
y sus aceites sucios
un silencio maligno
se enreda en las amarras
con el té de jazmín
las luciérnagas tristes
y el fuego que no sabes
que se enciende y se apaga.
Luz de septiembre.
Corto un brote de hinojo.
Vuelven deprisa
veranos idos. Brumas
de deseos caducos.
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
A Frederic Amat
Brilla oscuro fulgor
dulce sombra dorada
recóndita insistente
que conmueve de afán
este mundo desierto
viva víscera tierna
juventud todavía.
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
por vez primera, dejo también el corazón.
No pasará otra onda rumorosa del río,
no quedará este chopo envuelto en fuego verde,
no cantará otra vez el pájaro en su rama,
sin que deje en el aire todo el amor que siento.
Mientras Virgilio muere en Bríndisi no sabe
que en el norte de Hispania alguien manda grabar
en piedra un verso suyo esperando la muerte.
Este es un legionario que, en un alba nevada,
ve alzarse un sol de hierro entre los encinares.
Mis ojos eran dos nostálgicas panteras.
¿Cómo era aquella luz que endiosaba mis horas?
Agria luz esmeralda del Ganjes y del Nilo.
La luz de las manzanas salpicadas de lluvia.
La luz que hay en las puertas con picaportes de oro.
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración.
En la noche respiro la noche de la noche.
Respira el labio en labio el aire enamorado.
En este edificio que había sido mansión romana y palacio árabe,
luego se estableció la Inquisición desde 1490 hasta 1821.
(De una Guía de la ciudad.)
Viendo la muchedumbre de papeles y libros sediciosos
que nos vienen de Francia, convendría que todos
fuesen quemados.
Créeme, no es piedad lo que siento por ti,
ahora que estoy lejos, sino un recuerdo herido.
Por ti y por el camino cegado por el bosque
que no pude seguir aquella noche joven,
perfumada y abierta como el cuerpo de un pino.
¿Recuerdas todavía el débil canto
del ruiseñor perdido en la enramada?
Viste temblar conmigo aquella noche
la copa del ciprés.
Desmadejó
el cielo hilos de luna por tu rostro.
Pero después del pájaro y la luna
se apagaron los astros.
Oigo como un rotundo tronar de capiteles
¿Abrirá tras las lomas el mar grutas azules?
Crece el musgo en las uñas de los leones de piedra.
Las ballestas apuntan al vientre de los niños.
El pueblo es un gran árbol de piedra retorcida
y la lluvia no cesa de suavizar su lomo.
He visto arder tus oros en los otoños de Murano,
en la cera aromada de los cirios de invierno;
tu verde en madrugadas adriáticas
y en los ciruelos de los jardines de Navagero;
tu azul en ciertas túnicas y vidrios
y en los cielos enamorados
de nuestra adolescencia
que nunca más veremos;
los ocres en los muros cancerosos
mordidos por la sal, en las fachadas
de granjas y herrerías;
tu rojo en cada teja de Venecia, en los clavos
de las Crucifixiones
o en los labios con vino de los músicos;
un poco de violeta
en los ojos maduros de las jóvenes;
tus negros
en las enredaderas funestas
sobrecargadas de Muerte.
La città è morta, è morta
S. Quasimodo
¿No tuviste bastante con morir una vez
en la muerta ciudad, que vuelves otra vez
entre sus cancerosos muros iluminados
a veces por verdores putrefactos?
Te veo sentada frente al horizonte
un cárdeno perfil de cicatrices,
el encinar herido por heridas,
el tomillo que embriaga los sentidos
y una flauta que suena interminable.
No volverá, no volverá, lo dice
la lágrima que cae de tu ojo, el dolor
musical, luminoso de tus huesos.
Vamos hacia el techo de las montañas,
a las praderas del cielo
vuelven las vacas más hambrientas que al alba,
helados sus hocicos, helados van los mocos
del zagal, mas se siente
un dios viendo abajo la noche
donde humean los techos de pizarra, las cuadras
aún aquí lame el sol gramíneas arrasadas,
raíces negras, urces, zarzas indomables,
son de cadmio las piedras, la soledad espanta,
sienten temor los burros subiendo más arriba
(qué horrorosa la idea de volver derrotados)
lame, sol, lame láminas de cielo tu miel,
pues no puedes ya entrar por los valles,
robar la niebla al lago muerto,
suspender el paseo de la loba
(hombres duermen abajo
sobre la hoz y el heno, tenebrosa
noche de los cubiles, ¿comerían
los cerdos a aquel niño?
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración.
En la noche respiro la noche de la noche.
Respira el labio en labio el aire enamorado.
Esa enorme piedra torturada
sostiene el techo de la Noche.
Esta enfebrecida carne penetra la oquedad de los siglos.
En torno un vacío que deshace o sustenta
la soledad del mundo, una luz que ilumina
las heridas producidas en el acero.
Nunca había pensado en recuperar aquel tiempo
mas aquí está tu carta desveléndolo
y esas palabras que la cierran
abriendo en mí otro mundo: Mientras tanto,
escucho aquella música y miro los jardines
de invierno.
(Bajaba entre cipreses, enredada en el humo
de las mil chimeneas, una niebla azulada.
Duermes como la noche duerme:
con silencio y con estrellas.
Y con sombras también.
Como los montes sienten el peso de la noche,
así hoy sientes tú esos pesares
que el tiempo nos depara:
suavemente y en paz.
Te han llovido las sombras,
pero estás aquí, abrazando en la almohada
(en negra noche)
toda la luz del mundo.