Ahora empezarás, mi vida,
a no dejarme vivir.
A que los días y sus noches sólo sean
el ahogo feroz de tu encuentro.
De tu incorporación a mí,
de tu revestimiento de mí.
A que mi sangre no sepa detenerse sola,
y se arroje a la tuya, a ti,
con la furiosa alegría de amarte,
del éxtasis de saberse tuya;
y de la angustia,
del tremendo milagro oscuro
¡que es pertenecerte!
¡Cuán delicada luz es la del joven
y qué perfumada sombra la suya
junto a la mía, opaca, envolviendo el ascua
del indomable anhelo!
¡Cuánta fragilidad en su paso,
en su atención a lo inaudible
que le atrae desde mi distancia…!
Sí. Yo tuve un mar sobre mi arena.
Un mar grande sin límites, compacto.
La tierra de oro que abrasa soledades
estuvo henchida augusta del mar que ya no soy.
Picaban gaviotas mi cuerpo remeciente,
movíanse las naves arriba de mis olas.
Necesito tener el alma mansa
como una triste fiera dominada,
complacerle con púas la tersura
de su piel deslumbrada en mansedumbre.
Es preciso domarla, que su fiebre
no me tiemble en la sangre ni un minuto.
Que la aneguen los fuegos del aceite
más espeso de horror, y que resista.
Nos miran;
nos ven, nos están viendo, nos miran
múltiples ojos invisibles que conocemos de antiguo,
desde todos los rincones del mundo. Los sentimos
fijos, movedizos, esclavos y esclavizantes.
Y, a veces, nos asfixian.
Querríamos gritar, gritamos cuando los clavos
de las interminables vigías acosan y extenúan.
En la tierra de nadie, sobre el polvo
que pisan los que van y los que vienen,
he plantado mi tienda sin amparo
y contemplo si van como si vuelven.
Unos dicen que soy de los que van,
aunque estoy descansando del camino.
Guardaré mi voz en un pozo de lumbre
y será crepúsculo toda la vida.
Ya girarán más leves los cuchillos
porque no encontrarán dónde herirme.
Erguida de rocíos negros,
para ti cantaré.
¡Que no me busquen los sin vista,
que no me llamen los ahogados,
que no me sientan los que huyo!
Las más jóvenes, deseándoos, avanzan
por estas avenidas de árboles fragantes.
Evaden primavera que a las flores oxida
con un ardor oliendo a frutas, a corceles. ..
¡Qué salvaje presencia la de las hembras púberes
entre glicinias cálidas, entre celindas vívidas!
Van a cantar las aves. Lo siento en mis costados.
Porque me tiemblan alas que nunca vi crecer.
Y súbitos los árboles sacuden sus mensajes
para que yo los coja y lleve por el viento.
Van a brotar más fuertes.
Desnuda y adherida a tu desnudez.
Mis pechos como hielos recién cortados,
en el agua plana de tu pecho.
Mis hombros abiertos bajo tus hombros.
Y tú, flotante en mi desnudez.
Alzaré los brazos y sostendré tu aire.
Podrás desceñir mi sueño
porque el cielo descansará en mi frente.
Hay dolores fluidos, del color de la sangre,
que transcurren del pecho dulcemente, ligeros.
Y hay dolores oscuros, sinuosos, tan lentos
que poco a poco empapan hasta un henchirnos ebrio
Dolores de locura, como vinos malditos
que nos arrojan, ciegos, a la plétora turbia
de una angustia sin ley, sin un fin, sin un eco!
¡Mis ojos no te buscan sobre la tierra inmensa!
eres tú mis ojos dilatándose.
Mis ojos te contienen; si lloras tú por ellos
soy yo que me libero de mí para que llores.
¡Cuán tú soy yo conmigo, amor; qué me enajenas!
Esperar es peor que nacer,
porque solamente espera el que se muere
de esperar sin hacerse con la vida
otra cosa que esperar. El esperarte.
Y atada a esa tu espera que me gasta
y que gasta tu vida sin traerte,
aquí me estoy muriendo de ansiedades
porque cabe, tremenda, esta esperanza.
¿Dónde se guarda la estrella mía,
mi cristal de amor?
La noche me niega su torso de aurora
y vamos extrañas, desprendidas,
sin coincidir jamás.
¿Para qué, si a nada le soy amor
soy yo amor en lo desconocido mío?
Esfera ceñida de esferas que no pueden
escaparse de la esfera única.
Manos esféricas ciñéndose a unas piernas
que se abrazan redondas, perfectísimas.
Si esta esfera que soy ya, que fui yo siempre,
desgajara de sí un anillo y lo arrojara,
se caería
cogido por su extremo, prolongándose
hasta pisar el polvo.
Tú vives en el alba.
Los pájaros te aclaman.
De túnicas de aves te viste la alegría.
¡Qué aurora la que exaltas!
¡Qué noble luz la tuya!
Te escuchan las mañanas y las noches
porque eres como un cirio,
porque eres como un corzo.
1. Recuperada
Sí. Eres el hueso de mi madre,
pero tu voz ya no es su voz tampoco.
La memoria de ella te rodea…
¡Su joven estatura, su alegría,
aquel ímpetu que me dio la vida!
su palabra fue marcando mi camino.
Mil años ante Ti son como sueño.
Como de aguas el grosor de una avenida.
Hierba que en la mañana crece,
florece y crece en la mañana
aunque a la tarde es cortada y se seca.
¿Qué es el tiempo ante Ti, qué son los truenos
que blandes contra mí cuando me nombras?
Caías en mí.
Eco de tu pesantez mi vida
era una canción precipitándose
en la eternidad.
Inmerso en mi silencio
eres el cielo que sostiene un arroyo,
que levanta un árbol.
En que un lucero corta su voz
de eternidad.
Encerrarte en palabras…
¡Que tú, tú, quepas en verbos, nombres,
y adjetivos intactos!
Que yo lo pueda decir todo:
lo nuestro, esto que hacemos
y estaremos haciendo siempre,
eternísimamente:
hablar, callar, ser tú y yo
siéndonos nuestros.
Voy ausentándome de mí.
Poco a poco, el lastre de ensueño cede
su sitio a la realidad doble
que es mi vida en transcurso.
¡otro ser dentro de mi carne
fragua su carne, su piel,
su corazón diminuto, mi estrella!
Yo no te pregunto adónde me llevas.
Ni por qué.
Ni para qué.
¿Tú quieres caminar?, pues yo te sigo.
Llevo luceros, luceros, en la mano derecha. Y llevo estrellas,
estrellas, en la mano izquierda.
Dime, hombre de todas las noches de luna, ¿qué mano va a
besarme?
¿Y de la vanidad…
qué me dices de la vanidad?
Tiembla la mano como tañida por un ángel terrible
y la vejez oculta la belleza aquella
que fue deseo de otros
y los rostros de pétalos caídos
sólo saben en los ojos que ya no hay esquinas
que doblar,
tan sólo el alarido,
el pulso de un final tan ordinario
como otros.
Si fueras el pecado y su tragedia,
quien aplica tortura
o simplemente firma los papeles,
si te fueras con otro
o compartieras cama
conmigo y otros hombres,
si fueras de una secta,
monjita de clausura o esclava del Diablo,
si huyeras de mis ojos
y arropases los tuyos
con una causa injusta,
si asesinases a tus padres
o incluso a nuestros hijos,
si mintieses en todo
o fueses tan sincera
que tu palabra hiriese
como daga o venablo.
Hace tiempo que sólo hablo en pasado,
que apenas soy capaz de atisbar un ahora
triste,
tristísimo…
y, solo, me refugio en los recuerdos
como queriendo encontrarme
en un calor de antes
que ya es frío.
Lloro a veces
y no sé por qué lloro,
quizás para intentar
buscarme en la humedad de mis mejillas.
Existo en tu cabello
y me deshago en él como incendiado.
Tiene entonces sentido la batalla,
tiene sentido el vivo azul Chagall
que cruza el ojo,
las doce en el reloj,
la música, el ocaso…
¡El ocaso!
Ahora que ya no sientes
la furia del ridículo encendiéndote
y me miras llorando,
suplicando mi mano para salir
de donde yo jamás podré sacarte…
Ahora que la certeza del final
se te ha clavado justo en las pupilas
y la vida penetra regalada
por esta sonda fría,
umbilical…
Ahora entiendes mi prisa,
mis ganas de tenerte
antes del dormitorio,
mi insaciable ansiedad
encarnada de piel y de saliva…
Ahora que te penetra el plástico
y no quieres mirarte en el espejo…
Ahora me pides, leve,
sin palabras,
que recupere el tiempo con mis manos.
Vivo mirando tus fotografías,
las del último agosto, cuando estabas
en una proa ajena y no pensabas
más que en tu soledad de ramas frías.
Presiento en tu figura otro paisaje,
otros amores rojos y paganos,
y siento que te rozan otras manos
como un puñal de fiebre, y un coraje
de celo y desazón me ahoga y vuelven
a morderme por dentro las entrañas.
Si yo supiera hablar
con las justas palabras,
si pudiera poner los nombres a las cosas
y hacer que así existieran,
si consiguiera hablarte
con la palabra exacta…
sabrías que ni antes
ni después de saberte
puede haber sentimiento
más intenso.
Hoy me he sorprendido
escribiendo de ti en pasado…
Era tan delicadamente cándida,
tan blanca era su piel
y tan suave,
tan hermosa su voz
y su mirada…
Luego he llorado
para hacerte presente
hasta que he comprendido
que te he querido tanto
que no te reconozco así,
desmadejada.