¡Pobre de mí! Las horas que pasaron
horas de luto y de pesares fueron;
y las horas que aquellas remolcaron,
saturadas de lágrimas vinieron.
¡Pobre de mí! Fatalidad sombría
me persigue doquier amenazante,
y en mis horas salvajes de agonía
es un nuevo martirio cada instante.
¡Pobre de mí! Para el dolor nacido
es mi vida tormento prolongado;
nadie ha sufrido lo que yo he sufrido,
porque soy, como nadie, desgraciado.
¡Pobre de mí! Sin esperar ventura,
triste vegeto en apárenle calma,
y al recordar mi historia de amargura,
me punza el corazón, me duele el alma.
¡Pobre de mí! Con los pesares lidio
sin esperanza, y los tormentos crecen,
y aunque bostezo hastiado de fastidio,
al bostezar mis ojos se humedecen.
¡Pobre de mí! La mente voladora
soñó un tiempo fantásticas beldades;
que mi alma, como fuego abrasadora,
formada fue de locas tempestades.
¡Pobre de mí! El alma que atrevida
audaz ayer lo desafiaba todo,
es águila sin alas abatida,
que impotente se arrastra por el lodo.
¡Pobre de mí! El ánima tan llena
de fuego juvenil, se fue gastando,
y es un alma infeliz, ánima en pena,
sombra del alma que cayó luchando.
¡Pobre de mí! Tormentos muy atroces
sin piedad mis entraíias atarazan;
ni en el bien ni en el mal encuentro goces,
la virtud y los vicios me rechazan.
¡Pobre de mí! No arrancan un gemido
los harpones que el pecho me atraviesan;
pero al sentir mi espíritu caído,
me pesa el corazón. Los muertos pesan.
¡Pobre de mí! Emponzoñada herida
desgarra al corazón gastado y yerto;
vivo para sentir mi horrible vida,
respiro aún para saber que he muerto.
¡Pobre de mí! El llanto comprimido
en mi rebelde corazón, guardado
tanto permaneció, que corrompido
en repugnante hiel se ha transformado.
¡Pobre de mí! En mi fatal carrera
llevo una vida miserable, trunca,
y al caer en mi lecho yo quisiera
no ver la luz, ni levantarme nunca.
¡Pobre de mí! Al que se muere envidio,
y lucho y miro en sueños agitados
el tentador espectro del suicidio,
y la faz de mis hijos adorados.
¡Pobre de mí! El porvenir aterra
de esas criaturas que mi pan reciben,
y los lazos que me atan a la tierra
no los puedo romper, porque ellos viven.
iPobre de mí! Hasta que yo sucumba
debo sufrir la saña de la suerte…
Sólo me queda una ilusión… la tumba…
¡Bendigo a Dios porque inventó la muerte!