educada para ser
la magnífica militante de base de un partido
que por no leer la historia de mi país
se ha convertido en polvo no enamorado sino muerto
preparada para una eterna carrera de fondo
tengo ante los ojos una pared impenetrable
detrás de la cual sólo hay
otros 50 años de trabajo y espera
Poemas argentinos
en otra vida yo miraba desde la ventana de un bar
cómo la tormenta aplastaba las flores azules contra los cordones
contra las paredes
y por ese momento único de la juventud que dura muy poco
supe que nunca olvidaría esa escena en que nada aparecía
de lo que amaba me interesaba o temía
ni novios ni odios ni otros poetas ni revistas de opinión ni
secretarios de barrio ni amigos imbuidos de una colonizada cultura pavesiana
sólo las flores azules y la lluvia
recuerdo el nombre del pueblo la hora y esa lluvia
que nunca en las décadas que siguieron confundí con alguna otra
Esperé ser la anfitriona elemental
de una estructura no corrompida
ofrecer entregas y apuestas
abandonar mi ciudad sin la sombra de la sal
ni de su adiós y memoria viva
ahora soy dueña de un sistema de condenas y salvaciones
de aceptaciones y rechazos
de una lista de buenos trabajos
de un lejano sabor a vida
de una única forma de limpiarme
en soledad
siempre volví en olor de bienvenida
flores animalitos de mis colores
corazones de papel que son los que me importan
y ahora entro en una casa donde
hay que dar la luz y el agua
y no buscar bebida en vaso limpio no la hay
sólo una voz por el teléfono
he aceptado entrar en una casa a oscuras
para que en mi vida no echara raíces el patetismo
Que haría yo sin tus flores
que haría yo sin esta permanencia
de tu gesto y tu lugar
Que haría yo si debiera pensar
en pérdida olvido y sobre todo final
Que haría yo si no tuviera
la certidumbre de tu memoria
Desde mi ventana
silencio de verano silencio de invierno
veo servir la comida
encenderse las luces
lámparas del atardecer mesas del mediodía
¿acogerían ellos a una sin patria?
¿no estaría mi corazón para siempre en otra tierra?
soy ajena a las ceremonias de la costumbre
que suelen acogerme para señalarme extranjera
vidas de espaldas al mar que es el camino de mi vida
A algunos les han quitado las ganas de hablar,
pasan mudos por el amor, aman perros vagabundos
y tienen una piel tan sensible
que nuestros pequeños saludos cotidianos
pueden producirles heridas casi de muerte.
Nosotros, seres amables e inofensivos,
miramos los gatos enfermos, las mujeres con collares
que pasan por la calle
y sentimos un desamor agradable,
casi suficiente.
Detrás de estos juegos de inteligencia
detrás de nosotros, que estamos en lo que podemos,
que sólo manejamos vasos al borde de la lluvia
vinos amicales,
fosforescencias del mar tienen su nombre,
que yo sólo puedo decir a través de ojos lánguidos,
sonrisas tristes mi amor devastado.
Todos pudimos apagar y encender las hogueras
digamos, las luces
los más inconscientes lo hicimos
pero yo pregunto
quién tuvo la valentía de verlas agonizar
y siguió hablando moviéndose
pensando en las celebraciones
sonriendo ante las consecuencias del cambio de estación
la luz que agoniza era una obra que amaba mi madre
en su fantasía del teatro
pero aquí no habrá salvadores
lúcidos detectives jóvenes enamorados
sólo héroes que miran cómo agonizan
y simulan vivir una vida
¿quién la llamó vida?
la luz de mis amigos en las cenas en mi ciudad
el perro de Anouilh que siempre aúlla para mí
casas de barrio a oscuras cazadores de lavabos de estación
mi amiga comprándome vino en el kiosco
un avión esperando para encender los motores
Que necia salir por esa ciudad
a recoger mis confidencias entre adúlteras
poetas de diarios pueblerinos
burguesías napoleónicas y analizadas
solitarios a los que no recuerdo en sus actuales escenarios legales
salvo algunas soledades de domingo a la tarde en la provincia
alguna etapa antes de volver al verdadero destino ignorado
que necia creer que siempre más allá
había un imperio con toda su fanfarria
y el exotismo de sus colores
y no sólo este trabajo mínimo y constante
ser armonioso sin conciliar unir sin renunciar
sé que largué un bumerang que todavía no volvió
marco un número a ciegas
creyendo saber a quién llamo
en realidad cubro el hueco de los llamados suspendidos
todo es verdad
la necrológica la fecha
la amiga avisándolo
pero esta noche tu voz
prolijo corrector
vino a consolidar y concluir aquel gozo
de nuestra amistad
con una cita imprecisa
Todos lo saben
y entonces buscan mi compañía para charlar por las noches.
Sin embargo yo conozco a alguien que quiere morir en paz consigo mismo
y me produce estremecimientos, insomnio, soledad,
porque la paz conmigo misma sería una guerra sin fin,
dos o tres asesinatos inevitables y alguna entrega desmedida
que no entra en mis planes.
Supiste quién era
antes de que yo empezara a sospecharlo
ahora caminando por lejanas y míticas ciudades
soy tu triunfo
vos hiciste esa figura que recorre lugares que nunca conocerás
pero son sólo tuyos para siempre
vos los soñaste yo los conozco
para mí las fachadas
para vos el deseo
lo único posible de ser llamado eternidad
Tantas flores a la madrugada tanto vino blanco con los amigos
íntima perdida última
tanta vida para la literatura
tanta hermosa fantasía desplegada
corazoncitos en los vidrios empañados en vez de amor
tanto lúcido ascendente iluminista buen alumno
aquellos mis amiguitos con su pacífico partido de izquierda
tanta prueba de amor colgada de un clavito
tanta vida tirada a los perros y a los cobardes
el recuerdo de algunos que en lo mejor de mi vida
en fin cambiemos de tema
después de besar a los íntimos todos los días
como si fuera la despedida del alma
puedo asegurarles que no les crearé ningún problema
soy muy inofensiva
no me pasearé por el mundo con plumas doradas
ni gritaré a destiempo
sólo que tal va consiga un bote al exilio
o todo termine en un claustro con una labor de petit point
Yo que moriré vendiendo las joyas
que nunca tuve
extiendo esta mano como si blandiera guante de encaje
que no conoció
porque hizo domésticas tareas
con sentido histórico hartazgo y cierta dignidad
yo que moriré
espero limpia y perfumada y es probable con olor a decencia
no olvidaré el escenario inaugural
donde se encendieron y apagaron las luces
donde creció mi adolescencia y murió mi juventud
Amor antiguo, cuya sombra empaña
mi cariñosa propensión de ahora,
eres como una sombra de montaña
sobre el encendimiento de la aurora.
Amor antiguo, cuya pesadumbre
traba la agilidad de mi alegría,
eres la tiranía de la cumbre
contra la libertad del mediodía.
Tan unidas están nuestras cabezas
y tan atados nuestros corazones,
ya concertadas las inclinaciones
y confundidas las naturalezas,
que nuestros argumentos y razones
y nuestras alegrías y tristezas
están jugando al ajedrez con piezas
iguales en color y proporciones.
Aunque el cielo no tenga ni una estrella
y en la tierra no quede casi nada,
si un destello fugaz queda de aquella
que fue maravillosa llamarada,
me bastará el fervor con que destella,
a pesar de su luz medio apagada,
para encontrar la suspirada huella
que conduce a la vida suspirada.
En la ciudad callada y sola mi voz despierta una
profunda resonancia.
Mientras la noche va creciendo pronuncio un
nombre y este nombre me acompaña.
La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz
enamorada.
No puede haber nada tan fuerte como una voz
cuando esa voz es la del alma.
No sé quién la lloró, pero la siento
(por su calor secreto y su amargura)
como brotada de mi desventura,
como nacida de mi desaliento.
Quizá desde un lejano sufrimiento,
desde los ojos de una estrella pura,
se abrió camino por la noche oscura
para llegar hasta mi sentimiento.
En cada ser, en cada cosa, en cada
palpitación, en cada voz que siento
espero que me sea revelada
esa palabra de que estoy sediento.
Aguardo a que la diga el firmamento,
pero su boca inmensa está callada;
la busco por el mar y por el viento,
pero el viento y el mar no dicen nada.
Aquellas cosas profundas
Que yo apenas entendía.
Desde que el amor las nombra
Me parecen cristalinas.
Aquel tiempo de otro tiempo,
Que sin gloria transcurría,
Desde que el amor lo empuja
Tiene lo que no tenía.
Aquella voz apagada
Es una voz encendida
Desde que el amor de fuego
Su fervor le comunica.
En su vecindad el tiempo
parece que no corriera,
pues el invierno es verano,
y el otoño, primavera:
Las noches se vuelven días,
los días no tienen fecha,
y cuando el sol se termina
parece que el sol empieza.
No digas nada, no preguntes nada.
Cuando quieras hablar, quédate mudo:
que un silencio sin fin sea tu escudo
y al mismo tiempo tu perfecta espada.
No llames si la puerta está cerrada,
no llores si el dolor es más agudo,
no cantes si el camino es menos rudo,
no interrogues sino con la mirada.
Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,
si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Firme en la majestad y en la armonía
de su maravillosa arquitectura,
cuya seguridad serena y pura
es más fuerte que el tiempo y su porfía,
tu casi celestial topografía
alza la claridad de su estructura,
dando cuerpo de paz y de dulzura
al alma de la eterna poesía.
Inaccesible al viento que suspira
por apagar la luz de su cabello,
inaccesible al pálido destello
de la estrella lejana que la mira.
Inaccesible al agua que delira
por llegar a la orilla de su cuello,
inaccesible al sol y a todo aquello
que alrededor de su persona gira,
la doncella en su mundo de diamante
inclina la cabeza lentamente
para escuchar en el remoto mundo:
el eco de un latido muy distante,
la resonancia de una voz ausente
y el sonido de un paso vagabundo.
El sentido del tiempo se me aclara
desde que te ha dejado y me has traído,
y el espacio también tiene sentido
desde que con sus lenguas nos separa.
El uno tiene ahora canto y cara
porque vive de habernos dividido,
y el otro no sería conocido
si no nos escondiera y alejara.
Para que el alma viva en armonía,
con la materia consuetudinaria
y, pagando la deuda originaria,
la noche humana se convierta en día;
para que a la pobreza tuya y mía
suceda una riqueza extraordinaria
y para que la muerte necesaria
se vuelva sempiterna lozanía
lo que no tiene iniciación empieza,
lo que no tiene espacio se limita,
el día se transforma en noche oscura,
se convierte en pobreza la riqueza,
el modelo de todo nos imita,
el Creador se vuelve criatura.
Yo que tengo la voz desparramada,
yo que tengo el afecto dividido,
yo que sobre las cosas he vivido
siempre con la memoria derramada;
yo que fui por la tierra desolada,
yo que fui bajo el cielo prometido
con el entendimiento repartido
y con la voluntad multiplicada;
quiero poner ahora la energía
de la memoria, del entendimiento
y de la voluntad en armonía
con la Memoria que no olvida nunca
con el Entendimiento siempre atento
y con la Voluntad que no se trunca.
Aquel entendimiento que callaba
tiene toda la voz que no tenía,
y aquella voluntad que estaba fría
tiene todo el calor que le faltaba.
Aquel entendimiento que ignoraba
tiene la ciencia de que carecía,
y aquella voluntad que no quería
tiene el deseo que necesitaba.
Tan unidas están nuestras cabezas
y tan atados nuestros corazones,
ya concertadas las inclinaciones
y confundidas las naturalezas,
que nuestros argumentos y razones
y nuestras alegrías y tristezas
están jugando al ajedrez con piezas
iguales en color y proporciones.
Aquel afán de ser, árbol amigo,
que me dejó grabado en tu corteza
fue tan grande y de tal naturaleza
que mientras vivas viviré contigo;
Pues hasta cuando el tiempo, su enemigo,
me haya borrado de tu fortaleza,
y estén muertas la mano y la cabeza
que me han dejado aquí, como testigo,
aquel afán de vida que me inflama
subirá con tu savia confundido
y, en un último esfuerzo de su ardor,
se asomará al temblor de cada rama,
al sagrado calor de cada nido
y al silencio feliz de cada flor.
Aquí donde la tierra es menos tierra,
donde el agua es el agua del olvido,
donde el aire es un aire sin sonido
y donde el fuego ya no mueve guerra;
Aquí donde la tierra se destierra,
donde el agua carece de sentido,
donde el aire prefiere estar dormido
y donde el fuego su pasión encierra;
el hombre de mirada pensativa
substituye las cosas de su casa;
la tierra, con su carne fugitiva,
el aire, con el aire de su aliento,
el agua, con su propio sentimiento,
el fuego, con el fuego que lo abrasa.
Bello sería el río de mi canto,
que arrastra por el mundo su corriente,
si dicho canto no naciera en cuanto
el río se separa de la fuente.
Bello sería el silencioso llanto
de la estrella en la noche de mi frente
si dicha estrella no distara tanto
de quien le da la luz resplandeciente.
I.
Acababa noviembre cuando te encontré. El cielo estaba azul y los árboles muy verdes. Yo había dormitado largamente, cansada de esperarte, creyendo que no llegarías jamás. Decía a todos: mirad mi pecho, ¿veis?, mi corazón está lívido, muerto, rígido. Y hoy, digo: mirad mi pecho: mi corazón está rojo, jugoso, maravillado.
Estoy de este lado
no sé cómo llegar a tu muerte
enamorarte los ojos
prenderle fuego a tus palabras.
En tu voz
veo barcos calcinándose de neblinas
y un rumor de sirenas
enlutando las anclas que buscan una pregunta
en las costillas del océano.
Todo recomienza.
El que ama se pierde.
Aún humea el ojo de los días.
En el templo las voces bordan los cielos
y las lluvias bendicen lenguas dolientes.
Un espíritu se ha levantado desde las fauces del océano
y su aliento incendia jardines de piedra.
El silencio tañe muérdago,
un ojo ríe
y cuerpos perdidos hienden la ausencia.
I
Una sombra improvisa rabiosas aventuras
en paisajes ninfomaníacos
con hombres a cara o cruz
curtidos por el sol y el viento.
No hace falta abrir la ventana del cuarto mal iluminado
para batirse a duelo con los traficantes de esclavos,
sólo se necesita la fiebre por la vida,
no dejar caer los brazos.
Ausencia eterna, hiere mi voz,
dame la palabra del rubí,
un canto del arpa, la belleza del trueno.
Que en cada oración encuentre mi reino.
Bendita sea tu desnudez enceguecedora,
tus frutos luminosos,
tu oro extremo.
Soy polvo, sangre, hiel
y nada en tu oculto lecho.
Hacia los cuatro vientos,
el polvo del camino nos nubló la vista.
Descendimos
hasta volver.
Estamos en todas partes y no somos nadie,
sólo la noche nos rescata.
Nuestro horizonte es la cruz del sur
donde ojos entrecerrados
aún tocan música.
Muerta la muerta, encendido su olvido
su nunca más de yegua desbocada, su noche
donde canta la piedra y la nube.
La voz de la muerta no muere, agoniza, permanece
y sus canciones encantan a los navegantes, a los no nacidos
y a los muertos que gritan en silencio
para que la muerta escuche y despierte sobre su muerte,
sobre los ojos enceguecidos y sobre el féretro de oro
de todas las aguas, ríos, mares y océanos
que atizan las lenguas de la intemperie.
Por encargo de Ludovico ‘el moro’
deletreé durante tres años la Ultima Cena.
No cometí ningún error,
fue mi voluntad que Cristo y sus apóstoles
se fueran desintegrando con el tiempo.
Cuando la cena sea nuevamente servida
otro Ludovico me encargará rehacerla
hasta que el vino vuelva a escasear.
La luna callada
canta en el valle.
Nadie la escucha
salvo Narciso
que ha extraviado su lago
y la mira.
La luna es nueva
y el río ya no es el mismo
pero tus ojos permanecen iguales;
sólo quien viajara hacia el fondo de su mirada
descubriría algo más que el paso del tiempo:
un animal enfurecido contra la jaula del horizonte.
Los sacerdotes egipcios fueron nuestros últimos testigos;
perduró la leyenda por boca de Platón.
Nueve anillos de agua y nueve de tierra,
y de anillo a anillo construimos puentes.
Rodeados del favor de los dioses
modelamos la alegría de los metales preciosos,
cultivamos la perplejidad de la filosofía,
la magia de la poesía.
Desconozco los planes del destino.
Soy el instante
en que la ausencia
es arrebatada por un silencio.
Oh mujer negra, negro corazón, labios impíos, gracia
sombría de árido y seco vientre; mar y nave, barco sin
rumbo, hundido y herrumbroso como el castillo del mago;
navío sin timón, naufragio.
Cuerpo candente, muérdago del deseo,
piernas nacaradas del puente,
piedra cerrada, muerta, olvidada por su olvido;
cuerpo para delatar la intemperie,
cuerpo donde aún la muerte es bella.