Queda la resaca de tanto café y cigarrillo,
el lejano fulgor de rubias y martinis más allá de toda madrugada,
las calles desiertas, un cuarto solitario, el dolor en la mandíbula.
Todo se reduce a balbuceos
cuando el cuerpo comienza a comportarse como una pesada carga
y los puños ya no responden.
Poemas argentinos
a Mario Morales
Tu capa roja sobre la arena
tu rojo haciendo la verónica para que la palabra siga su camino
y el sentido quede con los ojos furiosos mirando al público.
La escena es siempre la misma
y tu miedo aumenta con cada embestida,
sabes que nadie sale indemne de la lucha
donde una oración acomete con rabia un trapo agitado en el aire
una hoja blanca un muro
con silencios a punto de parir interrogaciones
con respuestas sin memoria.
Estas ramas
son tus manos
acariciando el cielo
después de cada tormenta.
Y esos dedos son llamas
encendiendo una noche
en la penumbra blanca de tu ocaso.
A Antoine Saint-Exupéry
I
Allí aquí
al borde
en el camino
lejos de casa
cerca del cielo
una sombra
el mar
una sombra
costa verde
agua dulce
un sueño
una duermevela
ojos rasgados
ojos pasmados
ojos sedientos
El viento
una encrucijada
el viento
una estela
el viento
aire nuevo
río ancho
río leonado
río furtivo.
II
Vuela
azul
asciende
volatinero
avanza
aéreo.
El aire te precede
la brisa te reclama
las nubes te oyen
el céfiro te acuna
Una ráfaga
sostiene tu aliento
un vendaval
hila tus sueños
una brizna
teje tu sino
un ventarrón
ilumina tu planeta.
III
Cabalga caballero andante
cabalga
entre el vértigo del Sur
y los campos elíseos
entre la Pampa sedienta
y los jardines reales.
Cabalga mi capitán
cabalga
que el día es eterno
y la noche infinita
que el alba es un océano
y el despertar un deceso.
IV
Correo del mundo
tu príncipe enjoyado
desvela poemas
en un planeta solitario.
La soledad de la guerra
la soledad del soldado
la soledad del niño
la soledad del hermano
hieren tu vuelo
de jinete solitario.
Y yo canto al cielo que hay en ti,
ungido de luna;
recuerda en la noche
cuando el mundo rodó al mar,
recuerda en la noche,
recuerda que éramos lo que somos:
carceleros de horas y torres,
hermanos del viento
extranjeros bebedores del rocío,
un ojo hacia el que ascendemos.
V
—————–(recitativo)—————————–(coro)
Yo soy
el ciervo blanco del mar————————-profano las playas
el viento ácido de los puertos—————–escucho los secretos
el dolmen iluminado—————————–adivino la luna
el dios radiante del diluvio——————— codicio tu sangre
el libro muerto de una noche——————oculto la rueda
el ojo celeste del paraíso———————–miro el humo
la llave roja del templo—————————devoro tu astucia
la serpiente de la higuera———————–custodio tu aliento
los espejos de un castillo en ruinas———resucito en tu sombra
las moiras de un canto floreciente————invoco tu infancia
el gallo de las pléyades————————–confundo tu lengua
el príncipe inerte del miedo———————amparo tus estrellas
¿Quién
encontró el ala rota del buitre ——————el cielo oscurece
fundó el agua en el océano———————el fuego no consume
gritó el nombre que nadie recuerda———-el cuchillo desciende
veló sobre la montaña y el bosque———– el águila no canta
derribó el muro donde dormía el viento —–el vacío no recuerda
dibujó el sol de medianoche——————- el carbón es una espada
llamó a Saturno para invadir los lechos—–el corazón es la intemperie
convocó a la razón para abortar al niño—– el que ama se pierde
comenzó el delirio y encerró el laberinto—-el toro fecunda la ausencia
cruzó el puente y apagó la lámpara?——– el crimen es sueño.
Canta
vuela
baila
bebe el vino
transatlántico.
Sueña
corre
ríe
susurra un arcano
olvidado.
Marinero marinado
juglar de vuelo alto
piloto de tormentas
príncipe destronado.
Estas playas se desnudan
ante tu mirada
estas playas se desvanecen
ante tu magia.
La infancia
un jardín enloquecido.
Mirra e incienso
tu casa
carmín y fuego
tu reino.
Telares del alba
muerden tu deseo,
la rosa negra
te eleva
entre las brumas
y enciende
las luces del alba.
Un muro de silencio
cubre las puertas doradas,
cal de la memoria
y sal del desencuentro.
Tu alfabeto hollado por la luna
una plegaria que horada el tiempo.
Bebe
has visto a Saturno en el leprosario
baila
el cielo vacía una blanca taza
sueña
un corazón es una trampa
canta
una sinfonía enloquece.
El sapo común, que con la lengua caza los bichos al vuelo
y salta, chueco, trillando los yuyos tórridos y espoleando
las sombras, pardo, noctámbulo, bufón de la zanja,
debe sin duda su aspecto al sapo singular
del mundo de los arquetipos, que brinca sin hambre ni sed
por la vegetación inmóvil de un jardín modelo
conservado en un clima ideal.
Dale, dale, la mano que sostiene en lo alto la linterna
empieza a aflojar, es ahora, da dos pasos, uno, dos, tus primeros
sigilosos pasos en la arena del otoño, uno más y ya son tres,
quitando esos pinos de alas caídas verías
la casa en la loma y vaquitas tascando
el forraje en la hondonada, sí
Pero para qué, los pinos no pueden correrse de ahí
ni la luz cebarse en otra especie más pía,
dale, con el taco marcando la arena, el pasto que invade la arena,
abajo, y a no buscar auxilio en las estrellas esterlinas
hacen su negocio sobre los techos herrumbrados,
dale, hasta que sola en un palo encogida de hombros la rabona
garza bruja con un cuac pelado corte el viento
nadie va a salir a buscarte, pensando si estás vivo o qué.
Negado por la naturaleza como sin duda
lo hubiera querido hacer su padre, vuelve a estornudar,
mezcla de varias especies que tras disputarse el predominio
se dieron todas por vencidas, abandonando el terreno.
Con varas de nardo su genio personal
debe estar haciéndole cosquillas en la nuca
para que sonría así, estirando dos labios de camello,
por debajo de un objeto nasal de neto corte papú.
Y a la vuelta del granero, tres ratas de oscuro y húmedo pelambre, rudas, ojos de confite, que salen despedidas por la boca de un desagüe, una atrás de otra, como por un recto. Hace apenas un instante, sus patitas apuradas en la cañería rat ra rat, rat rat.
A mí dame las nubes, ellos
pueden quedarse con el viento
ahora sin nada para empujar.
El grito del afilador, las hojas curtidas
de enero y febrero y todos los demás
sonidos humillados. Ves la lluvia
cómo a ratos pierde fuerza
sobre el capot de un auto que pasa.
Una alambrada donde se cruzan
tallos de distintas zarzas y unas pocas
cañas emergen con sus penachos entre flores
acampanadas, tampoco muchas, de un color
que remeda al lila, pero que es silvestre.
Hay un grupo de estatuas entre los arbustos
del que la niebla apenas perdona las cabezas.
El sol deformado tras un culo de botella
en un cielo con emplomaduras sobre
la cabecera del puente, negros los fierros,
negra el agua, gris sucio el smog por toda conciencia
fluctuando en la tibia compota otoñal.
Fletar muertos de una orilla a otra la misión del botero,
cada muerto con su moneda debajo de la lengua
a modo de peaje, pero este que rema de memoria
en el agua que hace globitos, quince golpes
de remo cada vez, iguales en técnica, frecuencia y empuje
hacia una playa de óleo y dispersión, barro, pelos, paja,
detritos alquitranados, el muelle de teclas entre camalotes
de un verde flema con flores que son
cada una una paradoja, este botero hundiendo,
empujando, hundiendo, empujando
el remo en el agua con visos de azul en lo negro,
de morado en lo azul, no es el botero sino un botero
al que le falta una pierna, no importa, se arremanga,
los que transporta tampoco están muertos, mustios
tos doce horas de trabajo, a lo sumo, y sin nada que decirse.
Un bel morir tutta la vita onora.
Lo the fair dead!
Petrarca super Pound, 1989
No hay, acá no veo, un pedazo de madera
nunca va a enceguecer, ojos de carne
y cáscaras de huevo acá no veo;
el viento se basta con el dolor de las hojas
y la puerta del altillo que golpea
mal cerrada; acá no hay
sino ver y desear, no veo
sino morir con deseo.
que hayan nacido de mujer
la escamosa superficie de estas islas
no puede engañarme:
estas no son las hijas verdaderas
del volcán que ardió en el Pleistoceno,
son apenas figuras que el sueño
engendró torcidas
más por diversión, por capricho de artista
que por mejor imitar a su modelo;
les paso la mano por encima
y agarro aire, si es que agarro;
si es que muevo la mano, si pudiera
moverla, si tuviera
mano:
lo cual no es obvio, lo cual no es evidente.
La sombra de mi mano derecha
es una mano izquierda – lo que escribo
alguien lo escribe desde adentro del papel,
la punta de su lápiz contra el mío.
Me gustaría saber si ése es feliz.
Me gustaría saber cómo suenan
esos versos que corren al revés
rumbo al Oeste de un mundo inclinado.
moverme yo sino por la parálisis
simultánea de la opacidad
y del sentido: te miro
desesperado, no parece que lo notes,
parece, no parece, me acuerdo
que acá le dicen brillos al diamante.
Como quien percibiera dormido el cuerpo
inmóvil, sin entender que se está quieto
porque uno duerme:
y le ordenara, en el sueño, moverse,
sin lograr que obedezca, estando,
como está, boca abajo, dormido:
en un cuarto feo, azul
que por suerte o por desgracia uno
no llega a ver
estando, como está, dormido,
estampado en la cama, creyendo
que se quedó paralítico, que
la cama, horizontal, es un muro
vertical, o peor, una barrera
invisible
como el cuarto feo y azul
que, por suerte o por desgracia, uno
no llega a ver
soñando, como sueña, que está
paralítico entre el rojo
zigzag.
es sutil el origen de estas islas,
que trae la noche y vienen con el sueño.
Algo que, digamos, hubiera quedado irresuelto en el pasado
aunque es inútil buscar, retrospectivamente,
cicatrices o indicios de angustia
en las calas cubiertas de resaca,
en el pueblo negro de iguanas
sobre la costa catatónica:
la búsqueda podría,
como un detective distraído, fabricar pistas falsas
o adulterar las verdaderas.
He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Marea de mi corazón
déjame ir
en las ligustrinas
como un insecto o como la
misma ligustrina en el rumor
en el rasante
vuelo de las
golondrinas alrededor
de los aleros en la música
minimal donde se hunde
mi vecino mientras tapiza
con golpecitos los respaldos
de las sillas en el sol
rasgado por la brisa
no ser lo otro
lo que mira.
Aquella luna roja en la vigilia
bebió la sangre de mi entraña.
Hubo demonios escondidos
en el trigal
que sorbieron todas las gotas de mi savia.
Sin buscarte,
habías venido a mí.
Estaba mi boca entreabierta deambulando por los senderos secos y
agrios,
cuando fui a tu encuentro.
Me sumerjo en el imperio de la noche
desde aquel palacio rodeado de un séquito de dioses
que hieren con sarcasmo
mientras recogemos lirios prohibidos.
Mi cuerpo
a veces deshabitado del presente
comienza a ensoñar
recorriendo los laberintos del sexo.
Por qué, padre,
me he jugado la vida.
Hubo un tiempo
en que aceché al ser
que fisgoneaba por sentidos peligrosos.
Y así , con el ardor ácido de un golpe invisible,
se acalambrararon mis carnes
aguijoneadas mil veces
por esa furia execrable.
Te amé entre la letra negra de átomos iracundos.
En el instante fugaz de un encuentro azaroso.
En la embriaguez de un corazón transfigurado
por resplandores marchitos.
En la tormenta estival de amores desechos.
En la ruptura del otoño imaginando tus orgasmos.
El carnaval explota en sus colores.
Un hombre baila con la muerte en el centro de la pista,
lleva en sus brazos un esqueleto y todos miran, ríen y sospechan.
Hay hombres que creen que el carnaval constituye algo así como la vida,
se disfrazan a diario,
disfrazan a sus mujeres.
Me hablas desde el pasado extinguido y te escucho,
y al escucharte soy joven, benévola, incipiente.
Me hablas y en cada frase reconozco
mi locura de ayer, fuerte y desmesurada
como el azar y la suerte.
Escribir es volver sin volver,
indagar el desperfecto del espejo
Me hablas y hay otros hombres.
A Clara
Ella escribe.
Da vueltas por la casa aplastada de palabras,
por las calles de transeúnte del tiempo,
por las sombras de ese otoño permanente,
allí donde el sol sólo alborea en mañanas extrañas.
Generación tras generación nace la palabra.
Un bisabuelo meciéndose en su sillón de mimbre.
Una abuela partera y crías de gorrión.
Olores a guisos y a frasquitos de éter.
La línea paterna: una ruleta, el pleno al diecisiete.
Ruidos de aviones que planean y nos llevan.
Un magma entorpeciendo las imágenes.
A Clara y Federico
Mediodía, agujero de luz,
gaviotas en vuelo alto.
Al atardecer parecen no estar, sin embargo
sus huellas precisas
han dejado marca sobre la arena.
—A veces creemos el horizonte libre de huellas,
creemos haber cruzado definitivamente las aguas—
Atardecer.
Qué hubiera sido de ella si no se hubiera ido,
si las viejas caras a la entrada de los cines, odios y amores de antaño
acompañaran la última de Chabrol. Y los sueños.
Qué hubiera sido de ella si nadie hubiera muerto,
si los muertos fueran sólo los abuelos y la tía octogenaria.
Buscando entre heroínas antiguas,
releyendo crudos y amargos diálogos de amor y de muerte,
entreteniendo la tarde de invierno con té y viejos rencores adosados a un sueño,
así, entre mis libros de mujeres,
te encuentro.
Vuelvo a encontrarte,
hoy que todas las batallas damos por perdidas,
porque hemos triunfado en lo que se puede,
hemos abandonado dices, satisfecho, el imposible.
La historia no termina.
¿Qué paloma mensajera mandaré esta vez,
qué luz en el cielo harás brillar
para que vea tu naufragio,
para que sepas de mi naufragio?
Solo así, distantes,
conservamos la ilusión del desembarco.
Pieza equívoca.
Te conocí de rojo,
terciopelo que un hombre deseaba acariciar.
¿Cuándo olvidaste los cordeles del verano?
Pescabas peras pequeñas con la boca luego de arrojarlas al río
y el mundo era agua fresca
Tenues abanicos te protegen
de los primeros peldaños que nunca pudiste inventar.
El es mi insomnio de silencio,
los ojos del león en la noche del desierto.
Tiene ruinas, rupias, monumentos.
Delirios amarillos.
Toneladas de agua en las entrañas.
Pura tierra huracanada.
Lienzos.
Tiene la mustia sensación de haber vivido,
de no vivir más, de haberse muerto.
Son los que nunca dan la mano
Pero abren la boca del lobo
Los que esparcen la espuma amarga
Que rezuma de las iglesias
Los que de pronto se bifurcan
Entre el delirio y el olvido
Su sombra desborda la tierra
pero la brizna los oculta
Nacieron de bellos revólveres
De largos años y promesas
Saltaron de turbias catástrofes
O del fuego de los amores
O de encuentros entre las moscas
¿Pero quién ama esas hamacas
Que cuelgan de tanta pereza?
Una mujer tan secreta y lenta, pero insisto
en descubrir el sol que la nutre y el león que olfatea
su nuca
en la sombra,
cuando duerme de bruces,
de modo que escribo con cierta ansiedad
poemas en busca de la hierba tan fresca que brilla
en sus besos.
Perro
no toques esos senos donde las más delicadas violetas orgánicas serán un hervidero de escorpiones un ladrido baldío en la ribera caliente de esa sirvienta de las hojas que ha trabajado tanto
para esas flores enormes del martirio
para los arrozales
con el gatillo del pantano al rojo vivo del silencio y a terrible
prisionera
no cae no cede únicamente insulta
con su gemido de supliciada
Perro
no toques ese pelo mordido por la lluvia etre las lentas
pantallas del follaje
en la sombra de la injusticia
ella
la empecinada la desnuda
entre las hojas cómplices
No toques ese cuerpo conectado a las fibras de un pueblo de dientes fulgurantes conectado a la savia y a la luna que recoge esos muertos de una negra cosecha al grito del amor y del monzón al alarido del soldado consumido por un soplo de gelatina ardiente
Esa presa es tantálica
como el país sin sueño que defiende
ese paíds de plantaciones de ocio que se contagia de hoa en hoja
Esa presa es tantálica
Era el corazón de mi madre
Aquel tam tam de las tinieblas
Aquel temblor sobre mi cráneo
En las membranas de la tierra
(La lenta piragua materna
Un ritmo de espumas en viaje
Una seda de grandes aguas
Donde un suave trópico late)
Día y noche su ceremonia
-No había día ni había noche-
Sólo un hondo país de esponjas
Toda una tribu de tambores
El corazón de un solo orgánico
Un ronco sueño de tejidos
Yo era la magia y era el ídolo
En el fondo de las montañas
Aquel tambor donde golpeaban
Las galaxias y las mareas
Aquella sangre germinada
Por el vino de la Odisea
Vivir en un huevo de llamas
Mezclando la tierra y el cielo
Vivir en el centro del mundo
Sin rostro ni odio ni tiempo
Crecía antiguo en la dulzura
Con astrales ojos de musgo
Yo era un germen lleno de estrellas
Un poder oscuro y terrible
Tu corazón -¡oh madre mía!-
Resonaba como el océano
Batía sus alas salvajes
Su insaciable tambor de fuego
Yo te besaba en las entrañas
Yo me dormía entre tus sueños
En un país de rojas plumas
Era tu carne y tu destierro
El paraíso de tu sangre
La gran promesa de tus brazos
Oía al sol en su corriente:
Tu corazón lleno de pájaros
Aquel tambor de la aventura
Aquel tambor de luna viva
La tierra ardiendo con su grito
Una vida desconocida
Afuera todo era enemigo:
Las uñas las voces el frío
Los días las rosas las uvas
El viento la luz el olvido
Hacia abajo en la oscura humedad de los helechos que tal vez
sean yo mismo o divinidades monótonas
desciendo
al antro de mi sexo
con la investidura de un cuerpo torturado por poderes frenéti-
cos presa de esas imágenes soñadas de mulatas de dientes
crueles con las franjas fosforescentes de sus
vientres y de sus espaldas
las tiernas estranguladoras inclinadas sobre sus
amantes para dejarles en la boca la fragancia de menta y de
sal que emana de sus pechos en el oleaje
He ahí la misteriosa serpiente con la aureola de sus labios y su
canto de profanación infinita el foco ávido donde flotan re-
giones de una blancura de relámpago
La serpiente de mirada de catástrofe la papisa del sol en su ar-
chipiélago de espejismos donde crea fantasmas carnales y
suntuosos que se retuercen con caderas llenas de savia muje-
res palpables y rápidas
cabelleras desplegadas para el lujo de un loco
Y mi sangre de príncipe animal heredero de una raza de paro-
xismo
Se filtra por esas grietas de abismo que reconocen la especie se
irisa cuando ese indolente demonio despliega sus alas
y con un acto mágico con una brasa de ceremonia de la noche
de las cavernas con una sílaba de raíz arrancada y de fronte-
ras que se desvanecen toca a mi corazón para decirme que la
tierra es errónea
Con las tormentas
regresa
la certeza
de ser pez
pero pez
en el exilio.
En el embravecido océano
de tus ojos
un dolorido pez
por un instante
fue visto
buscando tierra firme.
Que las fanfarrias de las sábanas
toquen a triunfo.
Estamos trabajando.
Hacer el amor
es sonreír a galope tendido.
Untaba pólvora
a sus labios
como manteca
a panes carnosos.
Sus besos
jamás pudieron
ser recordados
por sus víctimas
acribilladas.
Llegamos
con la urgencia
de lo impostergable.
Para dos sábanas
y una cama
la eternidad
nos alquiló sesenta minutos.