Del reino de este mundo

Hablo
de la muchacha que tiene el rostro desfigurado por el fuego
y los senos erguidos y dulces como dos ventanas con luz,
del niño ciego al que su madre le describe un color
inventando palabras,
del beso leporino jamás dado,
de las manos que no llegaron a saber que la llovizna es tibia
como el cuello de un pájaro,
del idiota que mira el ataúd donde será enterrado su padre.

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Desolación

Ese sonar de aldabas me levantó del sueño,
sobresaltó mi corazón dormido.
Cuánto ruido trajiste a esta casa:
Qué músicas extrañas,
qué silencios no oídos.
Todos los corredores se poblaron de ti
y olvidaron de golpe su soledad de siglos.

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El forastero

Otra vez ha llegado el arrogante amor sin anuncio
y se ha instalado aquí
donde tu nombre comienza a ser un árbol
que me da sombra con sus siete letras
sin permiso sin prisa -con un rostro tan nuevo
que no conocí sus ojos antiquísimos
sus garras de milano
su paciencia-
ha dado órdenes para que el sol alumbre
y ha clavado su espuela
aquí donde tus ojos me pierden y me ganan
aquí donde tu voz
donde tu mano
lustra la piel de este animal que tiembla
hirsuto y tan hermoso
que ahora es guerrero el sueño al que despierto
mientras la muerte huye
de nuevo estoy a salvo

«Ese animal triste»

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Intentamos

Intentamos.
Alguno descubrió
entre el hollín y el polvo una marmaja,
o en noches muy oscuras un resplandor lejano.
¡Tanto sueño perdido,
tanta esperanza rota,
tanto para tan poco
y tanta pena!
Y apenas unas gotas de miel,
licor ninguno.

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Laberinto

Condenada a ser sombra de tu sombra,
a soñar con tu nombre en cada madrugada.
Por la ventana abierta un olor errabundo
de vida, -¿y tú en que calle?-
un temblor en la luz,
el llanto de algún niño.
Y tus ojos cerrados,
o tus ojos abiertos como dos golondrinas,
y tu mano en el agua o tu mano en tu pelo
o tu mano en el aire con su triste blandura,
-¿y en qué calle tus pasos?-
y yo en sueños atada al hilo de tus sueños,
condenada a ser sombra de tu sombra,
a soñar con tu nombre en cada madrugada.

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Reliquias

Tías siempre observadas
por aquel laberinto de retratos,
con sus piernas de pájaro enredadas
en ovillos de lanas de colores.
Un camafeo guarda los cabellos
que el afán de la muerte ha desteñido.
Tías con manchas grises en las manos
que minuciosamente multiplican
de cojines sus cuartos numerosos,
adormilados en la naftalina.

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Romance

Escucha, amor,
¡viene la muerte avisando!
Oye entre las duras piedras
su rumor.
Viene la muerte al galope
silenciosa y embozada.
Calla y en tu corazón
escucharás sus pisadas.
Viene la muerte enredando
en su lanza desalmada
todo lo que va topando.

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Saqueo

Como un depredador entraste en casa,
rompiste los cristales,
a piedra destruiste los espejos,
pisaste el fuego que yo había encendido.

Y sin embargo, el fuego sigue ardiendo.
Un cristal me refleja dividida.
Por mi ventana rota aún te veo.

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Canción de la hora feliz

Yo tuve ya un dolor tan íntimo y tan fiero,
de tan cruel dominio y trágica opresión,
que a tientas, en las ráfagas de su huracán postrero,
fui hasta la Muerte… Un alba se hizo en mi corazón.

Bien se que aún me aguardan angustias infinitas
bajo el rigor del tiempo que nevará en mi sien;
que la alegría es lúgubre; que rodarán marchitas
sus rosas en la onda de lúgubre vaivén.

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Canción en la alegría

¡Oh juventud… y el corazón… y Ella,
música en el silencio del palmar!
Brilla en mi cielo temblorosa estrella,
y el corazón, la juventud y Ella
me infunden vago anhelo de cantar.

Junio en sus brazos cálidos madura
de mayo floreal la herencia opima;
y la onda musical de la luz pura
truécase en polvo de oro de la rima.

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Canción innominada

Ala bronca, de noche entenebrida,
rozó mi mente, conmovió mi vida
y en vastos huracanes se rompió.
¡Iba mi esquife azul a la aventura!
¡Compensé mi dolor con mi locura,
y nadie ha sido más feliz que yo!

No tuve amor, y huían las hermosas
delante de mis furias monstruosas.

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Carbunclos

No enflorará tu nombre un verso vano
ni entre lo cotidiano irás perdida.
Un varonil silencio. Un goce arcano.
Y por mi pensamiento soberano
hacer más honda y más sensual tu vida.

Ah, cómo en el amor estás ardida:
se va entreabriendo el alhelí de un beso
en tu boca, de múrice teñida,
y desnuda y nevada
tu carne a mi deleite fue ofrendada.

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Cintia deleitosa

Como una flor arcana, llameando
bajo el turquí del cielo apareció.
Fue su amor mi almohada matutina;
su seno azul, de gota coralina
en el pezón, de noche mi almohada.

Y era esencia tan dulce y regalada
la de su carne en flor, la de su boca
por enjambres de besos habitada,
la de su axila, ¡leche con canela!,
que un ansia de gozarla me extenuó.

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Desamparo de los crepúsculos

Huyo de aquel dolor que me hizo un día
bajo el misterio incógnito del cielo
sangrar el alma silenciosamente…
¿A qué desde las áridas riberas
tender la vista al horizonte? -El claro
beso de luz en la extensión naufraga-
y antes de que la sombra me circuya,
apagaré mi espíritu intranquilo
en el fulgor violeta de la tarde…

Ya sobre el mar en gira tumultuosa
no veré más la convulsión enorme
que templó mi vigor, ni en la propicia
madurez halagüeña de los trigos
espaciaré los moribundos ojos;
ya no he de uncir las manos temblorosas
al tronco de los robles, cual solía
para trepar hasta el follaje ameno,
ni más sobre el fervor de la pradera
repicará la esquila de mis cantos;
no veré más el rayo de la luna
que se quebraba en los azules montes…
¡no veré más los ojos de los niños!

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El espejo

¿Mi nombre? Tengo muchos: canción, locura, anhelo.
¿Mi acción? Vi un ave hender la tarde, hender el cielo…
Busqué su huella y sonreí llorando,
y el tiempo fue mis ímpetus dominando.

¿La síntesis? No se supo: un día fecundaré la era
donde me sembrarán.

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El poema de las dádivas

Era dulce, pequeña, intranquila,
con los bucles de un bronce de gloria,
con la voz infantil e insinuante
y las manos leves, cándidas e inquietas.

Fingían sus ojos rendidos
al mirar, dos profundas violetas;
su menuda presencia exhalaba
un bíblico aroma de mirra y de ungüento,
y toda su carne temblaba
como tiembla un rosal bajo el viento.

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El rastro en la arena

¿Querellas en el viento? ¿Clamor contra la nube
que sube y sube y la deshace un viento?
¿Congojas cuando el lirio del día se extenuó?
¡Si aún vivo yo! Si aún gozo mi lírico momento,
la luz, el aura, el amoroso aliento…

Dos fértiles mancebos de Jonia divagaron
¡remoto día!

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Elegía del marino ilusorio

Pensando estoy… Mi pensamiento tiene
ya el ritmo, ya el color, ya el ardimiento
de un mar que alumbran fuegos ponentinos.
A la borda del buque van danzando,
ebrios del mar, los jóvenes marinos.

Pensando estoy… Yo, cómo ceñiría
la cabeza encrespada y voluptuosa
de un joven, en la playa deleitosa,
cual besa el mar con sus lenguas el día.

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Elegía platónica

Amo a un joven de insólita pureza,
todo de lumbre cándida investido:
la vida en él un nuevo dios empieza,
y ella en él cobra número y sentido.

Él, en su cotidiano movimiento
por ámbitos de bruma y gnomo y hada,
circunscribe las flámulas del viento
y el oro ufano en la espiga enarcada.

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La carne ardiente

En un jardín de aquel país horrendo
hallé a Fantina, de ojos maternales
y desnudeces mórbidas, tejiendo
guirnaldas con las rosas vesperales.

Y cual las agujas túrbidas de un río
que rompe un viento en procelosa huella,
gimió de amor mi corazón sombrío
y suspiró mi mocedad por Ella.

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Lima

Lima es como un lienzo
lleno de colores
que arrulla mis horas
ayunas de amores…

Todas las mañanas nacía de una ojera,
limpiaba las cúpulas con albo pañuelo,
y se dibujaba un poco azulina
sobre el escarlata límpido del cielo.

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Mi vecina Carmen

Esta noche tengo miedo de estar solo… Entre
la sombra,
un fantasma de ultramundo sigue mi paso,
veloz…
Me parece que se acerca, que me palpa, que
me nombra…
Esta noche tengo miedo de estar solo… Entre
la sombra
leves rumores semejan un suspiro y una voz…

Todos en el barrio saben la historia de mi vecina:
¡Ingenua, fragante historia de ardorosa juventud!

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Nocturno

¡Oh!, ¡que gran corazón el corazón del campo
en esta noche azul y pura y reverente,
todo lleno de amor y de piedad sagrada
y fuerza suficiente!

Yo le escucho latir y comprendo mi vida:
me parece tan clara, tan profunda, tan simple,
y tiene como el mar y el monte puro
su raíz en el tiempo sumergida…

Yo le siento latir, y una onda inefable
y cordial y vital me reconforta,
y no pienso que soy un barro deleznable,
y que la brega es dura y corta.

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Nuevas estancias

El aire es tierno, lácteo, da dulzura.
Miro en la luz vernal arder las rosas
y gozo de su efímera ventura…
¡Cuántas no se abrirán, aun más hermosas!

Estos que vi de niños, han trocado
en ardor sus anhelos inocentes,
y se enlazan y ruedan por el prado…
¡Cuántos no se amarán, aun más ardientes!

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Segunda canción sin motivo

Con mi ensueño de brumas, con tu claro rubí,
¡oh tarde!, estoy en ti y estás en mí,
por milagrosa e íntima fusión…
Antes del gran silencio de las estrellas, di:
¿de qué divina mente formamos la ilusión?

¡Por mi ensueño de brumas, por tu claro rubí,
¡oh tarde muda y bella!, gime mi corazón.

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Arrullo

La noche está muy atareada
en mecer una por una,
tantas hojas.
Y las hojas no se duermen
todas.

Si le ayudan las estrellas,
cómo tiembla y tintinea la infinita
comba eterna.

¿Pero quién dormirá a tantas,
tantas,
si ya va subiendo el día
por el río?

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Amo la noche

No la noche que arrullan las ramas
y balsámica con olor de manzanas,
con el efluvio de la flor del naranjo;
oh, no la noche campesina
de piel húmeda y tibia y sana;

no la noche de Tirso Jiménez
que canta canciones de espigas
y muchachas doradas entre espigas;
no la noche de Max Caparroja,
en el valle de la estrella más sola
cuando un viento malo sopla sobre las granjas
entre ráfagas de palomas moradas;
no la noche que lame las yerbas;

no la noche de brisa larga,
hojas secas que nunca caen,
y el engaño de las últimas ramas
rumiando un mar de lejanos relámpagos;
no la noche de las aguas melódicas
volteando las hablas de la aldea;
no la noche de musgo y del suave
regazo de hierbas tibias de una mozuela;
yo amo la noche de las ciudades.

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Canción de amor y soledad

Como en el áureo dátil de solitaria palma,
orillas de mi predio todo el valle resuena,
tú en mi corazón, dátil amargo, tiemblas
y te inclinas desnuda, sollozo y carne trémula.

De palma en que acongojase con vago son el viento,
dátil fiel donde todos los horizontes suenan,
mi corazón es una carne tuya, tu carne,
cantando entre distancias y entre nieblas.

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Canción de hadas

Hadas divinas hadas!
Creer en las hadas
en las rosadas, felices noches estivales,
y también en esas noches extrañas
cuando entre abismos de sombras en el silencio
del silencio
se encuentra de súbito una líquida palabra melodiosa
como una fresca agua recóndita, un agua
de dulce mirada.

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Canción de la distancia

Mirarás un país turbio entre mis ojos,
mirarás mis pobres manos rudas,
mirarás la sangre oscura de mis labios:
todo es en mí una desnudez tuya.

Venía por arbolados la voz dulce
como acercando un bosque húmedo y fresco,
y una estrella caía duramente,
fija, la antigua cicatriz de un beso.

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Canción del ayer

Un largo, un oscuro salón rumoroso
cuyos confines parecían perderse en otra edad balsámica.
Recuerdo como tres antorchas áureas nuestras cabezas
inclinadas
sobre aquel libro viejo que rumoraba profundamente en
la noche.

Y la noche golpeaba con leves nudillos en la puerta de
roble.

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Canción del viento

Toda la noche
sentí que el viento hablaba,
sin palabras.

Oscuras canciones del viento
que remueven noches y días que yacen
bajo la nieve de muchas lunas,
oh lunas desoladas,
lunas de espejos vacíos, inmensos,
lunas de hierbas y aguas estancadas,
lunas de aire tan puras y delgadas,
que una sola palabra
las destrozó en bandadas de palomas muertas.

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Canciones

Cántame tus canciones,
tus esbeltas, desnudas canciones,
esas que se visten de menudas hojas verdes
y hojas rojas,
y hojas verdidoradas,
con cortezas resinosas
y pequeñas piedras pulidas por el agua.

Cántame tus canciones:
las de los delgados cielos azules,
de las nubes azules,
de las montañas azules.

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Clima

Este verde poema, hoja por hoja,
lo mece un viento fértil, suroeste;
este poema es un país que sueña,
nube de luz y brisa de hojas verdes.

Tumbos del agua, piedras, nubes, hojas
y un soplo ágil en todo, son el canto.

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Interludio

Desde el lecho por la mañana soñando despierto,
a través de las horas del día, oro o niebla,
errante por la ciudad o ante la mesa de trabajo,
¿a dónde mis pensamientos en reverente curva?

Oyéndote desde lejos, aun de extremo a extremo,
oyéndote como una lluvia invisible, un rocío.

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