A menudo converso con mis sueños.
Los invito a salirse de la noche
y se sientan, con trajes neblinosos,
junto a mi mesa sucia de papeles.
y les pregunto sobre su sintaxis
porque se ofenden si hablo de semántica.
Hoy he recuperado de sus manos
un fragmento de ti tan exquisito .
Poemas españoles
Termas desmoronadas
cerca del mar. La huella anaranjada
y mineral de aguas milenarias
al fondo del estanque, sobre losas y líquenes.
Cualidad de blandura semejante
en el tiempo, la hiedra espesa, el mar,
la historia erguida, el cuerpo. Balnearios
con aguas incansablemente mágicas
y pasadas de moda.
El deseo: nefasta construcción, sin indicios de habitabilidad, que se levanta dentro del cuerpo sin cimientos previos. (¿Quién podía intuir tantos solares aptos y replegados?)
El deseo: laberinto con una instalación de alarmas que traicionan.
El deseo: laberinto enmarañándose desde un roce de lenguas hasta un mar que inunda islas.
Fue después de San Juan:
el Sueño de una noche madrileña
tan estival que el aire parecía quebrarse
por el placer de ser la Fruta Seductora.
Al fondo de la calle, el saxo, impertinente,
removía los grumos del fracaso,
la desazón, el nudo en el futuro
y el ayer tan inútil como un miembro amputado.
Hay una isla dentro de la noche.
Barre la brisa el óxido de un puerto abandonado.
Hablo en sueños a solas. Con calidad de cuerpos
submarinos, la noche
trae de su fondo restos de palabras.
Vuelven las sensaciones, mandíbulas de peces de otro mar,
y los deseos nadan caprichosos
como delfines libres e invitados.
Amar es destruir: es construir
el hueco del no-amor,
amueblar con milagros la pira trabajosa
echando al fuego lenguas, carne de ojos vencidos,
piel jubilosa, dulce, nucas saladas, hombros temblorosos,
incinerar silencios y comprobar la altísima
calidad combustible del lenguaje.
En la toma perfecta,
cuando el guión es bueno
y los actores fingen dignamente ser héroes,
el tiempo marca estrías, va apagando
uno a uno los focos y la banda
sonora se interrumpe.
Sensación de pantalla desgarrada
la insuficiencia siempre de vivir.
Reconstruir un cuerpo
fragante en la memoria:
ingresa en el recuerdo semidiós
y en el olvido, viento.
El tacto: narraciones
de una teogonía suficiente:
ninfas en la saliva, los mensajes
de iris en la sangre, el asediar
de amazonas, cuantas alegorías
quisiéramos del fuego, la conciencia
suprema de la piel.
Montale: los limones fulgentes, entrevistos
en un patio de invierno:
le trombe d’oro della solarità.
No quiero más palabras para eros.
Dejadlo mudo: no crezca su lengua.
No ciego: vea, cante y aprenda con los ojos.
No le des más palabras.
Noche de amor perfecto, amargo, oscuro.
Presente comprendiéndose a sí mismo
hinchado al fin de vida. El mundo,
tal vez innecesario. El vello desprendido
sobre la piel muy húmeda. Anacrónicamente,
la colcha años cuarenta
con cinco japonesas azuladas.
Ya sólo soy fragmentos, piezas sueltas de mí,
pero no soy la mano que me une.
En la pantalla el mundo
me grita cuarteado,
feliz, amargamente,
cítricamente luminoso
con su necia alegría de refresco.
Sólo soy mis fisuras.
Gentlemen,
seguimos nuestra excursión
a muchas brazas bqjo el nivel del Egeo.
Yorgos Seferis
-De acuerdo: ya no existen visionarios,
el exceso de amor no está de moda
-tampoco el adjetivo de color-
y es ridículo hablar de las sirenas;
el poeta se ausenta del poema y, entretanto,
toma café o el sol con los amigos,
baja un taxi hasta el mar y la metáfora
se desnuda delgada entre las olas.
He mirado tu desnudo flotar
en las tranquilas aguas de mi estanque…
Corres hacia la flor, hacia la nube
de un paraíso y brilla tu desnudo, la antorcha
que ha dorado en la sien el humo del deseo.
Cristal y amor te cercan, una danza,
un reflejo del cielo en la sonrisa.
Soñando va la tarde en su divisa
y azul la vida marcha hacia el ocaso.
(Acuden siempre pájaros los jueves).
Dolor, es un decir, no siento mucho,
ni nada que al dolor se le asemeje.
(Me gustan los colores de tus guantes).
Del mar, en los adentros,
donde las aguas refulgentes, aún cálidas,
espejean por el astro más bello que conozco,
vide aquella barcaza donde los dos se amaban,
y cómo discurría lentamente.
Ella volcaba todo su candor y con júbilo
era un ovillo hermoso prendido a su cintura.
Yo noté que apretabas, Florinda, mi cintura,
que tus manos me hacían resbalar hasta el cielo,
que tu poma dulcísima me estallaba en los labios
y tus brazos me alzaban para siempre al seol.
Yo noté que rondaba tu manzana redonda,
que mordía la pulpa cada vez más sediento,
que los dientes dejaban su mejor tintineo…
Me sangrabas con perlas, con anillos y ajorcas,
tu pulsera, el diamante, me rasgó ¿lo recuerdas?
Como la tarde
que posó una mínima
caricia en tu desnudo,
o el sol dando en tu vientre;
como la tarde toda desprendida
sobre tu seno blanco;
como la tarde me detengo absorto
en la maleza débil de tu voz
y giro en torno a ti,
como la tarde,
deshaciendo este lecho
que ahora esconde en su entraña
tu delirio.
Si el tiempo me persigue
me ocultaré en el mar,
regazo inmenso que me envuelva
lejos de las orillas.
Allí,
(lejos de las orillas),
en el adentro más remoto,
flotar acaso me veréis
-barquilla blanca-
con los brazos en cruz…
Digo:
si me persigue el tiempo,
buscadme por el mar.
A la mitad del día
corrimos hacia el mar, hacia la oscura
ola de azul y de vaivén,
de brisa y de pequeños mensajes
extendiéndose lejos o viniendo quizás
hasta la roja estampa
De la orilla sin huellas.
A la mitad del día, nuestros cuerpos,
recibiendo la luz,
se hundieron en la informe
oquedad sin estela.
Ves discurrir la tarde
con un manso silbido
de lágrima en los ojos,
de música sagrada
en cámaras vacías.
Estancias o dominio
y el perfume en el aire
de labios aleteando
por amor de las nubes,
al roce del deseo…
Su voz será la oscura
sequedad de los campos,
la lluvia o el silencio
que devuelve la frente;
su voz como la queja
inmóvil en los días,
os dejará un olvido
de rostro sin imagen.
Jamás la vida breve
abrió para tus plantas
sus hojas grandes,
ni sus rojas flores;
ni derramó en tus días
sus perfumes extraños.
Jamás te dio una luz,
una esperanza de alas,
ni te llevó hasta aquellas
heredades ignotas
en las que el mundo adquiere
rostros desconocidos.
Al despertarme beso
los labios de mi amada,
que saben a mango y a miedo.
Y me tranquilizo.
Tiene la piel suave
como un amanecer
y lleva en sus tobillos
las ajorcas de plata
que tintinean en mi lecho
y envidian mis hermanas.
Raki al atardecer,
turbio en el vaso.
El cafetín humea
y las narghiles
dispersan por el aire
un olor a manzana.
Fija el sol su reflejo
de sangre en los cristales.
Mostachos casi azules,
ojos negros con cercos
misteriosos y tristes.
Sombras por las esquinas de la noche,
luna roja de sangre, ojo colérico,
que desde el aguacero nos contempla.
Noche de las sirenas, mar de invierno,
luces lejanas figurando astros,
lluvia en el rostro, pesadumbre amarga.
Bajo los altos arcos de la niebla
pasan los catafalcos de los buques,
purpúreos y solemnes, silenciosos…
En las noches lascivas, amables, suntuosas,
nos miran desde el lecho vibrantes, decididas,
desde el lecho que ha sido la góndola azarosa
donde el amor dejaba sus rosas escondidas.
En las noches lascivas nos miran insistentes,
y sus brazos reclaman más dulzura y más brío,
y sus brazos nos rondan, nos prenden de repente
con la lenta amenaza de un mejor desafío.
Hubo una flor, un lecho
donde aprendiste pronto la sombra
del deseo, la juventud de un cuerpo
vencido como nave, la soledad
que el alma dejaba en otra frente.
Hubo como una música
saltando de los labios,
como una espina en sangre,
clavada a tu memoria.
Brillan crestas de luz en el mar de la noche
y un desvelo de sombras de olas ondulantes;
brillan olas oscuras, altísimas, adversas
en la nada infinita que nos muestra su filo.
Bajo este mar antiguo laten dos corazones.
Nada existe, ni el aire, sino brillos y ritmos;
no existen los insectos, ni siquiera el perfume
sino brillos y ritmos; ojos que no se miran.
La imposible belleza de ese perfil me tienta,
las luces de la noche dando brillo a sus ojos,
la hermosura y el vértigo, la espiral que me acerca
los labios deseosos y el amor y su niebla.
Ojos desconocidos que tanto me conocen;
labios que besarán los labios de la dicha:
distancia que no empuja, que conduele o desvive
al pecho que se altera junto a un pecho que vibra.
Cómo se trenza el amor en las tardes,
mientras todo sucede sin vértigo y el sueño
cumple asilo de formas y de imágenes.
Cómo se trenza y cómo no desvía su ser:
el sueño pende. Los labios se han dormido,
la flor cae de su rizo; sueña la frente y cunde.
Por los aires
sombríos
de la noche
de octubre
va mi dolor
volando
hacia ti,
sin consuelo.
Atraviesa
las nubes,
dice adiós
a los pájaros,
y es a tu corazón
a donde apunta
su queja
sagitaria.
Mi amor va a la deriva como un barco sin rumbo;
su corazón heridas, sin par, lleva marcadas…
Mi amor se va alejando de sus horas gastadas
y alivio busca sola por los puertos del mundo.
Qué estela tan amarga va dejando en mi vida
su celeste congoja, que curar quise en vano;
no pude retenerla, se soltó de mi mano
y a su destino corre, sin que yo se lo impida.
Todos sufren por ver tu corazón,
se acercan a tu casa con las paredes blancas,
se mecen en la música de aquel viejo país
en donde naces. Y tu alcoba se inunda
de amistosa cadencia…
Oh lentas, suaves notas del armonio,
llenáis mi ser de bosques, de caminos
brillantes; vuestra danza desnuda
esa grávida estancia
donde juntos libamos un cálido
aguardiente.
Aunque siegue la voz con que tu nombre
digo, tu nombre irá, como una hoguera,
abrasando estos huesos y esta carne de hombre
con perpetuo verdor de primavera.
Aunque ciegue la herida de mis ojos
donde vive la luz de tus paisajes,
en los del alma, de ceguera rojos,
siempre se estrellarán tus oleajes.
Con los míos estoy. He aquí mis cartas,
descubro claramente el juego:
miro la realidad y a este costado
se me inclina la voz por donde muero,
por donde el corazón ligeramente
me vence cada día con su peso
y una pequeña herida hacia la tierra
me va sangrando el verso.
No hay paisaje sin ti. Qué roca oscura,
qué mar de plomo, qué amarillo cielo.
Es sólo tu mirada la que infunde
belleza y claridad. Máquina extraña
que elabora el prodigio del paisaje.
Sólo es rosa la rosa si la miras
y este trozo de tierra abrupta y este
trozo de mar sombrío se revelan
en tus laboratorios cerebrales.
Frente a frente y el puzzle en medio. Sé
que pude acertar solo el acertijo
pero es más llevadero buscar juntos
las piezas que completen el diseño.
Nunca damos con todas: huecos hay
porque ignoramos los cartones-guía,
porque no damos con la pieza-clave,
la pieza-madre que clausure el juego.
Con sus alas de plomo va la tarde;
pasa en la piel ceniza de los campos.
Difusamente cunde la penumbra,
vellón de sucia lana en el ocaso.
Tú eras también de luna y de paisaje…
Se ha oscurecido el mundo entre tus manos.
Las hojas del otoño flotan sobre tu brisa
y caen en el estanque solitario del alma.
Un dolor de ser otros parece que nos pesa
como unas rotas alas.
(Acaso nunca el hombre es él mismo.) Escuchamos
la voz honda del tiempo, la palabra
del tiempo que en los labios cobrizos del otoño
pone su dejo antiguo, su amarillez, y pasa.
Es como el agua en gracias generosas
por el frescor humilde de la arena:
un albo deshojar de húmedas rosas,
líquido florecer que de amor suena.
Sencillamente fluyes, te derramas
en amorosa ofrenda por mi orilla.
De agua encendida o de fluyentes llamas
tocada dejas esta humana arcilla.
Sobre la mesa han puesto un barro humilde
con unas rosas que lo justifican
igual que justifica el hombre
un claro destello, una esperanza, una sonrisa.
Huelen las rosas, y sentir su aroma
también es dar constancia de la vida,
es percibir la realidad que llega
en su increíble y breve maravilla,
huelen las rosas, qué delgado mundo
de fragancia nos llega en su caricia,
qué prodigioso mecanismo se hace necesario
hasta dar con esta mina sutil de olor,
cuántos secretos reinos botánicos,
qué incógnitas provincias de vegetal acción,
desde la tierra suben elaboradas, resumidas,
adelgazadas hasta lo indecible
para ser un milagro entre la brisa de la mañana,
un invisible copo de aroma hacia la tarde,
un terciopelo de perfume solar al mediodía.
Toca mi mano. Apenas es un guante
para el amor y la desesperanza,
apenas en las cosas se afianza,
apenas palpa todo un breve instante.
Toca en mi mano esta sombría tela
para el ansia de asir tanta derrota,
apenas es una tenaza rota,
apenas una rosa que se hiela.
No, no quiero los sueños. Es la vida,
la realidad la que nos llama. Escucha.
Son las cosas estrictas que tocamos
las que nos prestan su difícil música.
Difícil, sí, difícil es alzarse
desde el silencio de la pena abrupta
y tocar con los dedos aún heridos
estas candentes realidades duras.
Mirad los valles claros, los tranquilos
campos de Dios que abril puro hermosea.
Los horizontes donde azules hilos
tejen la luz, como ave que aletea.
Ved los hondos paisajes reflejados
en el humano que por ellos yerra.
Los rostros de los hombres van signados
por la limpia hermosura de la tierra.
Somos una costumbre, un gesto, un modo,
una manera de mirar, acaso.
Pequeños movimientos nos distinguen,
leves fórmulas marcan signos, rasgos
que se hacen peculiares nos conducen
por rutas diferentes a escenarios
de vida en que los viejos papeles suenan como
otro cuento distinto y necesario.
El mar en Santa Bárbara es un claro
mastín de espuma. Ladra entre las rocas,
lame las finas manos de la arena,
va y viene por las conchas,
y a los lentos corderos de la tarde
hasta el redil del horizonte acosa.
Digo patria, y a veces me parece
que mujer digo y que su cuerpo beso,
digo mujer y siento que me mece
una cuna de tierra desde el hueso.
Se me viene a la boca un nombre como
un sabor de tristeza y de esperanza.
La tarde es una rosa vagamente
en la rama desnuda del ocaso.
Una rosa ceniza, como un frío
beso crecido en unos muertos labios.
Leve sombra desliza
su palidez de hielo entre mis manos.
Las pupilas alargan sus miradas
como cautivos pájaros.
La vida me adelanta un mensajero
delgado. Pone cada
cosa viva en el aire su existencia
como invisibles alas.
A ciegas avanzamos
y el olor es un hilo
de Ariadna que nos lleva de la mano
fuera del laberinto.
¿Cómo decirte cómo? Será como las flores
que nievan de blancura un corazón de ramas.
Como el sol de la tarde, que madura colores
y matiza la sierra de doradas escamas.
Será con esa dulce sencillez de las cosas
que anima la espontánea sucesión de los días.
Como la música del tiempo
suena tu paso próximo. Resbala
tu sombra cual los días en fluyente
transitar por mis surcos, como un agua.
Flotamos en el tiempo, en el continuo
ir del río. Nos lleva. Nos desgasta
lentamente.