Las rosas de papel no son verdad
y queman
lo mismo que una frente pensativa
o el tacto de una lámina de hielo.
Las rosas de papel son, en verdad,
demasiado encendidas para el pecho.
Las rosas de papel no son verdad
y queman
lo mismo que una frente pensativa
o el tacto de una lámina de hielo.
Las rosas de papel son, en verdad,
demasiado encendidas para el pecho.
He aquí que viene el tiempo de soltar palomas
en mitad de las plazas con estatua.
Van a dar nuestra hora. De un momento
a otro, sonarán campanas.
Mirad los tiernos nudos de los árboles
exhalarse visibles en la luz
recién inaugurada.
De qué sirve, quisiera saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación y ya es decir-,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Los muertos pocas veces libertad
alcanzáis a tener, pero la noche
que regresáis es vuestra,
vuestra completamente.
Amada mía, remordimiento mío,
la nuit cest toi cuando estoy solo
y vuelves tú, comienzas
en tus retratos a reconocerme.
Como después de un sueño,
no acertaría
a decir en qué instante sucedió.
Llamaban.
Algo, ya comenzado, no admitía espera.
Me sentí extraño al principio,
lo reconozco -tantos años
que pasaron igual que si en la luna…
Decir exactamente qué buscaba,
mi esperanza cuál fue, no me es posible
decirlo ahora,
porque en un instante
determinado todo vaciló: llamaban.
En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
En el jardín, leyendo,
la sombra de la casa me oscurece las páginas
y el frío repentino de final de agosto
hace que piense en ti.
El jardín y la casa cercana
donde pían los pájaros en las enredaderas,
una tarde de agosto, cuando va a oscurecer
y se tiene aún el libro en la mano,
eran, me acuerdo, símbolo tuyo de la muerte.
El miedo sobreviene en oleada
inmóvil. De repente, aquí,
se insinúa:
las construcciones conocidas, las posibles
consecuencias previstas (que no excluyen
lo peor),
todo el lento dominio de la inteligencia
y sus alternativas decisiones, todo
se ofusca en un instante.
Estas con varia suerte ejercitadas
en áspero comercio, en dulce guerra,
armas insidiosas
-oh reina de la tierra,
señora de los dioses y las diosas-,
ya herramientas melladas y sin filo,
en prenda a ti fiadas,
hoy las acoge tu sagrado asilo,
Cipris, deidad de la pasión demótica.
Aunque la noche, conmigo,
no la duermas ya,
sólo el azar nos dirá
si es definitivo.
Que aunque el gusto nunca más
vuelve a ser el mismo,
en la vida los olvidos
no suelen durar.
Heu! quantum per se candida forma valet!
Propercio, II, 29, 30
A qué vienes ahora,
juventud,
encanto descarado de la vida?
Qué te trae a la playa?
Estábamos tranquilos los mayores
y tú vienes a herirnos, reviviendo
los más temibles sueños imposibles,
tú vienes para hurgarnos las imaginaciones.
Bienamadas imágenes de Atenas.
En el barrio de Plaka,
junto a Monastiraki,
una calle vulgar con muchas tiendas.
Si alguno que me quiere
alguna vez va a Grecia
y pasa por allí, sobre todo en verano,
que me encomiende a ella.
No veían la lágrima.
Inmóvil
en el centro de la visión, brillando,
demasiado pesada para rodar por mejilla de hombre,
inmensa,
decían que una nube, pretendían, querían
no verla
sobre la tierra oscurecida,
brillar sobre la tierra oscurecida.
La noche se afianza
sin respiro, lo mismo que un esfuerzo.
Más despacio, sin brisa
benévola que en un instante aviva
el dudoso cansancio, precipita
la solución del sueño.
Desde luces iguales
un alto muro de ventanas vela.
Quién? Quién es el dormido?
Si me callo, respira?
Alguien está presente
que duerme en las afueras.
Las afueras son grandes,
abrigadas, profundas.
Lo sé pero, no hay quién
me sepa decir más?
Están casi a la mano
y anochece el camino
sin decirnos en dónde
querríamos dormir.
¡Ciudad
ya tan lejana!
Lejana junto al mar: tardes de puerto
y desamparo errante de los muelles.
Se obstinarán crecientes las mareas
por las horas de allá.
Y serán un rumor,
un pálpito que puja adormeciéndose,
cuando asoman las luces de la noche
sobre el mar.
Os acordáis. Los años aurorales
como el tiempo tranquilos, pura infancia
vagamente asistida por el mundo.
La noche aún materna protegía.
Veníamos del sueño, y un calor,
un sabor como a noche originaria
se demoraba sobre nuestros labios,
humedeciendo, suavizando el día.
De noche,
cuando desciendas.
Pero es inútil, nunca
he de volver a donde tú
nacías ya con forma de recuerdo.
Quizá súbitamente crece
la sangre. Crece la sangre
hasta mucho más lejos que aquel brazo.
Nadie más que la mano desarmada,
la tenue palma
y este dolor.
Como la noche no
quiero que tú desciendas,
no quiero cumplimiento
sino revelación.
Desciende hasta mis ojos
veloz, como la lluvia.
Como el furioso rayo,
irrumpe restallando
mientras quedan las cosas
bajo la luz inmóviles.
Que no quiero la dulce
caricia dilatada,
sino ese poderoso
abrazo en que romperme.
Mirad la noche del adolescente.
Atrás quedaron las solicitudes
del día, su familia de temores,
y la distancia pasa en avenida
de memorias o tumbas sin ciudad,
arrabales confusos lentamente
apagados. La noche se afianza
-hasta los cielos cada vez, contigua
la sien late en el centro.
La noche, que es siempre ambigua,
te enfurece-color
de ginebra mala, son
tus ojos unas bichas.
Yo sé que va a romper
en insultos y en lágrimas
histéricas. En la cama,
luego, te calmaré
con besos que me da pena
dártelos.
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, era tan sólo
las dimensiones del teatro.
Ojos de solitario, muchachito atónito
que sorprendí mirándonos
en aquel pinarcillo, junto a la Facultad de Letras,
hace más de once años,
al ir a separarme,
todavía atontado de saliva y arena,
después de revolcarnos los dos medio vestidos,
felices como bestias.
Por lo visto es posible declararse hombre.
Por lo visto es posible decir no.
De una vez y en la calle, de una vez, por todos
y por todas las veces en que no pudimos.
Importa por lo visto el hecho de estar vivo.
Resolución de ser feliz
por encima de todo, contra todos
y contra mí, de nuevo
-por encima de todo, ser feliz-
vuelvo a tomar esa resolución.
Pero más que el propósito de enmienda
dura el dolor del corazón.
Qué me agradeces, padre, acompañándome
con esta confianza
que entre los dos ha creado tu muerte?
No puedes darme nada. No puedo darte nada,
y por eso me entiendes.
Eti, Etinini
Habitaba un país delimitado
por la cercana costa de la muerte
y el jardín de la infancia, que ella nunca olvidó.
Otro mundo más cándido era el suyo.
Misterioso, por simple,
como un reloj de sol.
Las horas no han pasado, todavía,
y esta mañana lejos igual a un arrecife
que apenas yo distingo.
Tú no sientes
cómo el tiempo se adensa en esta habitación
con la luz encendida, como está fuera el frío
lamiendo los cristales… Qué deprisa,
en mi cama esta noche, animalito,
con la simple nobleza de la necesidad,
mientras que te miraba, te quedaste dormido.
Si un afecto, Señor, puedo ofrecerte
al culto de tus ídolos atento,
con lágrimas de amor te lo presento;
tú en víctima perfecta lo convierte;
que en este sueño tan intenso y fuerte,
de tus misericordias instrumento,
no imagen imitada es lo que siento,
sino un breve misterio de la muerte,
en quien con ojos superiores miro
mi fábrica interior oscurecida;
báñela aquella luz, Señor, aquella
que inspira perfecciones a la vida,
pues permites que goce sin perdella,
experiencias del último suspiro.
Rendida la cerviz al sacrificio
en la ardiente parrilla recostados
están los duros huesos abrasados,
sin mostrar de flaqueza algún indicio.
«Tu amor, mi Dios, teniéndote propicio,
aunque el rigor del fuego era sobrado,
por Dios y por señor te he confesado,
poniendo en alabarte mi ejercicio.
Pródiga de nariz, de ojos avara,
espaciosa de boca, angosta en frente,
mejillas de cuaresma penitente,
y barba que en pirámide repara;
bosque do el tiempo con los años ara,
encubierto a la luz del rojo oriente;
fértil mina de pez que eternamente
destila en cada poro un alquitara;
vientre de odre, pecho de amazona,
cuello de tina, brazos de cordeles,
y en piernas de raíces pies de pato;
es dibujada al vivo en líneas fieles,
monseñor, la magnífica persona
di quella che vi piace in bel ritrato.
Ni soles, oh, tahúr, lunas ni auroras
te han visto soñolientas las pestañas;
tu estado expira, al sucesor engañas,
pues tu fe y su esperanza le empeoras.
Tu abuelo en esas tenebrosas horas
que velas tú, jugando sus hazañas,
armado, por difíciles montañas
pasaba sus escuadras vencedoras.
Mi afecto, Amor, me acometió con brío,
mas no pudo rendirme a tu obediencia,
ni la exterior beldad que con violencia
dio el mismo asalto al pensamiento mío;
hasta que con más noble poderío
allanó la razón mi resistencia,
y por su autoridad y en su presencia
juró tu servidumbre mi albedrío.
Lo que merece nombre de esperanza
nace de causa de esperar dudosa,
si se espera sin ella, y fe animosa,
si con seguridad es confianza.
Si a complacer en lo imposible alcanza,
puede llamarse adulación forzosa,
y casi posesión toda otra cosa
que quita el miedo a la desconfianza;
declina Amor en quien esperar puede,
que la enajenación y encogimiento
aun discurrir al esperar prohíbe,
Y en el gozoso asombro que pretende,
contemplando posee el pensamiento
todo el bien de que nace y de que vive.
Hoy que amontona fiestas y alegrías
la madre más fecunda y la más santa,
dando a sus buenos hijos toda cuanta
honra les dio partida en muchos días,
subid, deseos y esperanzas mías,
donde se goza lo que aquí se canta,
sin temer la grandeza que os espanta
de aquellas celestiales jerarquías.
Hoy el nefando autor del color bayo
y el sacrílego vil que a hecho injuria
al sacro honor de la romana curia
son mariposas en el blanco sayo.
Guarda, Sodoma, que deciende el rayo
dela mano de Dios, con justa furia,
contra la gomorrea vil lujuria
que abrasa a España con mortal desmayo.
Cuando a su dulce olvido me convida
la noche, y en sus faldas me adormece,
entre sueños la imagen me parece
de aquella que fue sueño en esta vida.
Yo, sin temor que su desdén lo impida,
los brazos tiendo al gusto que me ofrece;
mas ella (sombra al fin) desaparece,
y abrazo al aire, donde está escondida.
Corneja que vestiste ajenas plumas,
ganso que le usurpaste al cisne el canto,
cuervo cuyo graznar anuncia llanto,
voz que siendo de Arcadia suena en Cumas;
como hendrija de pipa te rezumas,
el rebozo destapa, quita el manto,
ingenio de almofrex de cal y canto,
ligero como plomo en las espumas;
que dejes de enredar más el urdimbre
de parte de las Musas te conjuro,
antes que el bello Apolo te confunda.
¿Cómo podrá premiar el bajo suelo,
subjeto al corto término de vida,
obra tan encumbrada y tan subida
que a su fin principal no abarca el cielo?
El premio, pues (divino Ponce), délo
el que, bajo accidentes de comida,
a tus manos se rinde y te convida
con el disfraz del delicado velo.
Si nunca Baco y siempre fuente viva
para tus labios su licor ofrece,
y de apariencia artificial carece
esa belleza sólida y nativa,
¿de qué causa tu aliento se deriva
que los tersos marfiles obscurece?
Hoy huele a yema pollo que perece
corrompido en la cáscara abortiva.
Aunque Ovidio te dé más documentos
para reírte, Cloe, no te rías,
que de pez y de boj en tus encías
tiemblan tus huesos flojos y sangrientos;
y a pocos de esos soplos tan violentos,
que con la demasiada risa envías,
las dejarás desiertas y vacías,
escupiendo sus últimos fragmentos.
Bílbilis, aunque el Dios que nació en Delos
te conserve fructífera sin daño
y cuando sobre ti desciende el año
sus guirnaldas te den todos los cielos,
y aunque hagan tus preciosos arroyuelos
fuertes las armas con el noble baño
y aunque eres patria del cortés tacaño
que en todas sus palabras puso anzuelos,
si no encadenas los infieles canes
que tu adüana a los viandantes suelta,
ni tu muro veré, ni tu camino;
que para dar hasta Madrid la vuelta,
embarcarme en Colibre determino,
aunque la dé mayor que Magallanes.
Señor, que miras de tu excelsa cumbre
el tiempo todo en un presente eterno,
tu imagen mira en mí, que al ciego infierno
la inclina su terrena pesadumbre.
Oh suma luz, ya la encendida lumbre
de mi gozoso abril florido y tierno
muere, y ya temo ver en el invierno
más verde la raíz de mi costumbre.
Aunque el bélico pecho y animoso
de tal manera a Orlando le ha ensalzado,
que está en suprema cumbre levantado,
pues en todo ha salido victorioso,
no menos por tu pluma fue dichoso,
Orlando en ser de ti tan celebrado,
que tanta fama y gloria has tú alcanzado,
cuanta él con ser en armas valeroso.
Qué mucho que en tus lámparas, oh Vesta,
la casta luz tus vírgines desamen,
si en una tiene concubina el flamen,
fuego vecino por lo menos tuesta.
Y ella hace ostentación de tan honesta,
que siempre que ante Séneca la llamen
pasará sin temor por el examen
de recoger el agua en una cesta.
Pasajero, a la gran fuente
donde has suspendido el paso,
ya con versos Garcilaso
detuvo el de su corriente.
Consonancia tan vehemente
¿a cuál Orfeo no admira?
Pero es Palas quien la inspira,
que, como en el campo armada,
le ciñó su misma espada,
le dio aquí su misma lira.
Porque hoy llegó a sus términos la ira
del daño universal, más viva aurora
cuanto yace en sus fábricas explora,
cuanto crece a su luz, cuanto respira.
Naturaleza en sus esencias mira
intrépida virtud que las mejora,
y que la suerte humana vencedora
a sucesos más prósperos aspira.
Hoy, por piedad de su Hacedor, le ofrecen
prendas de sentimiento sus hechuras;
llama el Sol a la noche y las escuras
sombras apriesa en tiempo ajeno crecen.
De la vida asaltadas, se estremecen
atónitas las mudas sepulturas,
libran sus cuerpos a las almas puras
y a los justos vivientes aparecen.
Quiera el primer autor que se eternice
este dichoso estado en que me veo,
adonde en paz mi libertad poseo,
que es el bien de la tierra más felice.
Apaciente cualquiera o martirice
entre quimeras varias su deseo;
llueva rojo metal, seque el Ejeo
y a los hados en suma tiranice;
que yo, mientras el cielo permitiere
que mis ojos de luz ricos se vean,
pobre entre pobres lares verme quiero;
que nunca el rayo a los humildes hiere,
ni Jove deja que afligidos sean
de tirano envidioso o lisonjero.
Lice es aquella; llega, Fausto, y mira
cómo con el cabello dora el viento,
y el rostro juvenil, de donde atento
invisibles Amor sus flechas tira.
Cuán bien con la piedad mezcla la ira
en el mirar risueño y el violento;
la boca, que entre perlas el aliento
de jazmín salutífero respira.